ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 23 de agosto


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Primera Juan 5,13-21

Os he escrito estas cosas
a los que creéis en el nombre del Hijo de Dios,
para que os deis cuenta de que tenéis vida eterna. En esto está la confianza que tenemos en él:
en que si le pedimos algo
según su voluntad,
nos escucha. Y si sabemos que nos escucha
en lo que le pedimos,
sabemos que tenemos conseguido
lo que hayamos pedido. Si alguno ve que su hermano
comete un pecado
que no es de muerte,
pida y le dará vida
- a los que cometan pecados que no son de muerte
pues hay un pecado que es de muerte,
por el cual no digo que pida -. Toda iniquidad es pecado,
pero hay pecado que no es de muerte. Sabemos que todo el que ha nacido de Dios
no peca,
sino que el Engendrado de Dios le guarda
y el Maligno no llega a tocarle. Sabemos que somos de Dios
y que el mundo entero yace en poder del Maligno. Pero sabemos que el Hijo de Dios ha venido
y nos ha dado inteligencia
para que conozcamos al Verdadero.
Nosotros estamos en el Verdadero,
en su Hijo Jesucristo.
Este es el Dios verdadero
y la Vida eterna. Hijos míos,
guardaos de los ídolos...

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El apóstol, al terminar su epístola, como si quisiera resaltar las palabras de conclusión del cuarto Evangelio, tranquiliza a los cristianos con la alegre certeza de que están salvados. Dicha firme confianza se basa en la fe en Jesús, que escucha todas nuestras oraciones. El apóstol va aún más allá: las escucha incluso antes de que las hagamos. El horizonte en el que hay que inscribir estas palabras no es otro que el amor. De ahí nace la exhortación a corregir a aquellos hermanos que se manchan de un "pecado que no es de muerte", es decir, de aquellos pecados que hieren la vida fraterna. Y forma parte de la corrección fraterna la oración por ellos, para que vuelvan al Señor y a la comunión con todos. Mucho más severo es el juicio del apóstol sobre los que rompen de manera mortal la comunión; aunque no se puede deducir de la epístola misma el abandono de estos hermanos que han roto la comunión. Por otra parte, Jesús nuestro Señor, invitó a los discípulos a rezar también por los enemigos; y no hay duda de que jamás debe cesar la oración por todos, incluso por estos últimos. En cualquier caso, el apóstol recuerda a los cristianos que deben ser conscientes de la oposición que el maligno continúa ejerciendo contra los hijos de Dios. A pesar de todo, el Señor nos protege y "el maligno no nos toca". Lo único que el apóstol pide a los cristianos es que no se alejen del Señor, que no tengan otros ídolos a los que dedicar su ida, y aún más, que se guarden de ellos y que se dirijan solo a Jesús, que nos ha amado hasta dar su vida por nosotros y por el mundo. La conclusión de la epístola demuestra la preocupación de Juan frente a la facilidad con la que se puede seguir a ídolos del mundo, que se camuflan de distinto modo según los tiempos y las modas. Es una antigua preocupación de la Biblia, que ya le pedía a Israel que eligiera entre Dios y los ídolos de las naciones. Sí, la epístola termina, pero repropone la pregunta fundamental: elegir entre Dios y los ídolos del mundo. En un mundo de gente conformista, el cristiano está llamado a optar cada día por el Señor de manera decisiva.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.