ORACIÓN CADA DÍA

Oración por la Paz
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración por la Paz
Jueves 20 de septiembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

1Crónicas 13,1-14

Después de consultar David con los jefes de millar y de ciento y con todos los caudillos, dijo a toda la asamblea de Israel: "Si os parece bien y la cosa viene de Yahveh, nuestro Dios, vamos a mandar un mensaje a nuestros hermanos que han quedado a todas las regiones de Israel y, además, a los sacerdotes y levitas en sus ciudades y ejidos, para que se reúnan con nosotros; y volvamos a traer a nuestro lado el arca de nuestro Dios, ya que no nos hemos preocupado de ella desde los días de Saúl." Toda la asamblea resolvió hacerlo así, pues la propuesta pareció bien a todo el pueblo. Congregó entonces David a todo Israel, desde Sijor de Egipto hasta la Entrada de Jamat, para traer el arca de Dios desde Quiryat Yearim. Fue, pues, David, con todo Israel, hacia Baalá, a Quiryat Yearim de Judá, para subir allí el arca del Dios que lleva el Nombre de Yahveh que está sobre los querubines. Cargaron el arca de Dios en una carreta nueva y se la llevaron de la casa de Abinadab; Uzzá y Ajyó conducían la carreta. David y todo Israel bailaban delante de Dios con todas sus fuerzas, cantando y tocando cítaras, salterios, adufes, címbalos y trompetas. Al llegar a la era de Kidón, extendió Uzzá su mano para sostener el arca, porque los bueyes amenazaban volcarla. Se encendió contra Uzzá la ira de Yahveh y le hirió por haber extendido su mano hacia el arca; y Uzzá murió allí delante de Dios. Se irritó David porque Yahveh había castigado a Uzzá; y se llamó aquel lugar Peres de Uzzá hasta el día de hoy. Y tuvo David aquel día miedo a Dios, y dijo: "¿Cómo voy a llevar a mi casa el arca de Dios" Y no trasladó David el arca de Dios a su casa, a la Ciudad de David, sino que la hizo llevar a la casa de Obededom de Gat. El arca de Dios habitó tres meses en la casa de Obededom. Y bendijo Yahveh la casa de Obededom y cuanto tenía.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

En los capítulos del trece al dieciséis se narra un acontecimiento fundamental para el reino de David, a saber, la devolución del Arca, signo de la presencia de Dios, en la capital, Jerusalén. El pasaje leído contiene lo que David dijo a todos los jefes del ejército: "Si os parece bien y la cosa viene del Señor, nuestro Dios, vamos a mandar un mensaje a nuestros hermanos que han quedado en todas las regiones de Israel y, además, a los sacerdotes y levitas en sus ciudades y ejidos, para que se reúnan con nosotros; y volvamos a traer a nuestro lado el arca de nuestro Dios, ya que no nos hemos preocupado de ella desde los días de Saúl" (vv. 2-3). Efectivamente, David reunió a "todo Israel" (v. 6). Hasta entonces estaban dispersos en un vasto territorio desde Sijor de Egipto (tal vez haga referencia al Nilo) hasta Jamat (ciudad siria situada sobre el Orontes). Sin la presencia del arca el pueblo está disperso, no logra encontrar una unidad: no es la proveniencia, ni la sangre, ni la pertenencia a las tribus, lo que logra unir, sino únicamente la presencia de Dios. En el segundo libro de las Crónicas, el autor escribe: "He visto a todo Israel en desbandada por los montes, como rebaño sin pastor" (18,16). Ahora David reúne a todos los israelitas, pero no a su alrededor, sino más bien alrededor del arca de Dios. David ha comprendido bien que el Señor -y solo el Señor- es el verdadero pastor capaz de reunir a los israelitas. Su gesto es un gesto de gobierno extraordinario. Responde plenamente a la voluntad del Señor: lo eligió precisamente para eso. Y se formó un pueblo peregrino y unido que sigue y acompaña al arca: es una imagen que continúa definiendo también la comunidad de los discípulos de Jesús, el Hijo de Dios que se ha convertido en el "nuevo templo" de la presencia de Dios en la tierra. Escribe el autor sagrado: "David y todo Israel bailaban delante de Dios con todas sus fuerzas, cantando y tocando cítaras, salterios, adufes, címbalos y trompetas" (v. 8). Explota la alegría de aquel pueblo por lo que estaba pasando: es la alegría de formar parte de una gran familia, la familia de Dios. Podríamos decir que es la alegría que debería brillar en el rostro de los discípulos, también en la actualidad. Sí, la alegría de ser cristiano: sentirla y mostrarla. No es la alegría absurda o, como se dice a veces, "el cristiano es por naturaleza optimista". Es la felicidad de formar parte de un pueblo que no solo no queda abandonado, sino que se le confía un mensaje único para todo el mundo. En efecto, esta alegría requiere una actitud concreta. En el lenguaje bíblico se llama "temor de Dios". No podemos olvidar la altura y la grandeza de Dios, Su santidad. Lo que le pasó a Uzá es emblemático: fue herido de muerte porque había tocado el arca que corría el peligro de caer. No podemos acercarnos a Dios ni tratar su presencia con ligereza. Es una enseñanza que debemos tener muy en cuenta, si pensamos en la ligereza con la que muchas veces tratamos el arca de Dios, con la que juzgamos a la Iglesia, a la comunidad de los creyentes, a nuestros hermanos y hermanas, que "son el templo de Dios". Escribe el autor sagrado: "Aquel día tuvo David miedo de Dios" (v. 12). Comprendió la distancia abismal que lo separa del Señor. Es el inicio de toda esperanza interior: Dios es todo y nosotros no somos nada. Quizás debamos volver también nosotros a pedir en la oración el temor de Dios. Es el primer escalón para derrotar nuestro yo y para comprender la grandeza del amor de Dios por nosotros.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.