ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 25 de septiembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

1Crónicas 16,1-43

Introdujeron el arca de Dios y la colocaron en medio de la Tienda que David había hecho levantar para ella; y ofrecieron ante Dios holocaustos y sacrificios de comunión. Cuando David hubo acabado de ofrecer los holocaustos y los sacrificios de comunión, bendijo al pueblo en nombre de Yahveh, y repartió a todo el pueblo de Israel, hombres y mujeres, a cada uno una torta de pan, un pastel de dátiles y un pastel de pasas. David estableció los levitas que habían de hacer el servicio delante del arca de Yahveh, celebrando, glorificando y alabando a Yahveh, el Dios de Israel. Asaf era el jefe; Zacarías era el segundo; luego Uzziel, Semiramot, Yejiel, Mattitías, Eliab, Benaías, Obededom y Yeiel, con salterios y cítaras. Asaf hacía sonar los címbalos. Los sacerdotes Benaías y Yajaziel tocaban sin interrupción las trompetas delante del arca de la alianza de Dios. Aquel día David, alabando el primero a Yahveh, entregó a Asaf y a sus hermanos este canto: ¡Dad gracias a Yahveh, aclamad su nombre,
divulgad entre los pueblos sus hazañas! ¡Cantadle, salmodiad para él,
sus maravillas todas recitad! ¡Gloriaos en su santo Nombre,
se alegre el corazón
de los que buscan a Yahveh! ¡Buscad a Yahveh y su fuerza,
id tras su rostro sin descanso! Recordad las maravillas que él ha hecho,
sus prodigios y los juicios de su boca, raza de Israel, su servidor,
hijos de Jacob, sus elegidos. El, Yahveh, es nuestro Dios,
por toda la tierra sus juicios. Recordad para siempre su alianza,
palabra que impuso a mil generaciones; lo que pactó con Abraham,
el juramento que hizo a Isaac. Y que puso a Jacob como precepto,
a Israel como alianza eterna, diciendo: "Yo te daré la tierra de Canaán,
por parte de vuestra herencia", cuando erais escasa gente,
poco numerosos,
y forasteros allí. Cuando iban de nación en nación
desde un reino a otro pueblo, a nadie permitió oprimirles.
Por ellos castigó a los reyes. Guardaos de tocar a mis ungidos
ni mal alguno hagáis a mis profetas. Cantad a Yahveh toda la tierra
anunciad su salvación día tras día. Contad su gloria a las naciones,
a todos los pueblos sus maravillas. Que es grande Yahveh y muy digno de alabanza,
más temible que todos los dioses. Porque nada son todos los dioses de los pueblos,
mas Yahveh los cielos hizo. Gloria y majestad están ante él,
fortaleza y alegría en su Morada. ¡Rendid a Yahveh, familias de los pueblos,
rendid a Yahveh gloria y poder! ¡Rendid a Yahveh la gloria de su Nombre!
Traed ofrendas y en sus atrios entrad.
¡Postraos ante Yahveh en esplendor sagrado! ¡Tiemble ante su faz la tierra entera!
El orbe está seguro, no vacila. Alégrense los cielos
y la tierra jubile.
Decid entre las gentes: "¡Yahveh es rey!" ¡Retumbe el mar y cuanto encierra!
¡Exulte el campo y cuanto en él existe! Griten de júbilo
los árboles de los bosque ante Yahveh,
pues viene a juzgar la tierra. ¡Dad gracias a Yahveh, porque es bueno,
porque es eterno su amor! Y decid: "¡Sálvanos,
oh Dios de nuestra salvación!
Reúnenos y líbranos de las naciones,
para dar gracias a tu Nombre santo
y gloriarnos en tu alabanza." Bendito sea Yahveh, el Dios de Israel,
por eternidad de eternidades."
Y todo el pueblo dijo: "Amén." Y alabó a Yahveh. David dejó allí, ante el arca de la alianza de Yahveh, a Asaf y a sus hermanos, para el ministerio continuo delante del arca, según el rito de cada día; y a Obededom, con sus hermanos, en número de 68, y a Obededom, hijo de Yedutún, y a Josá, como porteros; y el sacerdote Sadoq y a sus hermanos, los sacerdotes, delante de la Morada de Yahveh, en el alto de Gabaón, para que ofreciesen continuamente holocaustos a Yahveh en el altar de los holocaustos, por la mañana y por la tarde, según todo lo escrito en la Ley que Yahveh había mandado a Israel. Con ellos estaban Hemán y Yedutún y los restantes escogidos y nominalmente designados para alabar a Yahveh: "Porque es eterno su amor." Y con ellos, Hemán y Yedutún, que hacían sonar trompetas, címbalos e instrumentos para los cánticos de Dios. Los hijos de Yedutún eran porteros. Luego, todo el pueblo se fue, cada cual a su casa; también David se volvió para bendecir su casa.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El texto se abre con la entrada del arca en la tienda que David había construido para el arca. El arca es colocada en el interior. Obviamente no es solo un centro físico, sino más bien el centro de la vida misma del pueblo de Israel, el centro de sus preocupaciones. El autor de las Crónicas retoma la narración que encontramos en el segundo libro de Samuel, en el capítulo 12, pero hace importantes retoques de índole literaria y sobre todo cultual y teológica. En este horizonte se comprende la introducción de los levitas como responsables del culto y el esplendor de la ceremonia que termina con un banquete ritual: "Cuando David hubo acabado de ofrecer los holocaustos y sacrificios de comunión, bendijo al pueblo en nombre del Señor, y repartió a todo el pueblo de Israel, hombres y mujeres, a cada uno una torta de pan, un pastel de dátiles y un pastel de pasas" (vv. 2-3). Es una celebración que edifica a los que participan en ella como pueblo santo de Dios: tras los sacrificios al Señor, el pueblo es bendecido y participa en una comida común con la parte de las víctimas destinada precisamente a los participantes en el rito. Es fácil pensar en lo que sucede en la Iglesia -plenamente respecto a lo que se narra aquí- con la celebración de la Eucaristía. Participa en el gesto ritual toda la asamblea. No obstante, David asigna a los levitas el cuidado permanente del culto ante el arca. No son solo encargados de trasladar el arca, sino también de custodiarla y de llevar a cabo la oración y las alabanzas al Señor ininterrumpidamente. Les dejó para que oficiaran "el ministerio continuo delante del arca, según el rito de cada día" (v. 37). Hay que destacar también la importancia que se da al canto y a la música en la oración de alabanza que los levitas debían realizar cada día. Ya aquel día los levitas recibieron el encargo de cantar un salmo ante el arca para alabar al Señor. Es un himno compuesto por fragmentos de varios salmos. Los levitas exhortan a los presentes a dar gracias al Señor por todas sus obras y por las maravillas que ha hecho en su favor: "¡Dad gracias al Señor, invocad su nombre, divulgad entre los pueblos sus hazañas!... Recordad todas sus maravillas" (vv. 8 y 12). De ahí la exhortación a reconocerle como su Dios: "Él, el Señor, es nuestro Dios... Él se acuerda siempre de su alianza, palabra que impuso a mil generaciones" (vv. 14-15). El canto se convierte en invitación a los israelitas a acordarse de las acciones de protección y de salvación que Dios hizo por ellos (vv. 16-21). No solo "a nadie permitió oprimirlos" (v. 21), sino que dirigiéndose a los demás pueblos añadió: "Guardaos de tocar a mis ungidos, no hagáis daño a mis profetas" (v. 22). El autor termina la cita del salmo 105 y empieza la del salmo 96. Es la invitación a Israel a que explique al mundo entero las maravillas que el Señor ha llevado a cabo. "Contad su gloria a las naciones" (v. 24). Pero la mirada se amplía hasta llegar a todos los pueblos: "¡Tributad al Señor, familias de los pueblos, tributad al Señor gloria y poder!... Traed ofrendas, entrad en sus atrios. Postraos ente el Señor en el atrio sagrado" (vv. 28-29). Y el cantor termina alabando el amor y la bondad de Dios: "¡Dad gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterna su misericordia!" (v. 34). Una vez terminada la oración de alabanza, David dejó a los levitas la tarea de continuar el culto ante el arca colocada en el centro de la tienda, mientras todos volvían a sus casas, incluido David.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.