ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 2 de octubre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

1Crónicas 21,7-17

Desagradó esto a Dios, por lo cual castigó a Israel. Entonces dijo David a Dios: "He cometido un gran pecado haciendo esto. Pero ahora perdona, te ruego, la falta de tu siervo, pues he sido muy necio." Y Yahveh habló a Gad, vidente de David, en estos términos: Anda y di a David: Así dice Yahveh: Tres cosas te propongo; elige una de ellas y la llevaré a cabo. Llegó Gad donde David y le dijo: "Así dice Yahveh: Elige para ti: tres años de hambre, o tres meses de derrotas ante tus enemigos, con la espada de tus enemigos a la espalda, o bien tres días durante los cuales la espada de Yahveh y la peste anden por la tierra y el ángel de Yahveh haga estragos en todo el territorio de Israel. Ahora, pues, mira qué debo responder al que me envía." David respondió a Gad: "Estoy en gran angustia. Pero ¡caiga yo en manos de Yahveh, que es grande su misericordia, y no caiga en manos de los hombres!" Yahveh envió la peste sobre Israel, y cayeron de Israel 70.000 hombres. Mandó Dios un ángel contra Jerusalén para destruirla; pero cuando ya estaba destruyéndola, miró Yahveh y se arrepintió del estrago, y dijo al ángel Exterminador: "¡Basta ya; retira tu mano!" El ángel de Yahveh estaba junto a la era de Ornán el jebuseo. Alzando David los ojos vio al ángel de Yahveh que estaba entre la tierra y el cielo con una espada desenvainada en su mano, extendida contra Jerusalén. Entonces David y los ancianos, cubiertos de sayal, cayeron rostro en tierra. Y dijo David a Dios: "Yo fui quien mandé hacer el censo del pueblo. Yo fui quien pequé, yo cometí el mal; pero estas ovejas, ¿qué han hecho? ¡Oh Yahveh, Dios mío, caiga tu mano sobre mí y sobre la casa de mi padre, y no haya plaga entre tu pueblo!"

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

David se da cuenta del pecado que ha cometido cuando Dios comienza a golpear a su pueblo e inmediatamente se arrepiente y reza: "He cometido un gran pecado haciendo esto. Pero ahora perdona, te ruego, la falta de tu siervo, pues he sido muy necio" (v. 8). Enseguida le parece evidente que el pecado no es sencillamente un acto personal aislado sino un proceso ilícito que está arruinando al pueblo. De hecho el pecado nunca es un acto que quede cerrado en sí mismo. Tiene siempre consecuencias objetivas y sociales al igual que, obviamente, el bien que se realiza. Por esto en la tradición cristiana de la confesión se exige la obligación de la "penitencia", o sea, llevar a cabo gestos, acciones y comportamientos contrarios al pecado cometido. Es decir, se pide introducir en la vida, y por tanto en la sociedad, semillas opuestas al mal que se ha hecho. En esta página bíblica las consecuencias del pecado de David sobre todo el pueblo de Israel se presentan como evidentes y dramáticas. Es una enseñanza que no se debe olvidar, sobre todo en este tiempo nuestro. En realidad hoy no sólo se ha atenuado el sentido del pecado sino que parece que haya desaparecido la convicción de las heridas que el pecado produce en la sociedad. Los setenta mil israelitas muertos para reparar la culpa de David nos empujan a considerar con gran atención, e incluso con gran temor, las consecuencias negativas que nuestros pecados tienen sobre la comunidad y sobre la sociedad misma. Tales consecuencias son inevitables. Es por esto que, mediante el profeta, Dios permite a David la elección entre tres tipos de castigo (típicos de Jeremías y Ezequiel), que darán origen a la invocación cristiana: A peste, fame et bello, libera nos Domine. Estos tres castigos son por orden decreciente: tres años, tres meses y tres días. David, consciente del daño obrado, pide al Señor el castigo de la peste. Podemos decir que es una elección sabia desde el punto de vista religioso. Mientras que la carestía y las derrotas habrían puesto a David y a su pueblo a merced de los hombres, en cambio la peste no tiene otro remedio que la ayuda de Dios. En cierto modo, David reconoce de nuevo a Dios el poder de vida y de muerte sobre Israel. En el cielo aparece el ángel Exterminador con una espada desenvainada con la que golpea duramente al pueblo. El Cronista escribe "Pero cuando ya estaba destruyéndola, miró Yahvé y se arrepintió del estrago, y dijo al ángel Exterminador: "¡Basta ya; retira tu mano!" (v. 15). David alza los ojos al cielo y ve al ángel Exterminador con la espada desenvainada contra Jerusalén. Arrepentido por el gran pecado, se cubre de sayal y cae rostro en tierra junto a los ancianos de Israel y dirige su oración a Dios. Es una página que inspiró a san Gregorio Magno cuando también en Roma, durante su pontificado, hubo una peste terrible. Gregorio organizó una procesión de penitencia y vio en el cielo al ángel Exterminador que volvía a meter la espada en la vaina. Es lo único que aún hoy domina sobre la cima del Castillo de Sant’Angelo en Roma: un ángel que vuelve a meter la espada en la vaina. También este monumento nos ayuda a recordar el sentido de esta página bíblica y de su vehemente actualidad. ¿No debemos rezar y comprometernos a alejar de nuestras sociedades muchos tipos de peste que las flagelan?

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.