ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 3 de octubre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

1Crónicas 21,15-22,1

Mandó Dios un ángel contra Jerusalén para destruirla; pero cuando ya estaba destruyéndola, miró Yahveh y se arrepintió del estrago, y dijo al ángel Exterminador: "¡Basta ya; retira tu mano!" El ángel de Yahveh estaba junto a la era de Ornán el jebuseo. Alzando David los ojos vio al ángel de Yahveh que estaba entre la tierra y el cielo con una espada desenvainada en su mano, extendida contra Jerusalén. Entonces David y los ancianos, cubiertos de sayal, cayeron rostro en tierra. Y dijo David a Dios: "Yo fui quien mandé hacer el censo del pueblo. Yo fui quien pequé, yo cometí el mal; pero estas ovejas, ¿qué han hecho? ¡Oh Yahveh, Dios mío, caiga tu mano sobre mí y sobre la casa de mi padre, y no haya plaga entre tu pueblo!" Entonces el ángel de Yahveh dijo a Gad que diera a David la orden de subir para alzar un altar a Yahveh en la era de Ornán el jebuseo. Subió David, según la orden que Gad le había dado en nombre de Yahveh. Ornán, que estaba trillando el trigo, se volvió y, al ver al ángel, él y sus cuatro hijos se escondieron. Cuando David llegó junto a Ornán, miró Ornán y, viendo a David, salió de la era y postróse ante David, rostro en tierra. Dijo David a Ornán: "Dame el sitio de esta era para erigir en él un altar a Yahveh - dámelo por su justo valor en plata - para que la plaga se retire del pueblo." Respondió Ornán a David: "Tómalo, y haga mi señor el rey lo que bien le parezca. Mira que te doy los bueyes para holocaustos, los trillos para leña y el trigo para la ofrenda; todo te lo doy." Replicó el rey David a Ornán: "No; quiero comprártelo por su justo precio, pues no tomaré para Yahveh lo que es tuyo, ni ofreceré holocaustos de balde." Y David dio a Ornán por el sitio la suma de seiscientos siclos de oro. David erigió allí un altar a Yahveh y ofreció holocaustos y sacrificios de comunión e invocó a Yahveh, el cual le respondió con fuego del cielo sobre el altar del holocausto. Entonces Yahveh ordenó al ángel que volviera la espada a la vaina. En aquel tiempo, al ver David que Yahveh le había respondido en la era de Ornán el jebuseo, ofreció allí sacrificios. Pues la Morada de Yahveh, que Moisés había hecho en el desierto, y el altar de los holocaustos, estaban a la sazón en el alto de Gabaón; pero David no se había atrevido a presentarse delante de Dios para consultarle, porque estaba aterrado ante la espada del ángel de Yahveh. Entonces dijo David: "¡Aquí está la Casa de Yahveh Dios, y aquí el altar de los holocaustos para Israel!"

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

"¡Aquí está el templo de Yahvé Dios, y aquí el altar de los holocaustos para Israel!". Se cierra así, con esta afirmación de David, el breve pasaje bíblico que nos lleva al corazón de la narración del primer libro de las Crónicas. El "templo de Yahvé" es el término técnico que designa exactamente el templo de Jerusalén. David inaugura con este altar la construcción de la morada de Dios entre su pueblo rechazando así cualquier otro lugar de culto, o sea, Samaría, la capital del reino del norte y el monte Garizim, el centro religioso de los samaritanos. Es todo lo que el Cronista quería afirmar mediante los acontecimientos narrados hasta aquí. El propio pecado de David, el único que el Cronista recuerda, y el consiguiente castigo que se abatió sobre el pueblo, subraya la inspiración divina de la elección del lugar del templo. Es el Señor quien sigue guiando las decisiones de David. Hay un ángel que interviene y que pide a Gad que advierta a David de que suba al monte de Jerusalén, ocupada aún por los jebuseos, para encontrarse con Ornán y comprar su era donde erigir el altar. El hecho de que también Ornán vea al ángel pone de manifiesto el carácter sagrado del lugar. De hecho Ornán, al ver al ángel y a David, siente miedo y con él toda su familia. Después de la visión quiere ofrecer gratuitamente el terreno a David añadiendo todo lo que sirve para el sacrificio. Sin embargo, David rechaza el ofrecimiento y decide comprar el terreno pagándolo a un precio muy superior a su valor. Es el signo claro de la posesión de aquella tierra. Ahora David tiene un título de propiedad en Jerusalén. Sucedió lo mismo también con Abrahán cuando compró su tumba (Gen 23); indicaba la toma de posesión de la tierra prometida. El segundo libro de las Crónicas reafirma dicha relación claramente: "Empezó, pues, Salomón a edificar el templo de Yahvé en Jerusalén, en el monte Moria, donde Dios se había manifestado a su padre David, en el lugar donde David había hecho los preparativos, en la era de Ornán el Jebuseo" (3,1). El Cronista por su parte observa: "David erigió allí un altar a Yahvé y ofreció holocaustos y sacrificios de comunión e invocó a Yahvé, el cual le respondió con fuego del cielo sobre el altar del holocausto" (v. 26). Se podría decir que con aquel altar no sólo se eligió el lugar para el templo sino que también comenzó el ofrecimiento de los sacrificios. Al Señor le agradó y respondió enviando el fuego desde el cielo al altar. El Señor "ordenó al ángel que volviera la espada a la vaina" (v. 27). Y David, observa el Cronista, "al ver que Yahvé le había respondido en la era de Ornán el Jebuseo, ofreció allí sacrificios" (v. 28). El relato llega aquí a su culminación: David ha realizado la obra por la que había sido escogido por Dios. Y su grandeza está en haber respondido a la llamada de Dios que le invitaba a participar en la historia de salvación de su pueblo. La vocación de David, como la de todo creyente, no es la realización de sí mismo, como por desgracia tan a menudo se sigue diciendo y creyendo, sino la de participar en el diseño de Dios de salvar a todos los pueblos de la tierra.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.