ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 24 de octubre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

2Crónicas 9,1-12

La reina de Sabá había oído la fama de Salomón, y vino a Jerusalén para probar a Salomón por medio de enigmas, con gran séquito y con camellos que traían aromas, gran cantidad de oro y piedras preciosas. Llegada que fue donde Salomón, le dijo todo cuanto tenía en su corazón. Salomón resolvió todas sus preguntas; y no hubo ninguna proposición oscura que Salomón no pudiese resolver. Cuando la reina de Sabá vio la sabiduría de Salomón y la casa que había edificado, los manjares de su mesa, las habitaciones de sus servidores, el porte de sus ministros y sus vestidos, sus coperos con sus trajes y los holocaustos que ofrecía en la Casa de Yahveh, se quedó sin aliento, y dijo al rey: "Verdad es cuanto oí decir en mi tierra de tus palabras y de tu sabiduría. No daba yo crédito a lo que se decía, hasta que he venido y lo he visto con mis propios ojos; y encuentro que no se me había contado ni la mitad de la grandeza de tu sabiduría, pues tú superas todo lo que oí decir. ¡Dichosas tus gentes! ¡Dichosos estos tus servidores, que están siempre en tu presencia y escuchan tu sabiduría! ¡Bendito sea Yahveh, tu Dios, que se ha complacido en ti, poniéndote sobre su trono como rey de Yahveh, tu Dios, por el amor que tu Dios tiene hacia Israel para conservarle por siempre, y te ha puesto por rey sobre ellos para administrar derecho y justicia!" Dio al rey 120 talentos de oro, gran cantidad de aromas y piedras preciosas. Nunca hubo aromas como los que la reina de Sabá dio al rey Salomón. Los siervos de Juram y los siervos de Salomón, que habían traído oro de Ofir, trajeron también madera de algummim y piedras preciosas. Con la madera de algummim hizo el rey entarimados para la Casa de Yahveh y la casa del rey, cítaras y salterios para los cantores. No se había visto nunca en la tierra de Judá madera semejante. El rey Salomón dio a la reina de Sabá todo cuanto ella quiso pedirle, aparte lo que ella había traído al rey. Después se volvió y regresó a su país con sus servidores.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

La reina de Saba (el territorio de Saba corresponde al actual Yemen) es atraída por la fama de Salomón. Va a Jerusalén para constatar hasta qué punto el rey podía resolver los enigmas que ella tenía. Salomón, puesto a prueba por las preguntas de la reina, no fue para nada inferior a su fama. Salomón aparece verdaderamente como el más sabio y con más autoridad entre los reyes vecinos. Es evidente que el Cronista quiere atribuir a Dios mismo su superioridad. A través de Salomón debe verse la potencia y la fuerza del Señor. Toda la sabiduría y la fuerza que Salomón tiene viene de lo Alto, de Dios mismo. Es el hilo rojo que guía toda la historia de la salvación, que es obra de Dios y no del hombre. Lo que se dice de Salomón se debe afirmar también de la Iglesia, aquí prefigurada en cierto modo: todo lo que ésta tiene es don de Dios. Ésta existe para ser el lugar de la presencia del Señor y del encuentro con Él. La grandeza y la sabiduría de Salomón no son para atraer al rey, sino para dirigir hacia el Señor. La reina de Saba se ve sorprendida positivamente por la sabiduría del rey, por su riqueza, por el esplendor del ceremonial de la corte, por los alimentos refinados y por el porte de sus ministros (vv. 3-6). Su estupor se convierte inmediatamente en una palabra de dicha para los súbditos de Salomón: "¡Dichosa tu gente! ¡Dichosos estos servidores tuyos que están siempre en tu presencia y escuchan tu sabiduría! (v. 7). Y luego sale de sus labios una bendición al Dios de Salomón que le ha querido como su representante en la tierra. Se diría que Salomón y su pueblo han cumplido una misión verdadera: la reina de Saba al encontrar al rey y a su gente ha alabado al Señor. Y el Cronista, casi confirmándolo, añade que, mediante su rey, Dios conservará a Israel para siempre (2 Cro 9,8). El intercambio de regalos manifiesta la belleza de encontrarse de forma profunda, espiritual y amistosa. Los regalos de la reina son de un valor enorme: 120 talentos de oro equivalen a cinco toneladas. Pero más extraordinaria fue la cantidad de los aromas: no se había visto nunca nada parecido en Israel (v. 9). En realidad Salomón no se enriqueció por estos regalos estupendos de la reina de Saba. Otras eran las fuentes de su riqueza: una Ofir, desde donde además del oro se importaba madera de algummim (v. 10), una madera jamás vista antes de entonces (v. 11). Salomón no se dejó superar en generosidad en intercambiar regalos por los de la reina (v. 12) y ésta se enriqueció no tanto en los bienes materiales sino por haber encontrado a un hombre de Dios. El autor sagrado escribe que la reina recibió "todos los deseos que ella manifestó" (v. 12). La fuerza de Salomón impulsó a los reyes vasallos a reconocerle autoridad y protección sobre ellos.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.