ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 30 de octubre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

2Crónicas 14,1-14

Asá hizo lo que era bueno y recto a los ojos de Yahveh su Dios. Suprimió los altares del culto extranjero y los altos; rompió las estelas, abatió los cipos, y mandó a Judá que buscase a Yahveh, el Dios de sus padres, y cumpliese la ley y los mandamientos. Hizo desaparecer de todas las ciudades de Judá los altos y los altares de incienso; y el reino estuvo en paz bajo su reinado. Edificó ciudades fuertes en Judá, porque el país estaba en paz, y no hubo guerra contra él por aquellos años; pues Yahveh le había dado tranquilidad. Dijo a Judá: "Edifiquemos estas ciudades, y cerquémoslas de murallas, torres, puertas y barras, mientras el país esté a nuestra disposición; pues hemos buscado a Yahveh, nuestro Dios, y por haberle buscado, él nos ha dado paz por todas partes." Edificaron, pues y prosperaron. Asá tenía un ejército de 300.000 hombres de Judá, que llevaban pavés y lanza, y 280.000 de Benjamín, que llevaban escudo y eran arqueros; todos ellos esforzados guerreros. Salió contra ellos Zéraj el etíope, con un ejército de un millón de hombres y trescientos carros, y llegó hasta Maresá. Salió Asá contra él y se pusieron en orden de batalla en el valle de Sefatá, junto a Maresá. Asá invocó a Yahveh su Dios, y dijo: "¡Oh Yahveh, sólo tú puedes ayudar entre el poderoso y el desvalido! ¡Ayúdanos, pues, Yahveh, Dios nuestro, porque en ti nos apoyamos y en tu nombre marchamos contra esta inmensa muchedumbre! ¡Yahveh, tú eres nuestro Dios! ¡No prevalezca contra ti hombre alguno!" Yahveh derrotó a los etíopes ante Asá y Judá; y los etíopes se pusieron en fuga. Asá y la gente que con él estaba los persiguieron hasta Guerar; y cayeron de los etíopes hasta no quedar uno vivo, pues fueron destrozados delante de Yahveh y su campamento; y se recogió un botín inmenso. Batieron todas las ciudades de los alrededores de Guerar, porque el terror de Yahveh cayó sobre ellas; y saquearon todas las ciudades, pues había en ellas gran botín. Asimismo atacaron las majadas y capturaron gran cantidad de ovejas y camellos. Después se volvieron a Jerusalén.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Cronista, en los capítulos 14-16, narra la historia de Asá, presentado como un rey fiel al Señor y a su ley. Es el primero de los cuatro reyes reformadores que han restaurado y purificado el culto en Judá. Los otros son Josafat, Ezequías y Josías. Los contenidos de esta reforma están ya en el libro primero de los Reyes (15,12-15), aunque sean reelaborados y ampliados considerablemente. Asá no sólo hace quitar los altares y las estelas de los dioses extranjeros, sobre todo, exhorta a Judá a "que buscase a Yahvé" (v. 3). El Dios de los Padres es el único Señor. Por esto eran destruidos todos los demás ídolos. Dicho primado religioso permite al pueblo de Judá saborear la paz no sólo como ausencia de guerra sino como participación en la vida divina. Asá es también reformador religioso y un hábil gobernador del reino. Él se beneficia de los años de paz y de seguridad para reforzar su reino construyendo o reparando ciudades fortificadas, ayudado por su pueblo, proporcionándole murallas, torres, puertas y barras. Los trabajos terminan con éxito porque el Señor responde a su pueblo que le busca (vv. 5-6). A pesar de ser un rey piadoso, Asá es atacado por un ejército enemigo procedente de Etiopía. La armada es increíblemente numerosa: un millón de hombres y trescientos carros. ¿Qué puede hacer Asá contra tal potencia? He aquí la oración del rey por su pueblo: "¡Oh Yahvé, sólo tú puedes ayudar entre el poderoso y el desvalido! ¡Ayúdanos, pues, Yahvé, Dios nuestro, porque en ti nos apoyamos y en tu nombre marchamos contra esta inmensa muchedumbre! ¡Yahvé, tú eres nuestro Dios! ¡No prevalezca contra ti hombre alguno!" (v. 10). Es la oración del creyente que confía en el Señor. Y Asá reconoce claramente la fuerza del enemigo y la propia debilidad. No obstante, sabe que la debilidad del creyente es mirada con amor por el Señor. Es la fuerza débil de la fe, como muchas veces se muestra en las páginas de la Escritura y en la vida de los creyentes en el curso de los siglos. El Señor escuchó la oración del rey y el ejército etíope fue vencido: "y cayeron de los etíopes hasta no quedar uno vivo" (v. 12). En la Sagrada Escritura se lee a menudo que el Señor escucha la oración del débil e interviene en su ayuda. El pueblo de Judá "confió en el Señor" y el Señor combatió para salvarlo. Sólo el Señor se implicó en la batalla: "Yahvé derrotó a los etíopes" (v. 11), observa el Cronista. El ejército de Asá sólo tuvo que perseguir a los enemigos en fuga.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.