ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 6 de noviembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

2Crónicas 18,1-19,3

Josafat tuvo grandes riquezas y honores; emparentó con Ajab, y al cabo de algunos años bajó a visitarle a Samaría. Ajab sacrificó gran número de ovejas y de bueyes para él y la gente que le acompañaba; y le incitó a que subiese con él contra Ramot de Galaad. Dijo Ajab, rey de Israel, a Josafat, rey de Judá: "¿Quieres venir conmigo a Ramot de Galaad?" Le contestó: "Yo soy como tú, y tu pueblo como mi pueblo; contigo estaremos en la batalla." Pero Josafat dijo al rey de Israel: "Consulta antes, por favor, la palabra de Yahveh." El rey de Israel reunió a los profetas, cuatrocientos hombres, y les dijo: "¿Debo atacar a Ramot de Galaad o debo desistir?" Le respondieron: "Sube, porque Dios la entregará en manos del rey. Pero Josafat dijo: "¿No hay aquí algún otro profeta de Yahveh a quien podamos consultar?" Respondió el rey de Israel a Josafat: "Queda todavía un hombre por quien podríamos consultar a Yahveh, pero yo le aborrezco, pues nunca me profetiza el bien, sino el mal. Es Miqueas, hijo de Yimlá." A lo que respondió Josafat: "No hable el rey así." Llamó el rey de Israel a un eunuco y le dijo: "Trae enseguida a Miqueas, hijo de Yimlá." El rey de Israel y Josafat, rey de Judá, estaban sentados cada cual en su trono, vestidos de gala, en la era que hay a la entrada de la puerta de Samaría, mientras que todos los profetas estaban en trance delante de ellos. Sedecías, hijo de Kenaaná, se había hecho unos cuernos de hierro, y decía: "Así dice Yahveh: Con estos acornearás a Aram hasta acabar con ellos. Y todos los profetas profetizaban del mismo modo diciendo: "¡Sube contra Ramot de Galaad! Tendrás éxito. Yahveh la entregará en manos del rey." El mensajero que había ido a llamar a Miqueas le habló diciendo: "Mira que los profetas a una voz predicen el bien al rey, procura hablar como uno de ellos y anuncia el bien." Respondió Miqueas ""¡Vive Yahveh, que lo que mi Dios me diga, eso anunciaré!" Llegó donde el rey; y el rey le dijo: "Miqueas, ¿debemos subir a Ramot de Galaad para atacarla, o debo desistir?" Le respondió: "Subid, tendréis éxito. Serán entregados en vuestras manos." Pero el rey le dijo: "¿Cuántas veces he de conjurarte a que no me digas más que la verdad en nombre de Yahveh?" Entonces él dijo: "He visto todo Israel disperso por los montes,
como ovejas sin pastor;
Yahveh ha dicho: No tienen señor;
que vuelvan en paz cada cual a su casa." El rey de Israel dijo a Josafat: "¿No te dije que nunca me anuncia el bien sino el mal?" Miqueas entonces dijo: "Escuchad, pues, la palabra de Yahveh: He visto a Yahveh sentado en su trono, y todo el ejército de los cielos estaba a su derecha y a su izquierda. Preguntó Yahveh: "¿Quién engañará a Ajab, rey de Israel, para que suba y caiga en Ramot de Galaad?" Y el uno decía una cosa y el otro otra. Entonces se adelantó el Espíritu, se puso ante Yahveh y dijo: "Yo le engañaré" Le preguntó Yahveh: "¿De qué modo?" Respondió: "Iré y me haré espíritu de mentira en la boca de todos sus profetas." Y Yahveh dijo: "Tú conseguirás engañarle. Vete y hazlo así" Ahora, pues, Yahveh ha puesto un espíritu de mentira en la boca de todos estos profetas tuyos, pues Yahveh ha predicho el mal contra ti." Se acercó entonces Sedecías, hijo de Kenaaná, y dio una bofetada a Miqueas en la mejilla, diciendo: "¿Por qué camino se ha ido de mí el espíritu de Yahveh para hablarte a ti?". Miqueas replicó: "Tú mismo lo verás el día en que vayas escondiéndote de aposento en aposento." El rey de Israel dijo: "Prended a Miqueas y llevádselo a Amón, gobernador de la ciudad, y a Joás, hijo del rey; y les diréis: "Así habla el rey: Meted a éste en la cárcel y racionadle el pan y el agua hasta que yo vuelva victorioso."" Miqueas dijo: "Si es que vuelves victorioso, no ha hablado Yahveh por mí." El rey de Israel y Josafat, rey de Judá, subieron contra Ramot de Galaad. El rey de Israel dijo a Josafat: "Yo voy a disfrazarme para entrar en combate, mientras que tú te pondrás tus vestidos." El rey de Israel se disfrazó, y así entraron en la batalla. Ahora bien, el rey de Aram había ordenado a los jefes de sus carros: "No ataquéis ni a chicos ni a grandes, sino tan sólo al rey de Israel." Cuando los jefes de los carros vieron a Josafat, dijeron: "Seguro que es el rey de Israel", y le rodearon para cargar sobre él. Pero Josafat gritó y Yahveh le socorrió, alejándolos Dios de él. Viendo los jefes de los carros que no era el rey de Israel, se apartaron de él. Entonces un hombre disparó su arco al azar e hirió al rey de Israel por entre las placas de la coraza; el rey dijo al auriga: "Da la vuelta y sácame de la batalla, porque me siento mal." Pero arreció aquel día la batalla, y el rey de Israel fue sostenido en pie en su carro frente a los arameos hasta la tarde; y a la caída del sol murió. Cuando Josafat, rey de Judá, regresaba en paz a su casa, a Jerusalén, salióle al encuentro Jehú, hijo de Jananí el vidente, y le dijo al rey Josafat: "¿Tú ayudas al malo y amas a los que aborrecen a Yahveh? Por esto ha caído sobre ti la cólera de Yahveh. Sin embargo, han sido halladas en ti obras buenas, porque has quitado de esta tierra los cipos, y has dispuesto tu corazón para buscar a Dios."

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Cronista, en este capítulo, no pretende describir a Miqueas como un verdadero profeta o continuar la descripción de la lealtad de Josafat al Señor. Pretende más bien mostrar la ambigüedad de Josafat. Efectivamente, con su comportamiento, por ejemplo, cuando acepta los sacrificios que Ajab hizo en su honor, parece aprobar, aunque sea de manera indirecta, el sistema religioso instaurado en el Norte. Es decir existe una complicidad entre Josafat y Ajab, rey del Norte. Este último invita a Josafat a unirse e él en una guerra de agresión contra Ramot de Galaad. Josafat acepta unir las fuerzas de Judá con las de Israel en esta guerra. Pero insiste en que se consulte el Señor. Para lo cual Ajab convoca a cuatrocientos profetas, haciendo una pregunta que incluye también a Josafat: "¿Podemos atacar a Ramot de Galaad?". La respuesta de estos supuestos profetas es completamente afirmativa. Josafat no se fía y pide consultar a un verdadero profeta del Señor. Es Miqueas, hijo de Yimlá, admite Ajab, pero él me profetiza sólo desastres. Y no puede ser de otra manera porque Ajab es rey de un reino cismático (v. 7). Mientras esperaban la llegada de Miqueas, los profetas de Ajab anuncian al rey lo que él quiere escuchar: una victoria de Israel. Incluso uno de ellos, Sedecías, interpreta el éxito de Ajab en la batalla, poniéndose cuernos en la cabeza. Luego intentan convencer a Miqueas para que confirme lo que dice el resto de los profetas favorables a la guerra. Pero Miqueas no acepta compromisos. Al principio responde de manera sarcástica, y cuando Ajab insiste, narra las dos visiones. La primera es la de un rebaño sin pastor que vaga por los montes. No se trata sólo de la previsión de la muerte de Ajab, sino también de su guía corrupta, que ha alejado a su pueblo de Dios. El pueblo encontrará la paz sólo cuando vuelva a sus casas sin su rey. La otra visión presenta una asamblea que tiene lugar en la corte celestial donde se habla de la batalla de Ramat de Galaad y del destino de Ajab: se decide la muerte de Ajab y la derrota de los ejércitos de Israel y de Judá (vv. 18-22). El mensaje de Miqueas sobre el "espíritu de mentira" descubre el engaño de los profetas de Ajab. Lo abofetean y lo llevan a la cárcel en Samaria como a un traidor. Pero la palabra del profeta se realiza. Durante la batalla, Josafat, cuando se da cuenta de que está rodeado de guerreros enemigos, grita y salva su vida. A pesar de su pecado, él sigue buscando al Señor, y por esto está a salvo. Ajab, en cambio, no busca al Señor, sufre un destino diferente. Intenta esconderse a los ojos de los enemigos, pero no es posible esconderse de los ojos de Dios. La flecha que le hirió a muerte está dirigida desde el cielo; es inútil su heroico esfuerzo de mantenerse de pie en su carro hasta el atardecer para elevar la moral de sus soldados. El vidente Jehú, acusando a Josafat de amar a los que odian al Señor, no sólo reprobaba la simpatía personal del rey hacia Ajab, sino que también condena la lealtad a una alianza desaprobada por el Señor. Jesofat, sin embargo, debido a sus buenas acciones es perdonado y salvado. La reconstrucción del nuevo Israel podrá realizarse sólo poniendo la propia confianza en el Señor. Y a pesar de una historia de traición y un presente imperfecto, el Señor está siempre dispuesto a acoger a quien lo busca de todo corazón.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.