ORACIÓN CADA DÍA

Oración por la Paz
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración por la Paz
Lunes 19 de noviembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

2Crónicas 28,1-27

Tenía Ajaz veinte años cuando empezó a reinar, y reinó dieciséis años en Jerusalén. No hizo lo recto a los ojos de Yahveh, como David su padre. Siguió los caminos de los reyes de Israel, llegando a fundir estatuas para los Baales. Quemó incienso en el valle de Ben Hinnom e hizo pasar a sus hijos por el fuego, según los ritos abominables de las gentes que Yahveh había arrojado de delante de los israelitas. Ofrecía sacrificios y quemaba incienso en los altos, sobre los collados y bajo todo árbol frondoso. Yahveh su Dios le entregó en manos del rey de los arameos, que le derrotaron, haciéndole gran número de prisioneros, que fueron llevados a Damasco. Fue entregado también en manos del rey de Israel, que le causó una gran derrota. Pecaj, hijo de Remalías, mató en Judá en un solo día a 120.000, todos ellos hombres valientes; porque habían abandonado a Yahveh, el Dios de sus padres. Zikrí, uno de los valientes de Efraím, mató a Maasías, hijo del rey, a Azricam, mayordomo de palacio, y a Elcaná, segundo después del rey. Los israelitas se llevaron de entre sus hermanos 200.000 prisioneros: mujeres, hijos e hijas. Se apoderaron también de un enorme botín, que se llevaron a Samaría. Había allí un profeta de Yahveh, llamado Oded, que salió al encuentro del ejército que volvía a Samaría, y les dijo: "He aquí que Yahveh, el Dios de vuestros padres, irritado contra Judá, los ha entregado en vuestras manos, mas vosotros los habéis matado con un furor que ha subido hasta el cielo. Y ahora pensáis en someter a los hijos de Judá y de Jerusalén como siervos y siervas vuestros. ¿Es que vosotros mismos no sois culpables contra Yahveh vuestro Dios? Oídme, pues, y dejad volver a vuestros hermanos que habéis tomado prisioneros, porque el furor de la ira de Yahveh viene sobre vosotros." Entonces algunos hombres de los jefes de Efraím: Azarías, hijo de Yehojanán; Berekías, hijo de Mesillemot; Ezequías, hijo de Sallum, y Amasá, hijo de Jadlay, se levantaron contra los que venían de la guerra, y les dijeron: "No metáis aquí a estos prisioneros. ¿Por qué, además de la culpa contra Yahveh que ya tenemos contra nosotros, habláis de aumentar todavía nuestros pecados y nuestro delito?; pues grande es nuestro delito y el furor de la ira amenaza a Israel." Entonces la tropa dejó a los prisioneros y el botín delante de los jefes y de toda la asamblea. Levantáronse entonces los hombres nominalmente designados, reanimaron a los prisioneros y vistieron con el botín a todos los que estaban desnudos, dándoles vestido y calzado. Les dieron de comer y de beber y los ungieron; y transportaron en asnos a todos los débiles, los llevaron a Jericó, ciudad de las palmeras, junto a sus hermanos. Luego se volvieron a Samaría. En aquel tiempo el rey Ajaz envió mensajeros a los reyes de Asiria para que le socorriesen. Porque los de Edom habían venido otra vez y habían derrotado a Judá, llevándose algunos prisioneros. También los filisteos invadieron las ciudades de la Tierra Baja y del Négueb de Judá, y tomaron Bet Semes, Ayyalón, Guederot, Sokó con sus aldeas, Timná con sus aldeas y Guimzó con sus aldeas, y se establecieron allí. Porque Yahveh humillaba a Judá a causa de Ajaz, rey de Israel, que permitía el desenfreno de Judá, y se había rebelado contra Yahveh. Vino contra él Teglatfalasar, rey de Asiria; y le puso sitio, pero no le dominó. Porque Ajaz despojó la Casa de Yahveh y la casa del rey y de los jefes, para dárselo al rey de Asiria, pero de nada le sirvió. Aun en el tiempo del asedio, el rey Ajaz persistió en su rebeldía contra Yahveh. Ofrecía sacrificios a los dioses de Damasco que le habían derrotado, pues se decía: "Los dioses de los reyes de Aram les ayudan a ellos; les ofreceré sacrificios, y me ayudarán a mí." Ellos fueron la causa de su ruina y de la de todo Israel. Ajaz juntó algunos de los utensilios de la Casa de Dios e hizo añicos otros; cerró las puertas de la Casa de Yahveh y fabricó altares en todas las esquinas de Jerusalén. Erigió altos en cada una de las ciudades de Judá, para quemar incienso a otros dioses, provocando así la ira de Yahveh, el Dios de sus padres. El resto de sus hechos y todas sus obras, las primeras y las postreras, está escrito en el libro de los reyes de Judá e Israel. Se acostó Ajaz con sus padres y lo sepultaron dentro de la Ciudad, en Jerusalén: pues no le colocaron en los sepulcros de los reyes de Israel. En su lugar reinó su hijo Ezequías.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

A Jotam, un rey bueno y fiel, le sucede su hijo de Acaz, que sigue un camino completamente opuesto. El Cronista lo considera el peor de los reyes de Judá: "No hizo lo que es recto a los ojos del Señor". Imitó la idolatría de los soberanos del Norte, sacrificando y quemando incienso en las alturas, sobre las lomas y todo árbol frondoso y los superó en infidelidad y depravación. Se alude también al sacrificio de los hijos en la valle Ben-Hinnon en el sureste de Jerusalén como una práctica habitual. Estas graves infidelidades llevan a Acaz a la derrota contra los arameos: "El Señor, su Dios, le entregó en manos del rey de los arameos; éstos lo derrotaron, haciéndole gran número de prisioneros, que fueron llevados a Damasco. También él fue entregado en manos del rey de Israel, que le causó una gran derrota" (v. 5). El Cronista habla también de la derrota sufrida frente a los israelitas del Norte: "Los hijos de Israel se llevaron de entre sus hermanos de Judá a doscientos mil prisioneros: mujeres, hijos e hijas; se apoderaron también de un enorme botín que se llevaron a Samaria" (v. 8). El autor, más allá de la veracidad de este hecho, quiere subrayar, lo absurda que es una guerra entre hermanos. El profeta Oded habló directamente con las tribus del Norte para que dieran la libertad a sus hermanos de Judá. Estas tribus no son mejores que Judá: han cometido muchos pecados ante el Señor (v. 10) y sería mejor para ellos no seguir aumentándolas teniendo prisioneros a sus hermanos de la tribu de Judá. El juicio de Dios - añade el profeta - sería durísimo. Cuatro hombres sabios, de los famosos de Samaria, tres de ellos llevan en su nombre el de Dios, aceptan la palabra del profeta y están de acuerdo con su propuesta de conceder la libertad a los prisioneros. Y así fue, los samaritanos curaron a los prisioneros con aceites, los vistieron, los calzaron y les acompañaron como hombres en plena posesión de su dignidad a Jericó, con sus hermanos del sur. Esta página abre un periodo de paz entre los hermanos. Cuando un creyente en Jesús la lee capta de manera más profunda el sentido de la compasión por el gran parecido con la parábola del Samaritano del evangelio de Lucas. Han sido los samaritanos - considerados enemigos que había que combatir - los que han ayudado a curar al pueblo de Israel derrotado por su apostasía. Es un hecho ejemplar que Jesús resalta varias veces. Estos samaritanos escucharon las palabras del profeta y las pusieron en práctica. Y la piedad venció sobre la guerra y la esclavitud. Hay un paralelismo entre la narración del segundo libro de los Reyes, cuando el profeta, Eliseo, invitó al rey de Israel a actuar humanamente con los prisioneros arameos que habían entrado en Samaría: "Al verlos, el rey de Israel dijo a Eliseo: «¿Padre mío, debo matarlos?». Este respondió: «Si no matas a los que apresas con espada y con arco, ¿cómo matarías a éstos? Mejor dales pan y agua para que coman y beban; en seguida, que vuelvan donde su señor». El rey les sirvió entonces una buena comida, y comieron y bebieron. Después los despidió y regresaron donde su amo; desde ese día las bandas arameas dejaron de hacer incursiones en el territorio de Israel" (2 Re 6,21-23). Acaz, después de las grandes pérdidas a manos de los arameos y de los israelitas, pide ayuda a Asiria para defenderse de los idumeos y de los filisteos. Habría podido pedir ayuda al Señor, y sin embargo sigue buscando la ayuda de los hombres y además extranjeros. El rey asirio, como respuesta, le atacó y lo oprimió en vez de ayudarlo. (v. 20). El Cronista ve en todas estas desgracias la voluntad divina de hacer volver al buen camino al rey y al pueblo de Judá. Pero, aunque le atacaban por todas partes, Acaz no quiso escuchar la Palabra de Dios, que lo habría dirigido hacia la humildad y la sabiduría. A pesar de todo siguió por el camino de la apostasía con mayor convicción. Cuando prevale el orgullo, el ánimo humano se precipita sin ningún freno hacia el abismo. Esta es una lección que tenemos que aprender con temor y temblor. Acaz, ya no era capaz de alzar la mirada del propio yo, cierra también el templo, no permite que el pueblo entre para los actos de culto. Y decide confiar en los ídolos de Damasco. Muere lejos de Dios y fuera de los sepulcros de los reyes de Israel.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.