ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres
Lunes 26 de noviembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

2Crónicas 33,1-25

Manasés tenía doce años cuando comenzó a reinar, y reinó 55 años en Jerusalén. Hizo el mal a los ojos de Yahveh según las abominaciones de las gentes que Yahveh había expulsado delante de los israelitas. Volvió a edificar los altos que su padre Ezequías había derribado, alzó altares a los Baales, hizo cipos, se postró ante todo el ejército de los cielos y les sirvió. Construyó también altares en la Casa de Yahveh, de la que Yahveh había dicho: "En Jerusalén estará mi Nombre para siempre." Edificó altares a todo el ejército de los cielos en los dos patios de la Casa de Yahveh, e hizo pasar a sus hijos por el fuego en el valle de Ben Hinnom; practicó los presagios, los augurios y la hechicería, e hizo traer nigromantes y adivinos, haciendo mucho mal a los ojos de Yahveh y provocando su cólera. Colocó la imagen del ídolo, que había fabricado, en la Casa de Dios, de la cual había dicho Dios a David y a Salomón, su hijo: "En esta Casa y en Jerusalén, que he elegido de entre todas las tribus de Israel, pondré mi Nombre para siempre. Y no apartaré más el pie de Israel de sobre la tierra que di a vuestros padres, con tal que procuren hacer según todo lo que les he mandado, según toda la Ley, los decretos y las normas ordenados por Moisés." Manasés desvió a Judá y a los habitantes de Jerusalén para que hicieran mayores males que las gentes que Yahveh había exterminado delante de los israelitas. Habló Yahveh a Manasés y a su pueblo, pero no hicieron caso. Entonces Yahveh hizo venir sobre ellos a los jefes del ejército del rey de Asiria, que apresaron a Manasés con ganchos, le ataron con cadenas de bronce y le llevaron a Babilonia. Cuando se vio en angustia, quiso aplacar a Yahveh su Dios, humillándose profundamente en presencia del Dios de sus padres. Oró a él y Dios accedió, oyó su oración y le concedió el retorno a Jerusalén, a su reino. Entonces supo Manasés que Yahveh es el Dios. Después de esto edificó la muralla exterior de la Ciudad de David al occidente de Guijón, en el torrente, hasta la entrada de la Puerta de los Peces, cercando el Ofel, y la elevó a gran altura. Puso también jefes del ejército en todas las plazas fuertes de Judá. Quitó de la Casa de Yahveh los dioses extraños, el ídolo y todos los altares que había erigido en el monte de la Casa de Yahveh y en Jerusalén, y los echó fuera de la ciudad. Reedificó el altar de Yahveh y ofreció sobre él sacrificios de comunión y de alabanza, y mandó a Judá que sirviese a Yahveh, el Dios de Israel. Sin embargo, el pueblo ofrecía aún sacrificios en los altos, aunque sólo a Yahveh su Dios. El resto de los hechos de Manasés, su oración a Dios, y las palabras de los videntes que le hablaron en nombre de Yahveh, Dios de Israel, se encuentran escritos en los Hechos de los reyes de Israel. Su oración y cómo fue oído, todo su pecado, su infidelidad, los sitios donde edificó altos y donde puso cipos e ídolos antes de humillarse: todo está escrito en los Hechos de Jozay. Se acostó Manasés con sus padres, y le sepultaron en su casa. En su lugar reinó su hijo Amón. Amón tenía veintidós años cuando empezó a reinar, y reinó dos años en Jerusalén. Hizo el mal a los ojos de Yahveh, como había hecho su padre Manasés. Amón ofreció sacrificios y sirvió a todos los ídolos que había fabricado su padre Manasés. Pero no se humilló delante de Yahveh, como se había humillado su padre Manasés; al contrario, Amón cometió aún más pecados. Se conjuraron contra él sus siervos, y le dieron muerte en su casa. Pero el pueblo de la tierra mató a todos los conjurados contra el rey Amón, y proclamó rey en su lugar a su hijo Josías.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Manasés, hijo de Ezequías, no sólo no siguió el ejemplo del padre, sino que volvió a recorrer los caminos de infidelidad del abuelo, Acaz. El Cronista inicia el relato repitiendo lo dicho sobre el reinado de Acaz "Hizo el mal a los ojos del Señor" imitando las costumbres abominables de las naciones a las que el Señor quitó el país para dárselo a Israel. Volvió a edificar los santuarios altos que su padre Ezequías había derribado, levantó altares a los baales, hizo troncos sagrados, se postró ante todo el ejército de los cielos y les sirvió." (v. 2-3). Incluso "Colocó el ídolo que había fabricado en la Casa de Dios, de la cual había dicho Dios a David y a Salomón su hijo: «En esta Casa y en Jerusalén, que he elegido entre las tribus de Israel, pondré mi Nombre para siempre" (v. 7). Con estas decisiones el rey retiraba a Israel la protección de Dios. El Señor, había prometido que no alejaría su pueblo de la tierra en la que lo había hecho entrar con la condición de que respetase la Ley (v. 8). El rey estaba alejando Judá de Dios, empujándolo a portarse peor que los paganos (v. 9). El Señor habló al rey y a su pueblo, pero no quisieron escuchar (v. 10). La impiedad de Manasés tuvo consecuencias catastróficas. Le hicieron prisionero y lo llevaron, encadenado en una cadena doble, arrastrado por ganchos colocados en la mandíbula, atado como un perro, a Babilonia. Manasés, ante esta amarga esclavitud, comprendió su error y suplicó al Señor: "Dios accedió, escuchó su oración y le concedió que volviera a Jerusalén y reinara nuevamente. Entonces supo Manasés que sólo el Señor es Dios" (v. 13). Pide perdón por haberse alejado de Dios y esto nos recuerda el lenguaje de la promesa que Dios hizo a Salomón: "si mi pueblo, sobre el cual es invocado mi Nombre, se humilla, rezando y buscando mi rostro, y se vuelven de sus malos caminos, yo entonces los oiré desde los cielos, perdonaré su pecado y sanaré su tierra" (2 Cr 7,14). Dios, se mostró muy diferente de los ídolos que el rey invocaba. Sólo el Dios de Israel es capaz de escuchar y ver la situación de extremo sufrimiento de sus hijos. Y sólo Él tiene un brazo potente. Manasés experimentó personalmente el amor de Dios. Y se convirtió en un hombre nuevo. No se trató sólo de volver a ocupar el trono de Jerusalén en su patria, sino de un cambio radical del corazón. Se convirtió en un rey bueno que se preocupaba de su pueblo: se comprometió a hacer una ciudad segura y quitó del templo todos los objetos que podían inducir a la idolatría: "Reedificó el altar del Señor y ofreció sacrificios de comunión y de alabanza; y mandó a Judá que sirviera al Señor, el Dios de Israel." (v. 16). Manasés representa el ejemplo del creyente que se convierte: había pecado, se humilló ante Dios y confió de nuevo en su Ley. El Señor, canta el salmo, se inclina hacia el humilde: Excelso es el Señor, y mira al humilde, al soberbio lo reconoce desde lejos!" (Sal 138,6). El pueblo, aunque había escuchado las palabras del rey, no lo siguió del todo: volvió a adorar al Señor, pero se siguió sintiendo atraído por otros lugares. Como no había experimentado, como Manasés, la esclavitud, no sintió la urgencia de la obediencia radical. Y quizás esta falta de radicalidad en el seguimiento del Señor favoreció la apostasía del nuevo joven rey, Amón que subió al trono después de su padre Manasés. El: "Hizo el mal a los ojos de Yavé,... y sirvió a todos los ídolos que había hecho su padre" (v. 22). Y sobre todo, "no se humilló delante de Yavé como lo había hecho su padre Manasés. Al contrario, Amón cometió aún más pecados" (v. 23). Las repetidas maldades del rey de Judá llevaron lentamente Judá hacia la ruina. El juicio de Dios se abatió sobre Amón que fue asesinado en una intriga de la corte. La salvación del pueblo del Señor no llega a través de rebeliones contra poderes extranjeros. Llega sólo confiando en el Señor con todo el corazón. La defensa de Judá y sus ciudades se realiza volviendo al Señor y sirviéndole sólo a El.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.