ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias

Memoria de los santos y de los profetas

La Iglesia bizantina venera hoy a san Saba (†532) «archimandrita de todos los ermitaños de Palestina». Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 5 de diciembre

La Iglesia bizantina venera hoy a san Saba (†532) «archimandrita de todos los ermitaños de Palestina».


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Romanos 1,16-17

Pues no me avergüenzo del Evangelio, que es una fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree: del judío primeramente y también del griego. Porque en él se revela la justicia de Dios, de fe en fe, como dice la Escritura: El justo vivirá por la fe.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Pablo acaba de hablar de su deseo de predicar el Evangelio también en Roma. No se trata ni de una presunción ni de una obsesión suyas. El apóstol sabe que el Evangelio es un tesoro que ha recibido y que debe comunicar a los demás, sobre todo a los paganos. Y no se avergüenza de ello porque el Evangelio contiene la «fuerza de Dios», es decir, una fuerza capaz de obrar la «salvación de todo el que cree». Por eso la justicia de Dios es entendida como una justicia que salva, no que condena. Y la fe no es ante todo la aceptación de una doctrina sino la adhesión plena y total a Jesús que transforma el corazón y lo hace vivir según la novedad del Evangelio. Y todos, primero los judíos y luego también los griegos, están llamados a acoger al Señor. El ansia de comunicar este Evangelio de Jesús «devora» al apóstol Pablo. Y, en realidad, debería devorar a los discípulos de todos los tiempos. Podemos decir que al inicio de este nuevo milenio es urgente una renovada y apasionada predicación evangélica. Para subrayar la urgencia de la fe, el apóstol cita un pasaje del profeta Habacuc: «Sucumbirá quien no tiene el alma recta, mas el justo por su fidelidad vivirá» (Ha 2,4). Quien no tiene el alma recta es el impío, es decir, aquel que se ha alejado de Dios. El justo, en cambio, es quien sigue siendo fiel a Dios y confía en él. Por eso la vida verdadera solo viene de la fe, de abandonarse a Dios. Muchas son las formas con las que los hombres de nuestro tiempo tratan de dar un sentido a su vida; a menudo recorren caminos que resultan inciertos y falaces. El camino para obtener la vida plena está iluminado por la fe y el temor de Dios. Es el camino de Jesús: quien sigue el Evangelio derrota el pecado y la muerte y se vuelve partícipe de su misma resurrección. El Evangelio, por tanto, es una fuerza que cambia, es una energía que transforma. Y Pablo es testigo directo de ello: su propia vida ha sido transformada y se ha puesto al servicio del Señor. Desde el inicio el apóstol quiere subrayar el tema que desarrollará a lo largo de toda la carta.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.