ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres
Lunes 14 de enero


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Romanos 5,12-21

Por tanto, como por un solo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte y así la muerte alcanzó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron; - porque, hasta la ley, había pecado en el mundo, pero el pecado no se imputa no habiendo ley; con todo, reinó la muerte desde Adán hasta Moisés aun sobre aquellos que no pecaron con una transgresión semejante a la de Adán, el cual es figura del que había de venir... Pero con el don no sucede como con el delito. Si por el delito de uno solo murieron todos ¡cuánto más la gracia de Dios y el don otorgado por la gracia de un solo hombre Jesucristo, se han desbordado sobre todos! Y no sucede con el don como con las consecuencias del pecado de uno solo; porque la sentencia, partiendo de uno solo, lleva a la condenación, mas la obra de la gracia, partiendo de muchos delitos, se resuelve en justificación. En efecto, si por el delito de uno solo reinó la muerte por un solo hombre ¡con cuánta más razón los que reciben en abundancia la gracia y el don de la justicia, reinarán en la vida por un solo, por Jesucristo! Así pues, como el delito de uno solo atrajo sobre todos los hombres la condenación, así también la obra de justicia de uno solo procura toda la justificación que da la vida. En efecto, así como por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo todos serán constituidos justos. La ley, en verdad, intervino para que abundara el delito; pero donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia; así, la mismo que el pecado reinó en la muerte, así también reinaría la gracia en virtud de la justicia para vida eterna por Jesucristo nuestro Señor.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Reanudamos la lectura de la Epístola a los Romanos. El apóstol Pablo quiere mostrar a los cristianos de Roma la fuerza y la universalidad del amor de Jesús. Habla de Adán, el primer hombre según la narración del Génesis, para recordar que todos los hombres son Adán, es decir, pecadores y, por tanto, están sujetos a la consecuencia última del pecado que es la muerte: «todos pecaron». El pecado no es solo un gesto malvado, una acción errónea puntual y cerrada en sí misma. Fruto del pecado son también las dimensiones de debilidad y de fragilidad que nos pertenecen. Estas son fruto de ese orgullo y esa autosuficiencia enraizados en nuestro corazón y que nos alejan de Dios poniéndonos a merced de las fuerzas del mal. En definitiva, el «pecado original» es el de Adán, que la humanidad entera lleva consigo. Cada hombre y cada mujer, así como la creación, están marcados por una condición común y personal de debilidad. Y todos, hombres y creación, esperamos un nuevo nacimiento. Pablo afirma que, puesto que todos los hombres han experimentado la perdición por obra de un solo hombre –Adán–, ahora todos pueden alcanzar la salvación mediante un solo hombre –Jesucristo–. Es él quien, por amor, cargó con todo el peso de tristeza, de violencia, de desesperación, de enemistad y de muerte que pesa sobre la vida de la humanidad. Con su muerte Jesús destruyó toda muerte y con su resurrección abrió el camino de la justicia y de la paz. Los discípulos están llamados a dar gracias por este misterio de gracia y de liberación, que Dios escondió a sabios y a poderosos pero que reveló a los pequeños. Por gracia todos participamos en este misterio hasta convertirnos en testigos creíbles en el mundo. El cristiano experimenta la sobreabundancia del don impresionante que acompaña su vida. Ha sido liberado de la fuerza del pecado y del mal y ahora su vida se introduce en un nuevo diseño marcado por la esperanza. Jesús lo rescata del hombre viejo, de una vida carente de sentido. Ante él se abre un camino que es el Evangelio de Jesús.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.