ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias

Memoria de la Madre del Señor

Fiesta del Cristo negro de Esquipulas, en Guatemala, venerado en todo Centro América. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 15 de enero

Fiesta del Cristo negro de Esquipulas, en Guatemala, venerado en todo Centro América.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Romanos 6,12-14

No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal de modo que obedezcáis a sus apetencias. Ni hagáis ya de vuestros miembros armas de injusticia al servicio del pecado; sino más bien ofreceos vosotros mismos a Dios como muertos retornados a la vida; y vuestros miembros, como armas de justicia al servicio de Dios. Pues el pecado no dominará ya sobre vosotros, ya que no estáis bajo la ley sino bajo la gracia.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Pablo afirma que el pecado ya no tiene el dominio absoluto sobre la vida de los discípulos. Estos reciben la fuerza y la energía suficientes para hacerle frente. Por tanto, el apóstol exhorta a escoger entre la esclavitud de los deseos terrenales que caracterizan al hombre viejo, y la obediencia a Dios y al Espíritu, propia del hombre nuevo que surge de la unión con Jesús. Quien se somete al pecado se convierte en un esclavo. Sin embargo, quien escoge ofrecerse a Dios realiza su salvación gracias a una atención vigilante y perseverante ante lo que ya pertenece al pasado. La vida del creyente es siempre una lucha entre estas dos fuerzas; la misma lucha que Jesús vivió para combatir el mal hasta derrotarlo. A través de su muerte y resurrección, Jesús privó al pecado de su fuerza imparable. El mal ha perdido su primacía, pero permanece siempre al acecho, como escribe el libro del Génesis: «Si no obras bien, a la puerta está el pecado acechando» (4,7). Escogiendo obedecer al Espíritu, la vida del creyente se convierte en una ofrenda generosa y alegre al Señor y a los hermanos. El mismo Jesús vivió su existencia terrenal como una ofrenda total al Padre por la salvación de cada hombre. Nosotros, discípulos de la última hora, estamos llamados a seguirlo por este mismo camino. Es la única manera de librarnos del dominio del pecado que intenta someternos de cualquier modo a sus deseos. Pero el Señor, que conoce nuestra debilidad, nos da su gracia en abundancia.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.