ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres
Lunes 28 de enero


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Romanos 10,1-21

Hermanos, el anhelo de mi corazón y mi oración a Dios en favor de ellos es que se salven. Testifico en su favor que tienen celo de Dios, pero no conforme a un pleno conocimiento. Pues desconociendo la justicia de Dios y empeñándose en establecer la suya propia, no se sometieron a la justicia de Dios. Porque el fin de la ley es Cristo, para justificación de todo creyente. En efecto, Moisés escribe acerca de la justicia que nace de la ley: Quien la cumpla, vivirá por ella. Mas la justicia que viene de la fe dice así: No digas en tu corazón ¿quién subirá al cielo?, es decir: para hacer bajar a Cristo; o bien: ¿quién bajará al abismo?, es decir: para hacer subir a Cristo de entre los muertos. Entonces, ¿qué dice? Cerca de ti está la palabra: en tu boca y en tu corazón, es decir, la palabra de la fe que nosotros proclamamos. Porque, si confiesas con tu boca que Jesús es Señor y crees en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo. Pues con el corazón se cree para conseguir la justicia, y con la boca se confiesa para conseguir la salvación. Porque dice la Escritura: Todo el que crea en él no será confundido. Que no hay distinción entre judío y griego, pues uno mismo es el Señor de todos, rico para todos los que le invocan. Pues todo el que invoque el nombre del Señor se salvará. Pero ¿cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Cómo creerán en aquel a quien no han oído? ¿Cómo oirán sin que se les predique? Y ¿cómo predicarán si no son enviados? Como dice la Escritura: ¡Cuán hermosos los pies de los que anuncian el bien! Pero no todos obedecieron a la Buena Nueva. Porque Isaías dice: ¡Señor!, ¿quién ha creído a nuestra predicación? Por tanto, la fe viene de la predicación, y la predicación, por la Palabra de Cristo. Y pregunto yo: ¿Es que no han oído? ¡Cierto que sí! Por toda la tierra se ha difundido su voz y hasta los confines de la tierra sus palabras. Pero pregunto: ¿Es que Israel no comprendió? Moisés es el primero en decir: Os volveré celosos de una que no es nación; contra una nación estúpida os enfureceré. Isaías, a su vez, se atreve a decir: Fui hallado de quienes no me buscaban; me manifesté a quienes no preguntaban por mi. Mas a Israel dice: Todo el día extendí mis manos hacia un pueblo incrédulo y rebelde.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El apóstol se pregunta por qué Israel, el pueblo que Dios había elegido y que debería haber sido el primero en obtener la salvación, no la ha alcanzado ya. La respuesta, según el apóstol, es que Israel no ha comprendido que la salvación se obtiene a través de la fe en el Señor Jesús y no por medio de las obras de la Ley. Esto queda ya claro en las mismas Escrituras. La salvación que el Señor da a sus hijos debe ser acogida y crecer, pero esta disminuye cuando el creyente confía solo en sus obras. Es como decir que la concentración sobre uno mismo, sobre nuestras acciones y convicciones, aunque estén llenas de prácticas y de ritos religiosos, esconde el orgullo de poseer la salvación no como don de Dios sino como fruto de nosotros mismos. Eso precisamente le ocurrió a Israel, el pueblo elegido por Dios pero que convirtió la observancia de la ley en la dimensión fundamental de la religiosidad y no reconoció la revelación de Cristo. Ante este riesgo, el apóstol recuerda que el primer deber del creyente es escuchar y proclamar el Evangelio. Y en unos pocos interrogantes resume la misión misma de la Iglesia en el mundo: «¿Cómo creerán en aquel a quien no han oído? ¿Cómo oirán sin que se les predique? Y ¿cómo predicarán si no son enviados?». Ante la urgencia del Evangelio, el apóstol no tiene miedo de subrayar la relación directa entre predicación y fe. Es lo mismo que están llamados a descubrir hoy los creyentes: «La fe viene de la predicación, y la predicación, por la palabra de Cristo». La adhesión al Evangelio y el compromiso por comunicarlo son un verdadero reto para nuestra generación. Es esa primacía de la Palabra de Dios en la vida de la Iglesia que recuerda el apóstol también a través de esta página suya: es el camino, el único, para dar a conocer y amar al Señor. La palabra del Evangelio se revela al mundo para que todos puedan conocer la salvación, la salvación presente, que alcanzará su cumplimiento el día en que Dios sea todo en todos.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.