ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 14 de marzo


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Primera Corintios 13,1-13

Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo caridad, soy como bronce que suena o címbalo que retiñe. Aunque tuviera el don de profecía, y conociera todos los misterios y toda la ciencia; aunque tuviera plenitud de fe como para trasladar montañas, si no tengo caridad, nada soy. Aunque repartiera todos mis bienes, y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad, nada me aprovecha. La caridad es paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe; es decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta. La caridad no acaba nunca. Desaparecerán las profecías. Cesarán las lenguas. Desaparecerá la ciencia. Porque parcial es nuestra ciencia y parcial nuestra profecía. Cuando vendrá lo perfecto, desaparecerá lo parcial. Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño. Al hacerme hombre, dejé todas las cosas de niño. Ahora vemos en un espejo, en enigma. Entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de un modo parcial, pero entonces conoceré como soy conocido. Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de todas ellas es la caridad.

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Esta es una de las páginas más conocidas del apóstol Pablo. Y lo es con motivo, porque toca uno de los puntos clave del Evangelio del amor. Para indicar el amor evangélico, Pablo utiliza el término griego agape, que en comparación con otros como eros y philia era el menos utilizado. El amor cristiano era tan desconocido que era necesario encontrar un término nuevo. Se trataba de un amor inconcebible humanamente, y que tenía su modelo culminante en Jesús: un amor desinteresado, gratuito, incluso injustificado, porque continúa actuando –y es lo menos que se puede decir– incluso fuera de la reciprocidad. El ágape es el amor de Dios infundido en nuestros corazones. Es un «carisma» en el sentido que es un don que Dios nos hace de manera gratuita. El apóstol puede decir que es el carisma más alto, precisamente porque es Dios mismo. Por eso el agape (el amor evangélico) no puede ser el fruto de nuestro trabajo. El agape debe ser acogido, custodiado, alimentado, fortalecido y hecho crecer. Por eso es presentado también como un «camino» que hay que recorrer. Pero ante todo es un don; si falta ese don es inútil hablar la lengua de los ángeles, inútil poseer el don de profecía, inútil incluso la fe, así como despojarse de sí mismo. El amor evangélico es la sustancia de la salvación, porque es Dios mismo. Quien lo acoge es tolerante, benévolo, humilde, paciente, bueno, misericordioso. La lista de adjetivos dibuja los peldaños que forman el camino de la perfección. Cada creyente debe recorrerlos: es el mejor de todos los caminos, y el que se indica a todos. Sin el amor todo lo demás no vale nada. El amor es fuente de todo bien, y solo él es, desde este momento, la eternidad.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.