ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 21 de marzo


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Primera Corintios 16,1-24

En cuanto a la colecta en favor de los santos, haced también vosotros tal como mandé a las Iglesias de Galacia. Cada primer día de la semana, cada uno de vosotros reserve en su casa lo que haya podido ahorrar, de modo que no se hagan las colectas cuando llegue yo. Cuando me halle ahí, enviaré a los que hayáis considerado dignos, acompañados de cartas, para que lleven a Jerusalén vuestra liberalidad. Y si vale la pena de que vaya también yo, irán conmigo. Iré donde vosotros después de haber atravesado Macedonia; pues por Macedonia pasaré. Tal vez me detenga entre vosotros y hasta pase ahí el invierno, para que vosotros me encaminéis adonde haya de ir. Pues no quiero ahora veros sólo de paso: espero estar algún tiempo entre vosotros, si así lo permite el Señor. De todos modos, seguiré en Éfeso hasta Pentecostés: porque se me ha abierto una puerta grande y prometedora, y los enemigos son muchos. Si se presenta Timoteo, procurad que esté sin temor entre vosotros, pues trabaja como yo en la obra del Señor. Que nadie le menosprecie. Procurad que vuelva en paz a mí, que le espero con los hermanos. En cuanto a nuestro hermano Apolo, le he insistido mucho para que vaya donde vosotros con los hermanos; pero no tiene intención alguna de ir ahora. Irá cuando tenga oportunidad. Velad, manteneos firmes en la fe, sed hombres, sed fuertes. Haced todo con amor. Os hago una recomendación, hermanos. Sabéis que la familia de Estéfanas son las primicias de Acaya y se han puesto al servicio de los santos. También vosotros mostraos sumisos a ellos y a todo aquel que con ellos trabaja y se afana. Estoy lleno de alegría por la visita de Estéfanas, de Fortunato y de Acaico, que han suplido vuestra ausencia. Ellos han tranquilizado mi espíritu y el vuestro. Sabed apreciar a estos hombres. Las Iglesias de Asia os saludan. Os envían muchos saludos Aquila y Prisca en el Señor, junto con la Iglesia que se reúne en su casa. Os saludan todos los hermanos. Saludaos los unos a los otros con el beso santo. El saludo va de mi mano, Pablo. El que no quiera al Señor, ¡sea anatema! «Maran atha.» ¡Que la gracia del Señor Jesús sea con vosotros! Os amo a todos en Cristo Jesús.

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

El apóstol, al final de la carta, da a conocer sus proyectos a los corintios y les invita a estar atentos y ser respetuosos en todo. Y es singular que el primer gesto que recuerda es la colecta para la comunidad de Jerusalén, que el apóstol vincula a la celebración eucarística del domingo: «Los primeros días de la semana». Pablo sabe bien que el amor empieza con la preocupación por los necesitados, en este caso los cristianos de la comunidad madre de Jerusalén, que está viviendo momentos difíciles. Es una enseñanza que debería tener un espacio más amplio en las comunidades cristianas de este inicio de milenio. La vida de la comunidad debe ser cuidada en todos sus aspectos, incluso en los de la acogida concreta. Por eso exhorta a los cristianos de Corinto a los que tanto ama: «Hacedlo todo con amor» (v. 14). El amor de Cristo es el corazón de esta primera letra; en verdad es el centro mismo del anuncio evangélico. No obstante, el amor evangélico –como ya se ha dicho– tiene un comienzo propio: la atención a los más pobres y a los más necesitados. Si existe esa tensión de amor, es más fácil el amor fraterno dentro de la comunidad. El amor por los pobres es una medicina para curar las divisiones internas. El amor, por tanto, es la base de toda comunidad cristiana. Del amor nace la acogida que hay que dispensar a Timoteo y a todo aquel que esté encargado de guiar a la comunidad, como también a aquellos que vienen de fuera. En la comunidad del amor surge también la paz. Sin embargo el amor no es un sentimiento que se adquiere una vez para siempre. Por su propia naturaleza, el amor es cotidiano. Por eso el apóstol exhorta a los corintios: «Velad, manteneos firmes en la fe, sed hombres, sed fuertes» (v. 13). La conclusión del apóstol es hermosa y conmovedora: «Os amo a todos en Cristo Jesús». Eso es lo que cada creyente debe decir a sus hermanos y hermanas. Es lo que hoy cada comunidad cristiana debe decir al mundo.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.