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Lunes del ángel
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Lunes 1 de abril

Lunes del Ángel


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Cristo ha resucitado de entre los muertos y no muere más!
El nos espera en Galilea!

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 28,8-15

Ellas partieron a toda prisa del sepulcro, con miedo y gran gozo, y corrieron a dar la noticia a sus discípulos. En esto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: «¡Dios os guarde!» Y ellas, acercándose, se asieron de sus pies y le adoraron. Entonces les dice Jesús: «No temáis. Id, avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán.» Mientras ellas iban, algunos de la guardia fueron a la ciudad a contar a los sumos sacerdotes todo lo que había pasado. Estos, reunidos con los ancianos, celebraron consejo y dieron una buena suma de dinero a los soldados, advirtiéndoles: «Decid: "Sus discípulos vinieron de noche y le robaron mientras nosotros dormíamos." Y si la cosa llega a oídos del procurador, nosotros le convenceremos y os evitaremos complicaciones.» Ellos tomaron el dinero y procedieron según las instrucciones recibidas. Y se corrió esa versión entre los judíos, hasta el día de hoy.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Cristo ha resucitado de entre los muertos y no muere más!
El nos espera en Galilea!

Aleluya, aleluya, aleluya.

La Iglesia, como si no nos quisiera hacer salir de la Pascua, nos hace permanecer dentro del día de la resurrección. Y nos presenta a Jesús que va al encuentro de las mujeres mientras estas corrían hacia la casa donde se encontraban los discípulos. Jesús les dice: «No temáis. Id, avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán». El maestro quiere que el Evangelio de la resurrección sea anunciado y que «sus hermanos» lo encuentren. Es una invitación que sirve para todos los discípulos. En realidad toda generación debe alcanzar su propia Galilea para encontrar al resucitado. No faltan quienes querrían impedir el anuncio de la Pascua. El evangelista narra que los sumos sacerdotes, asustados por el relato de los soldados, les corrompen con el dinero y les convencen para que mientan: el cuerpo de Jesús ha sido robado por los discípulos mientras ellos dormían. Son dos testimonios opuestos: dos pobres mujeres contra los soldados que eran mucho más creíbles. Es extraordinario escuchar este evangelio. El mundo quiere las tumbas cerradas y se sirve de la mentira y de la corrupción para que no se difunda la noticia de que él ha resucitado. El príncipe del mal está dispuesto a todo para que no se difunda la noticia liberadora de la victoria de la vida sobre la muerte y del amor por los otros sobre el amor por uno mismo. Desde entonces, quien anuncie esta noticia podrá ser llevado ante reyes y jueces para ser condenado. En este mundo nuestro hay una cultura de muerte que comienza ya desde los primeros años de vida con la educación para el egoísmo y para pensar solo en uno mismo, que luego se convierte en desprecio por la vida de los demás y por la vida de quienes sufren. La cultura de la muerte droga a los vivos, les embrutece y les apaga para que sean esclavos y justifica el comercio de la muerte: se oculta el alimento a los hambrientos, se ofrece la droga a los resignados y se venden las armas a los airados. Y se muere, se muere en muchos países de formas diversas creyendo que esto sucede por motivos diferentes, pero el diseño es el mismo, es el diseño de la cultura de muerte que quiere que los hombres, desde que son jóvenes, sean estúpidos y egoístas para hacerles siervos. La intimidación y la corrupción quieren hacer callar al Evangelio de la vida: no han conseguido hacer callar al Señor Jesús y le han matado. Quieren hacer callar también a sus discípulos. ¡No temáis! Bastan dos pobres mujeres, obedientes en todo al Evangelio, para vencer las intrigas de los sumos sacerdotes.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.