ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres
Lunes 22 de abril


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Segunda Corintios 10,12-18

Ciertamente no osamos igualarnos ni compararnos a algunos que se recomiendan a sí mismos. Midiéndose a sí mismos según su opinión y comparándose consigo mismos, obran sin sentido. Nosotros, en cambio, no nos gloriaremos desmesuradamente; antes bien, nos mediremos a nosotros mismos por la norma que Dios mismo nos ha asignado como medida al hacernos llegar también hasta vosotros. Porque no traspasamos los límites debidos, como sería si no hubiéramos llegado hasta vosotros; hasta vosotros hemos llegado con el Evangelio de Cristo. No nos gloriamos desmesuradamente a costa de los trabajos de los demás; sino que esperamos, mediante el progreso de vuestra fe, engrandecernos cada vez más en vosotros conforme a nuestra norma, extendiendo el Evangelio más allá de vosotros en lugar de gloriarnos en territorio ajeno por trabajos ya realizados. El que se gloríe, gloríese en el Señor. Que no es hombre de probada virtud el que a sí mismo se recomienda, sino aquel a quien el Señor recomienda.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Pablo continúa defendiendo su ministerio apostólico ante sus opositores, volviendo a subrayar que el único motivo del que se puede gloriar es el Evangelio. Habla de sus acusadores con ironía diciendo que son grandes personalidades, pues se recomiendan a ellos mismos. En realidad su actuación de gloriarse es mezquina. Ante la necedad de los adversarios, Pablo tiene la conciencia de que debe gloriarse no por méritos adquiridos por él mismo, sino solo porque el Señor lo ha elegido para hacerlo partícipe de su diseño de amor para la vida de los hombres. La existencia misma de la comunidad de Corinto, que él fundó, era la prueba de que Dios lo había elegido para que el Evangelio fuera predicado. Por tanto, yendo a Corinto, Pablo no había sobrepasado («no traspasamos los límites debidos») los límites indicados por el Señor. Al contrario, el Señor mismo le había enviado junto a ellos y ahora el Señor le enviaba a predicar «extendiendo el Evangelio más allá de vosotros en lugar de gloriarnos en territorio ajeno por trabajos ya realizados» (v. 16) En Pablo se percibe una clarísima ansia misionera: llevar el Evangelio allí donde no es conocido. Es una enseñanza que debemos acoger más atentamente de lo que hacemos. Para el apóstol era una preocupación constante, tal como escribe a los romanos: «teniendo así, como punto de honra, no anunciar el Evangelio sino allí donde el nombre de Cristo no era aún conocido, para no construir sobre cimientos ya puestos por otros» (Rm 15,20). Es tan intensa su ansia que tiene para que el Evangelio llegue hasta los extremos de la tierra que continúa diciendo que querría ir antes a Roma y luego a España. Esta es su mayor preocupación, que le hace recordar todo lo que escribió Jeremías: «mas en esto se alabe quien se alabare» (Jr 9,23). Todo lo bueno nace, no de nuestros cálculos, sino de la voluntad del Señor. Es al Señor a quien debemos mirar, a él hay que escuchar y a él hay que obedecer. El apóstol puede decir ante todos los corintios que se ha ceñido a esta obediencia y de ese modo no ha hecho sino imitar a Jesús, que vino, tal como dijo a menudo, a hacer no su voluntad sino la voluntad del Padre que está en los cielos.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.