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Memoria de los apóstoles
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Memoria de los apóstoles

Recuerdo de san Marcos; compartió con Bernabé y Pablo y luego con Pedro, el empeño por dar testimonio del Evangelio y predicarlo. Es el autor del primer evangelio escrito. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de los apóstoles
Jueves 25 de abril

Recuerdo de san Marcos; compartió con Bernabé y Pablo y luego con Pedro, el empeño por dar testimonio del Evangelio y predicarlo. Es el autor del primer evangelio escrito.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si morimos con él, viviremos con él,
si perseveramos con él, con él reinaremos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Marcos 16,15-20

Y les dijo: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará. Estas son las señales que acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien.» Con esto, el Señor Jesús, después de hablarles, fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios. Ellos salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si morimos con él, viviremos con él,
si perseveramos con él, con él reinaremos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hoy las Iglesias de Oriente y de Occidente recuerdan juntas al evangelista Marcos. Era primo de Bernabé y en su casa se reunían los primeros cristianos para rezar, según el testimonio de Lucas (Hch 12,12). Según algunos, Marcos se identifica con el joven que huye desnudo en el momento del arresto de Jesús. Hacia el año 44 acompañó a Pablo y Bernabé a Chipre y a Panfilia en el primer viaje misionero del apóstol. Volvió a encontrar al apóstol en Roma y se quedó junto a él durante el tiempo de prisión. Escogió seguir a Pedro que en su primera carta, como hemos escuchado, le llama «hijo mío» y la tradición dice que fue su intérprete. Consintiendo en la petición de los cristianos de Roma él fijó por escrito la predicación de Pedro recogiendo con precisión todo lo que Pedro recordaba de las cosas que Jesús dijo e hizo. Así escribió el primer Evangelio. El recuerdo del evangelista está ligado de modo especial a Alejandría, donde fundó la Iglesia y sufrió el martirio. Vivió así la tensión misionera presente en las palabras conclusivas de su evangelio. En pocas líneas resume el corazón del mensaje cristiano que los discípulos deben predicar hasta los confines de la tierra. La liturgia copta, la de la Iglesia de Egipto, llama a Marcos «el testimonio de los sufrimientos del Hijo unigénito». Marcos, en el evangelio que escribió, anima a fijar la mirada en el misterio del Siervo sufriente en el que se esconde la gloria del Hijo del hombre. No es casualidad que el primero que se convierte a la fe cristiana en el momento de la muerte de Jesús sea el centurión romano. Este, al ver cómo moría aquel justo, dijo: «Verdaderamente este hombre era hijo de Dios» (Mc 15,39). Hoy podría ser el momento útil para empezar a leer todo el Evangelio de Marcos y acoger el corazón de este discípulo e imitar su pasión.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.