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Memoria de los pobres
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Memoria de los pobres

Recuerdo de santa Catalina de Siena (1347-1380); trabajó por la paz, por la unidad de los cristianos y por los pobres. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres
Lunes 29 de abril

Recuerdo de santa Catalina de Siena (1347-1380); trabajó por la paz, por la unidad de los cristianos y por los pobres.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Segunda Corintios 13,1-13

Por tercera vez voy a vosotros. Por la palabra de dos o tres testigos se zanjará todo asunto. Ya lo tengo dicho a los que anteriormente pecaron y a todos los demás, y vuelvo a decirlo de antemano ahora que estoy ausente, lo mismo que la segunda vez estando presente: Si vuelvo otra vez, obraré sin miramientos, ya que queréis una prueba de que habla en mí Cristo, el cual no es débil para con vosotros, sino poderoso entre vosotros. Pues, ciertamente, fue crucificado en razón de su flaqueza, pero está vivo por la fuerza de Dios. Así también nosotros: somos débiles en él, pero viviremos con él por la fuerza de Dios sobre vosotros. Examinaos vosotros mismos si estáis en la fe. Probaos a vosotros mismos. ¿No reconocéis que Jesucristo está en vosotros? ¡A no ser que os encontréis ya reprobados! Espero que reconoceréis que nosotros no estamos reprobados. Rogamos a Dios que no hagáis mal alguno. No para que nosotros aparezcamos probados, sino para que obréis el bien, aun cuando quedáramos nosotros reprobados. Pues nada podemos contra la verdad, sino sólo a favor de la verdad. Ciertamente, nos alegramos cuando somos nosotros débiles y vosotros fuertes. Lo que pedimos es vuestro perfeccionamiento. Por eso os escribo esto ausente, para que, presente, no tenga que obrar con severidad conforme al poder que me otorgó el Señor para edificar y no para destruir. Por lo demás, hermanos, alegraos; sed perfectos; animaos; tened un mismo sentir; vivid en paz, y el Dios de la caridad y de la paz estará con vosotros. Saludaos mutuamente con el beso santo. Todos los santos os saludan. La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Pablo, en la conclusión de la carta, habla con tono cordial y anuncia una vez más su tercera visita. Recordando un texto del Deuteronomio sobre la validez de los testigos en las decisiones más transcendentales, considera que aquel será un momento importante porque habrá que reafirmar el Evangelio que ha anunciado como la base de la vida personal y comunitaria. Pablo recuerda uno de los pilares de la vida cristiana: el apóstol, y el que está llamado a sucederle, habla en nombre de Cristo y poco importa su debilidad e incluso sus cualidades humanas. Lo que le hace fuerte es identificarse con Cristo, y haber sido enviado por Cristo. La fuerza de Cristo no se manifiesta en las cualidades humanas de los discípulos, sino solo en la debilidad que sabe acoger el amor sin límites de Cristo. Esta es la «fuerza débil» que da vida a la comunidad, que la edifica y que la hace «poderosa» contra las fuerzas del mal de este mundo. Todos somos débiles, pero en nosotros se manifiesta cada día la potencia de Dios que da vida. Tal vez los corintios, olvidando esta verdad fundamental de la vida cristiana, se habían fiado de aquellos que confiaban en sus propias fuerzas. Y, dominados por los problemas y los conflictos internos, se habían olvidado incluso de que Jesucristo vivía en la comunidad. Aun así, el apóstol no quiere visitar la comunidad para tratar los problemas internos y, como consecuencia, actuar severamente. Él querría que los corintios se decidieran en favor del Evangelio antes de su visita. Por eso les invita a actuar según la verdad, a ser firmes y fuertes, pidiendo paz y viviendo un amor recíproco. Las palabras del apóstol están llenas de delicadeza y de amor, pero también manifiestan la firmeza del apóstol que no tiene miedo de pedir a su comunidad que se decida por el Evangelio y por el Señor: «Alegraos; sed perfectos; animaos; tened un mismo sentir; vivid en paz, y el Dios del amor y de la paz estará con vosotros» (v. 11). Así cierra el apóstol su segunda carta a los corintios. Sus palabras llegan hasta nosotros para que las acojamos como una invitación acuciante a vivir también nosotros en el amor recíproco, conscientes y agradecidos por la fuerza que Dios ha manifestado en nuestra debilidad para la edificación de la comunidad y para la comunicación del Evangelio hasta los extremos de la tierra.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.