ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias

Memoria de los santos y de los profetas

Los judíos celebran la fiesta de Shavuot (Pentecostés). Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 15 de mayo

Los judíos celebran la fiesta de Shavuot (Pentecostés).


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Colosenses 1,24-29

Ahora me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia, de la cual he llegado a ser ministro, conforme a la misión que Dios me concedió en orden a vosotros para dar cumplimiento a la Palabra de Dios, al Misterio escondido desde siglos y generaciones, y manifestado ahora a sus santos, a quienes Dios quiso dar a conocer cuál es la riqueza de la gloria de este misterio entre los gentiles, que es Cristo entre vosotros, la esperanza de la gloria, al cual nosotros anunciamos, amonestando e instruyendo a todos los hombres con toda sabiduría, a fin de presentarlos a todos perfectos en Cristo. Por esto precisamente me afano, luchando con la fuerza de Cristo que actúa poderosamente en mí.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Pablo, que conoce bien la relación entre el amor y la cruz, escribe a los colosenses su alegría por los sufrimientos que soporta por ellos. Es verdad, nada se pierde de nuestro dolor, ningún sufrimiento es vano, sobre todo el que se padece por motivo del ministerio pastoral: todo está como recogido en el cáliz del sufrimiento de Cristo en la cruz. Pablo muestra el sentido profundo que está escondido en el sufrimiento del discípulo: es decir, completar en la propia carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo. En la experiencia del límite el creyente, que se ha hecho similar al crucificado, sabe que también en el sufrimiento está en obra el poder del resucitado. Es por esto que también el dolor puede ser fuente de alegría y de serenidad, porque se convierte en ocasión de comunión y de gracia: los creyentes están en comunión los unos con los otros, en el sufrimiento y también en la muerte. Por lo demás, el apóstol sabe que debe hacerse similar a Cristo y que, para llevar a los hombres al Evangelio, debe también sufrir pruebas y hostilidades. Por otro lado, no puede sustraerse a la obligación de la predicación del Evangelio, porque es aquí donde Dios revela su diseño de salvación sobre la humanidad y él ha recibido de Dios mismo la misión de «dar cumplimiento a la palabra de Dios». Con esta última afirmación Pablo arroja una luz sobre lo que significa el ministerio pastoral: sembrar la Palabra de Dios en el corazón de los creyentes para que crezcamos a imagen de Cristo Jesús, es en este sentido como debe entenderse el «servicio» al Evangelio. Pablo no duda en llamar «misterio» a la Palabra de Dios pues en ella está presente el amor mismo de Dios revelado a los «santos» para que a su vez lo comuniquen a todos los hombres. Por tanto, es tarea de los discípulos de cualquier época no solo proclamar el alegre anuncio de Cristo de modo abstracto sino comunicar el Evangelio para que toque el corazón de quien escucha y se convierta. El pastor tiene la tarea de exhortar, enseñar y acompañar a todo creyente para que sepa hacer crecer y hacer fructificar la Palabra de Dios en su corazón y crecer hasta la perfección. Es un «trabajo pesado» que Pablo compara a una lucha fatigosa, pero es el único camino para que la semilla dé fruto y este es el sentido propio de la misión pastoral de la Iglesia en el mundo. Con razón Pablo insiste en el destino universal del Evangelio: a «todos los hombres» se les llama a vivir de Cristo, a encontrar en él el sentido de su existencia y alcanzar así la perfección, o sea la salvación.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.