ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 16 de mayo


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Colosenses 2,1-5

Quiero que sepáis qué dura lucha estoy sosteniendo por vosotros y por los de Laodicea, y por todos los que no me han visto personalmente, para que sus corazones reciban ánimo y, unidos íntimamente en el amor, alcancen en toda su riqueza la plena inteligencia y perfecto conocimiento del Misterio de Dios, en el cual están ocultos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia. Os digo esto para que nadie os seduzca con discursos capciosos. Pues, si bien estoy corporalmente ausente, en espíritu me hallo con vosotros, alegrándome de ver vuestra armonía y la firmeza de vuestra fe en Cristo.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Pablo insiste todavía en comparar a una «lucha» su ministerio pastoral en las Iglesias del valle del río Lico. Desea que los colosenses comprendan que la vida de los cristianos, tanto del responsable de la comunidad como de cada uno de los discípulos, no es ni banal ni superficial; al contrario, requiere una gran responsabilidad: se trata de escuchar el Evangelio constantemente y de comunicarlo a todos; así como de defenderlo de los ataques y de promover su crecimiento en el corazón de quien lo ha acogido. El apóstol subraya que él se compromete también por quienes no lo han conocido directamente y les exhorta a no dejarse engañar y a no permitir que ni pensamientos ni ideas ajenas se insinúen en la comunidad. Deben permanecer fieles al Evangelio que han recibido. Pablo sabe que la unidad de la comunidad, vivida en un estilo de amor fraterno, es la única forma de conservar la identidad de la Iglesia como Cuerpo de Cristo. En Cristo Dios ha puesto todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento, es decir, el proyecto completo de amor para la humanidad. Él es el origen, el fin y la razón de cada hombre y de cada cosa. Solo en Cristo encuentra cumplimiento cada deseo y cada expectativa del hombre. Por tanto, quien conoce a Cristo y le elige como Señor de su vida, no necesita otras doctrinas para encontrar el sentido de su existencia. Si acaso, debe tener la plena inteligencia del «misterio» de Dios, o sea, conocer a Cristo, revelación del «secreto» de Dios. Pero el conocimiento de Cristo no se da de una vez para siempre; es un camino de crecimiento continuo que se realiza a través de la comunión de amor entre los hermanos y a través de la escucha del Evangelio. La comunión con Cristo nos introduce en el conocimiento del proyecto de amor del Padre para la humanidad. Es este el verdadero conocimiento. Pablo pone en guardia a la comunidad frente a los discursos que se presentan como atrayentes pero que en realidad engañan porque no ponen en el centro de la vida el verdadero conocimiento, o sea, el Evangelio de Cristo. Al ver la «armonía y la firmeza de la fe» de la comunidad de Colosas, expresa su alegría, pero también su preocupación para que perseveren en el camino emprendido. Su alejamiento físico de la caridad no impide al amor que sea pleno y responsable.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.