ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 22 de mayo


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Colosenses 3,12-17

Revestíos, pues, como elegidos de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia, soportándoos unos a otros y perdonándoos mutuamente, si alguno tiene queja contra otro. Como el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros. Y por encima de todo esto, revestíos del amor, que es el vínculo de la perfección. Y que la paz de Cristo presida vuestros corazones, pues a ella habéis sido llamados formando un solo Cuerpo. Y sed agradecidos. La palabra de Cristo habite en vosotros con toda su riqueza; instruíos y amonestaos con toda sabiduría, cantad agradecidos, himnos y cánticos inspirados, y todo cuanto hagáis, de palabra y de boca, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias por su medio a Dios Padre.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El apóstol llama a los cristianos «elegidos, santos y amados» por Dios. Los creyentes, engendrados por el amor de Dios, han sido puestos aparte para pertenecer con él y gozar de su amistad como hijos predilectos. Si Cristo, la imagen perfecta de Dios, se ha convertido en el todo de la vida del creyente, este último debe hacer suyo el comportamiento de Cristo y hacerse cada vez más similar a Él. No es casualidad que las cinco virtudes indicadas por el apóstol al comienzo de este pasaje (v. 12) recuerdan el modo de obrar mismo de Dios y de Cristo para con Israel. El apóstol insiste en dos actitudes: soportarse recíprocamente y perdonarse. Se podría decir que el amor soporta y perdona porque su objetivo es la comunión entre los hermanos y la unidad de la comunidad. Para el apóstol, el amor (el agape), más que una virtud es el amor mismo de Dios que es derramado en el corazón del creyente. Pablo toma la imagen del vestido y pide a los cristianos que extiendan el amor de Dios sobre las virtudes nombradas con anterioridad, como una especie de manto que las cubre todas. De hecho, el amor es el «broche de la perfección», es decir, el vínculo que mantiene unidas todas las virtudes y que hace que la comunión entre los hermanos sea firme y compacta. El agape es la fuente de todas la virtudes y el fin al que todas tienden: la comunión con Dios y con los hermanos. Por tanto, el apóstol evoca la centralidad de la palabra que, en cierto modo, preside el amor porque la Iglesia vive de la Palabra de Dios, que hace presente a Jesús mismo entre los discípulos. El Evangelio no es un texto para estudiarlo sino sacramento de Cristo, lugar del encuentro entre Jesús y el creyente. La palabra acogida y vivida se convierte así en el fundamento de la unidad de la comunidad y en la fuente de los cantos de alegría y de acción de acción de gracias que suben a Dios por el don de la salvación. De la experiencia del encuentro con Jesús resucitado, vivida en la comunidad que escucha y reza, nace para el creyente el impulso para vivir el amor en todo lugar, sin ponerse límite alguno.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.