ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 12 de junio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hebreos 8,1-5

Este es el punto capital de cuanto venimos diciendo, que tenemos un Sumo Sacerdote tal, que se sentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos, al servicio del santuario y de la Tienda verdadera, erigida por el Señor, no por un hombre. Porque todo Sumo Sacerdote está instituido para ofrecer dones y sacrificios: de ahí que necesariamente también él tuviera que ofrecer algo. Pues si estuviera en la tierra, ni siquiera sería sacerdote, habiendo ya quienes ofrezcan dones según la Ley. Estos dan culto en lo que es sombra y figura de realidades celestiales, según le fue revelado a Moisés al emprender la construcción de la Tienda. Pues dice: Mira, harás todo conforme al modelo que te ha sido mostrado en el monte.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El autor, continuando su reflexión sobre la centralidad del nuevo «sumo sacerdote» para la Iglesia, afirma que Jesús lleva a cabo su cometido no en la Tierra, sino en el cielo: «Tenemos un sumo sacerdote tal, que se sentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos, al servicio del santuario y de la Tienda verdadera, erigida por el Señor, no por un hombre». Estamos en una nueva dimensión cultural: Jesús no es sacerdote a la manera de los levitas que oficiaban en el templo para ofrecer a Dios las cosas de la Tierra. Es más –continúa la epístola–, Jesús no habría ni siquiera podido ser sacerdote en la Tierra, porque en el templo las oblaciones y los sacrificios están prescritos por la ley, mientras que Jesús se ofreció a sí mismo y una vez para siempre inaugurando un nuevo culto según las leyes del cielo. Probablemente el autor retoma las imágenes del santuario celestial de la literatura apocalíptica que gozaban de una amplia difusión en su tiempo. Pero ya en el libro de la Sabiduría se dice que el templo de Jerusalén es una «imitación de la tienda santa que preparaste desde el principio» (Sb 9,8). Algunos rabinos pensaban incluso que el santuario celestial estaba frente al terrenal, y que entre el servicio de los ángeles en el cielo y el de los sacerdotes en la Tierra había una estrecha correspondencia. Efectivamente, existe un vínculo entre el culto de la Tierra y el del cielo. La epístola afirma que Jesús es sumo sacerdote del tabernáculo verdadero, que acoge tanto a la Tierra como al cielo, mientras que los sacerdotes del templo prestan su servicio en un santuario que es solo la figura del primero. Y si el tabernáculo de Moisés era simple obra humana, Dios erigió en Cristo el tabernáculo verdadero, el templo santo y definitivo: la comunidad de los creyentes. Por eso la alianza entre Dios y los hombres, con la mediación de Jesús sumo sacerdote, es superior a la anterior. Las «promesas» del nuevo pacto son extraordinarias porque traen el cielo a la Tierra, instaurando un nuevo tiempo y creando un pueblo nuevo que da testimonio de la salvación de Dios. Ya el profeta Jeremías había hablado de cuatro promesas futuras: «Esta es la alianza que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice el Señor: “pondré mis leyes en su mente, en sus corazones las grabaré; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo”. Y no habrá de instruir ni uno a su prójimo ni otro a su hermano diciendo: “¡Conoce al Señor!”, pues todos me conocerán, desde el menor hasta el mayor de ellos. Porque me apiadaré de sus iniquidades y de sus pecados no me acordaré ya». En el nuevo tiempo inaugurado por Cristo la ley ya no está escrita sobre piedras, como sucedió en el Sinaí, sino en el corazón de los discípulos a través del Espíritu infundido en sus corazones, y estos vivirán una comunión profunda con Dios y con los hermanos y se convertirán en el nuevo pueblo que da muestra del amor y el perdón para todos.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.