ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias

Memoria de Jesús crucificado

Recuerdo de san Ireneo, obispo de Lión y mártir (130-202). Fue desde Anatolia hasta Francia para predicar el Evangelio. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 28 de junio

Recuerdo de san Ireneo, obispo de Lión y mártir (130-202). Fue desde Anatolia hasta Francia para predicar el Evangelio.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hebreos 13,18-24

Rogad por nosotros, pues estamos seguros de tener recta conciencia, deseosos de proceder en todo con rectitud. Con la mayor insistencia os pido que lo hagáis, para que muy pronto os sea yo devuelto. Y el Dios de la paz que suscitó de entre los muertos a nuestro Señor Jesús, el gran Pastor de la ovejas en virtud de la sangre de una Alianza eterna, os disponga con toda clase de bienes para cumplir su voluntad, realizando él en nosotros lo que es agradable a sus ojos, por mediación de Jesucristo, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén. Os ruego, hermanos, que aceptéis estas palabras de exhortación, pues os he escrito brevemente. Sabed que nuestro hermano Timoteo ha sido liberado. Si viene pronto, iré con él a veros. Saludad a todos vuestros dirigentes y a todos los santos. Os saludan los de Italia.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

En estos versículos conclusivos de la epístola, el autor sale al menos parcialmente del anonimato, aunque las indicaciones que da no son suficientes para determinar los motivos y las circunstancias que originaron este escrito. Sin embargo, es significativo que la primera petición sea la oración: «Rogad por nosotros». Tal vez se encuentra en una situación difícil –tal vez su fe es obstaculizada– o siente la responsabilidad que tiene en la comunidad y pide ayuda, en primer lugar, de la oración. Además, desea ver pronto a los destinatarios de la epístola; también por ello deben ayudarlo con su oración. En cualquier caso, parece claro que la comunión en la oración es un pilar de la vida de las comunidades cristianas. Varias veces en los escritos del Nuevo Testamento se repite la exhortación a rezar los unos por los otros. El autor de la epístola, tras esta petición, expresa un largo augurio que es de algún modo el punto teológico conclusivo de la misma. Formula una solemne oración de bendición para la comunidad, y recuerda una vez más la obra de salvación que Dios llevó a cabo para destruir la muerte. Recuerda que el «Dios de la paz» fue el que «levantó de entre los muertos» (cfr. Is 63,11-13) al «gran Pastor de las ovejas», resumiendo así el carácter sacerdotal de Cristo, «promotor» y «precursor». Por primera y única vez en toda la epístola se habla de la resurrección de Jesús. Y la bendición siguiente tiene un carácter típicamente paulino: que Dios realice en nosotros lo que es agradable a sus ojos. Nosotros, pues, podemos hacer la voluntad de Dios (cfr. 10,7.9.36) solo si él nos «prepara» para ella. En su última exhortación el autor ruega a los lectores que «soportéis esta exhortación», casi excusándose por haber escrito solo «brevemente» pensamientos difíciles. Y pide que acojan el mensaje que ha querido enviarles con paciencia y haciendo un serio esfuerzo. En realidad, debe ser así para cada página de las Escrituras: cada una de sus páginas debe ser acogida, meditada y conservada en el corazón, como hacía la madre de Jesús, que «conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón» (Lc 2,51). Es el sentido de lo que decía Gregorio Magno a dicho propósito: «La Sagrada Escritura crece con quien la lee».

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.