ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 9 de julio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jeremías 3,12-25

Anda y pregona estas palabras al Norte y di:
Vuelve, Israel apóstata, - oráculo de Yahveh -;
no estará airado mi semblante contra vosotros,
porque piadoso soy - oráculo de Yahveh -
no guardo rencor para siempre. Tan sólo reconoce tu culpa,
pues contra Yahveh tu Dios te rebelaste,
frecuentaste a extranjeros bajo todo árbol frondoso,
y mi voz no oísteis - oráculo de Yahveh -. Volved, hijos apóstatas - oráculo de Yahveh - porque yo soy vuestro Señor. Os iré recogiendo uno a uno de cada ciudad, y por parejas de cada familia, y os traeré a Sión. Os pondré pastores según mi corazón que os den pasto de conocimiento y prudencia. Y luego, cuando seáis muchos y fructifiquéis en la tierra, en aquellos días - oráculo de Yahveh - no se hablará más del arca de la alianza de Yahveh, no vendrá en mientes, no se acordarán ni se ocuparán de ella, ni será reconstruida jamás. En aquel tiempo llamarán a Jerusalén "Trono de Yahveh" y se incorporarán a ella todas las naciones en el nombre de Yahveh, en Jerusalén, sin seguir más la dureza de sus perversos corazones. En aquellos días, andará la casa de Judá al par de Israel, y vendrán juntos desde tierras del norte a la tierra que di en herencia a vuestros padres. Yo había dicho: "Sí,
te tendré como a un hijo
y te daré una tierra espléndida,
flor de las heredades de las naciones."
Y añadí: "Padre me llamaréis
y de mi seguimiento no os volveréis." Pues bien, como engaña una mujer a su compañero,
así me ha engañado la casa de Israel,
oráculo de Yahveh. Voces sobre los calveros se oían:
rogativas llorosas de los hijos de Israel,
porque torcieron su camino,
olvidaron a su Dios Yahveh. - Volved, hijos apóstatas;
yo remediaré vuestras apostasías.
- Aquí nos tienes de vuelta a ti,
porque tú, Yahveh, eres nuestro Dios. ¡Luego eran mentira los altos,
la barahúnda de los montes!
¡Luego por Yahveh, nuestro Dios,
se salva Israel! La Vergüenza se comió la laceria de nuestros padres
desde nuestra mocedad:
sus ovejas y vacas, sus hijos e hijas. Acostémonos en nuestra vergüenza, y que nos cubra nuestra propia confusión,
ya que contra Yahveh nuestro Dios hemos pecado
nosotros como nuestros padres desde nuestra mocedad
hasta hoy, y no escuchamos la voz de Yahveh
nuestro Dios.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Señor no deja de invitar a su pueblo a volver a Él. Su ira no se prolonga y su rostro misericordioso permanece para siempre: «Piadoso soy –oráculo del Señor–; no guardo rencor para siempre». Pero el pueblo de Israel debe reconocer su pecado: «Tan solo reconoce tu culpa, pues contra el Señor tu Dios te rebelaste». Se repite de nuevo el tema de la infidelidad de Israel. ¡Qué esfuerzo para mantener la fidelidad! En la incertidumbre de los tiempos y del futuro es más fácil ceder a la tentación de seguirse a uno mismo y perderse. El Señor, grande y misericordioso, interviene suscitando un pequeño resto («Os iré recogiendo uno a uno de cada ciudad, y por parejas de cada familia») que sea esperanza para todos. A través de una minoría de creyentes, guiada por pastores según su corazón, Dios dará origen a una historia nueva, a una nueva alianza. El profeta pronuncia estas palabras en el periodo posterior al exilio en Babilonia. Jerusalén, que todavía lleva las marcas de la destrucción, está marcada por el pesimismo. Pero Dios está dispuesto a todo para reconquistar a Israel y convertirlo en el pueblo que anuncia al mundo entero la salvación. La palabra profética aleja al pueblo de su vida triste y lo abre a un futuro inesperado: la reconstitución de la unidad entre Judá e Israel, mientras que el mundo que los rodea sigue rasgado por las guerras. Jerusalén, reunificada, se convierte en ciudad de la paz y meta anhelada por todos los pueblos. Será signo de unidad para un pueblo dividido y de paz en un mundo marcado por la violencia. Las palabras que Dios dirige a su pueblo contienen un extraordinario amor: «Yo había dicho: “Sí, te adoptaré por hijo y te daré una tierra espléndida”». El profeta compara una vez más el amor de Dios y la infidelidad de Israel. ¿Qué puede hacer el Señor ante los «hijos apóstatas», que no saben decidirse porque se dejan arrastrar por ellos mismos? Solo puede invitarnos a volver y al mismo tiempo garantizarnos su amor paterno, esperando que nos decidamos por una vida con él y no cerrada en el angosto sendero de nuestras costumbres y de nuestro individualismo.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.