ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias

Memoria de la Madre del Señor

Recuerdo de san Antonio de las cuevas de Kiev (+1073). Padre de los monjes rusos, junto a san Teodosio, está considerado el fundador del Monasterio de las cuevas. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 23 de julio

Recuerdo de san Antonio de las cuevas de Kiev (+1073). Padre de los monjes rusos, junto a san Teodosio, está considerado el fundador del Monasterio de las cuevas.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jeremías 8,14-23

- "¿Por qué nos quedamos tranquilos?
¡Juntaos,
vamos a las plazas fuertes
para enmudecer allí,
pues Yahveh nuestro Dios nos hace morir
y nos propina agua envenenada,
porque hemos pecado contra Yahveh! Esperábamos paz, y no hubo bien alguno;
el tiempo de la cura, y se presenta el miedo. Desde Dan se deja oír.
el resuello de sus caballos.
Al relincho sonoro de sus corceles
tembló la tierra toda.
Vendrán y comerán el país y sus bienes,
la ciudad y sus habitantes." - Sí, he aquí que yo envío contra vosotros
sierpes venenosas
contra las que no existe encantamiento,
y os picarán - oráculo de Yahveh -. Sin remedio el dolor me acomete,
el corazón me falla; he aquí el grito lastimero de la hija de mi pueblo
desde todos los rincones del país:
"¿No está Yahveh en Sión?
¿su Rey no mora ya en ella?
(¿Por qué me han irritado con sus ídolos,
con esas Vanidades traídas del extranjero?) La siega pasó, el verano acabó,
mas nosotros no estamos a salvo." Me duele el quebranto de la hija de mi pueblo;
estoy abrumado, el pánico se apodera de mí. ¿No hay sandáraca en Galaad?,
¿no quedan médicos allí?
Pues ¿cómo es que no llega el remedio
para la hija de mi pueblo? ¡Quién convirtiera mi cabeza en llanto,
mis ojos en manantial de lágrimas
para llorar día y noche
a los muertos de la hija de mi pueblo!

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

En medio de las dificultades y ante la amenaza de muerte ¿qué respuesta se puede dar? El pensamiento instintivo de Israel es atribuir a Dios la causa de la desgracia: «¡Juntaos, vamos a las plazas fuertes para enmudecer allí, pues el Señor nuestro Dios nos hace morir». ¡Cuántas veces también nosotros hemos atribuido a Dios la causa de un momento difícil en nuestra vida, una muerte imprevista o una enfermedad! Quizás nos habríamos podido sumar a las palabras de Israel: «Esperábamos paz, y no hubo bien; tiempo de curación, y hubo cuidado». Es fácil y casi instintivo lamentarse y atribuir la culpa del mal a otro. Es evidente que nosotros no somos responsables del mal del mundo, pero debemos cuestionarnos ante dicho mal. La Biblia parece incluso atribuir su causa a Dios. En la concepción bíblica todo está ligado a Dios, aunque en los primeros capítulos del Génesis se afirma definitivamente que el mal viene del maligno y del pecado del hombre, porque la voluntad de Dios es solo el bien. No tenemos todas las respuestas. La presencia del mal también es un misterio en cuyo interior se cruzan muchas causas. La historia dolorosa de Job enseña que en el mal Dios no está lejos, aunque parece que lo permita. Es Job, quien no se da cuenta de su presencia y no lo ve junto a él. Nosotros oímos resonar en las palabras del profeta la fuerza del mal que hay en el mundo, el grito de dolor que se eleva desde muchas mujeres y hombres que sufren: «Sin remedio el dolor me acomete, el corazón me falla; se oye el grito lastimero de la hija de mi pueblo desde todos los rincones del país: “¿No está el Señor en Sión?, ¿su Rey no mora ya en ella?”». También nosotros escuchamos el grito de dolor de muchos que sufren y que parecen abandonados incluso por Dios, pues grande es su sufrimiento. A veces nos cuesta encontrar un remedio, pero no es imposible, aunque nos llena de tristeza. No, Dios no abandona a nadie al mal. Él escucha el grito del pobre, del mismo modo que escuchó el grito de su pueblo cuando era esclavo en Egipto.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.