ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 13 de agosto


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jeremías 17,1-8

El pecado de Judá está escrito
con buril de hierro;
con punta de diamante está grabado
sobre la tabla de su corazón
y en los cuernos de sus aras, así, recordarán sus hijos
sus aras y sus cipos
cabe los árboles frondosos, sobre los oteros altos, mi monte, en la campiña.
Tu haber y todos tus tesoros
al pillaje voy a dar,
en pago por todos tus pecados de los altos,
en todas tus fronteras. Tendrás que deshacerte de tu heredad
que yo te di,
y te haré esclavo de tus enemigos
en un país que no conoces,
porque un fuego ha saltado en mi ira
que para siempre estará encendido. Así dice Yahveh:
Maldito sea aquel que fía en hombre,
y hace de la carne su apoyo,
y de Yahveh se aparta en su corazón. Pues es como el tamarisco en la Arabá,
y no verá el bien cuando viniere.
Vive en los sitios quemados del desierto,
en saladar inhabitable. Bendito sea aquel que fía en Yahveh,
pues no defraudará Yahveh su confianza. Es como árbol plantado a las orillas del agua,
que a la orilla de la corriente echa sus raíces.
No temerá cuando viene el calor,
y estará su follaje frondoso;
en año de sequía no se inquieta
ni se retrae de dar fruto.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

¿Qué podemos hacer ante la fuerza y la dureza de nuestro pecado, que el profeta describe como «escrito con buril de hierro; con punta de diamante está grabado sobre la tabla de su corazón y en los cuernos de sus aras»? ¿Cuál es, sobre todo, el origen de un pecado tan arraigado que está grabado en el corazón de manera imborrable? «Maldito quien se fía del hombre, y hace de la carne su apoyo, y del Señor se aparta en su corazón.» Esta es la respuesta. Cuando el hombre confía en sí mismo, se aleja irremediablemente del Señor. No hay alternativas, como nos recuerda a menudo la Biblia: o el Señor o los ídolos, o lo escuchamos a él o escuchamos a otros. No es posible un compromiso entre los ídolos y Dios. Cuando el hombre pone su confianza «en la carne», es decir, en sí mismo o en las razones del mundo, se autocondena a la tristeza y a la aridez. En un cierto sentido, se maldice a sí mismo. Aquel que se aleja de Dios y, por tanto, de la fuente de la vida y del amor, se convierte fatalmente en esclavo del individualismo y de la violencia. De esta esclavitud nacen las tristezas y las violencias que encontramos en muchas situaciones y que trastornan cada vez más la vida de mucha gente. Por el contrario, es «bendito quien se fía del Señor, pues no defraudará el Señor su confianza». Es lo mismo que repite a menudo la Biblia. «Feliz quien no sigue consejos de malvados» (Sal 1,1), canta el salmista. Todas las páginas bíblicas demuestran que la verdadera felicidad consiste en seguir al Señor cada día. La bendición es estar junto al Señor, es vivir en compañía de su palabra. Aquel que confía en el Señor y que se dirige a él con fe, ahonda sus raíces en una tierra firme, no tiene miedo del mal, no se desalienta ni siquiera en los momentos difíciles, como la carestía de la que habla el profeta, y no deja de dar frutos de amor y de paz. Su fuerza está en el Señor, como canta el salmista: «Será como árbol plantado entre acequias, da su fruto en sazón, su fronda no se agosta. Todo cuanto emprende prospera» (Sal 1,3).

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.