ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias

Memoria de los pobres

Recuerdo de Zaqueo que subió al árbol para ver al Señor y recibió como don la conversión de su corazón. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres
Martes 27 de agosto

Recuerdo de Zaqueo que subió al árbol para ver al Señor y recibió como don la conversión de su corazón.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 19,1-10

Habiendo entrado en Jericó, atravesaba la ciudad. Había un hombre llamado Zaqueo, que era jefe de publicanos, y rico. Trataba de ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la gente, porque era de pequeña estatura. Se adelantó corriendo y se subió a un sicómoro para verle, pues iba a pasar por allí. Y cuando Jesús llegó a aquel sitio, alzando la vista, le dijo: «Zaqueo, baja pronto; porque conviene que hoy me quede yo en tu casa.» Se apresuró a bajar y le recibió con alegría. Al verlo, todos murmuraban diciendo: «Ha ido a hospedarse a casa de un hombre pecador.» Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: «Daré, Señor, la mitad de mis bienes a los pobres; y si en algo defraudé a alguien, le devolveré el cuádruplo.» Jesús le dijo: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también éste es hijo de Abraham, pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jesús llega a Jericó, la ciudad más antigua del mundo, símbolo de toda ciudad. Jesús no entra en ella distraído y con prisas como nos pasa a menudo a nosotros cuando recorremos las calles de nuestras ciudades. Jesús siempre está atento a las personas. Zaqueo, un publicano, conocido pecador, quería ver a Jesús fuera como fuera, pero era de poca estatura. Un poco como todos nosotros, que estamos demasiado apegados a la tierra, demasiado preocupados por nuestras cosas para ver a Jesús. No basta solo con que hagamos algún pequeño cambio, poniéndonos de puntillas pero quedándonos donde estamos. Tenemos que subir un poco, es decir, tenemos que salir de la confusión de la muchedumbre. Zaqueo subió a un árbol. Eso fue suficiente. Jesús lo vio. Era él, quien quería ver a Jesús, pero sucedió lo contrario. Jesús levanta la mirada, lo llama, lo invita a bajar y a alojarlo en su casa. Esta vez el hombre rico no se fue triste; al contrario, bajó de prisa y acogió a Jesús en su casa. Tras el encuentro con Jesús Zaqueo ya no era como antes: estaba feliz y tenía un corazón nuevo, más generoso. De hecho, decidió dar la mitad de sus bienes a los pobres. No dijo: «lo doy todo». La historia de Zaqueo nos invita a cada uno de nosotros a acoger al Señor y a encontrar nuestra medida en la caridad.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.