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Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias

Memoria de la Madre del Señor

Recuerdo de san Gregorio Magno (540-604), papa y doctor de la Iglesia. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 3 de septiembre

Recuerdo de san Gregorio Magno (540-604), papa y doctor de la Iglesia.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jeremías 25,15-38

Así me ha dicho Yahveh Dios de Israel: Toma esta copa de vino de furia, y hazla beber a todas las naciones a las que yo te envíe; beberán, y trompicarán, y se enloquecerán ante la espada que voy a soltar entre ellas. Tomé la copa de mano de Yahveh, e hice beber a todas las naciones a las que me había enviado Yahveh: (a Jerusalén y a las ciudades de Judá, a sus reyes y a sus principales, para trocarlo todo en desolación, pasmo, rechifla y maldición, como hoy está sucediendo); a Faraón, rey de Egipto, a sus siervos, a sus principales y a todo su pueblo, a todos los mestizos (a todos los reyes de Us); a todos los reyes de Filistea: a Ascalón, Gaza, Ecrón y al residuo de Asdod; a Edom, Moab, y los ammonitas, a (todos) los reyes de Tiro, a (todos) los reyes de Sidón y a los reyes de las islas de allende el mar; a Dedán, Temá, Buz; a todos los que se afeitan las sienes, a todos los reyes de Arabia y a todos los reyes de los mestizos habitantes del desierto; (a todos los reyes de Zimrí) a todos los reyes de Elam y a todos los reyes de Media, a todos los reyes del norte, los próximos y los remotos, cada uno con su hermano, y a todos los reinos que hay sobre la haz de la tierra. (Y el rey de Sesak beberá después de ellos.) Y les dirás: Así dice Yahveh Sebaot, el Dios de Israel: Bebed, emborrachaos, vomitad, caed y no os levantéis delante de la espada que yo voy a soltar entre vosotros. Y si rehúsan tomar la copa de tu mano para beber, les dices: Así dice Yahveh Sebaot: Tenéis que beber sin falta, porque precisamente por la ciudad que lleva mi Nombre empiezo a castigar; ¿y vosotros, quedaréis impunes?: ¡no, no quedaréis!, porque a la espada llamo yo contra todos los habitantes de la tierra - oráculo de Yahveh Sebaot -. Tú, pues, les profetizas todas estas palabras y les dices: Yahveh desde lo alto ruge,
y desde su santa Morada da su voz.
Ruge contra su aprisco:
grita como los lagareros.
A todos los habitantes de la tierra llega el eco, hasta el fin de la tierra.
Porque pleitea Yahveh con las naciones
y vence en juicio a toda criatura.
A los malos los entrega a la espada
- oráculo de Yahveh -. Así dice Yahveh Sebaot:
Mirad que una desgracia se propaga
de nación a nación,
y una gran tormenta surge
del fin del mundo. Habrá víctimas de Yahveh en aquel día de cabo a cabo de la tierra; no serán plañidos ni recogidos ni sepultados más: se volverán estiércol sobre la haz de la tierra. Ululad, pastores, y clamad;
revolcaos, mayorales,
porque se han cumplido vuestros días para la matanza,
y caeréis como objetos escogidos. No habrá evasión para los pastores
ni escapatoria para los mayorales. Se oye el grito de los pastores,
el ulular de los mayorales,
porque devasta Yahveh su pastizal, y son aniquiladas las estancias más seguras
por la ardiente cólera de Yahveh. Ha dejado el león su cubil,
y se ha convertido su tierra en desolación
ante la cólera irresistible,
ante la ardiente cólera.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Señor le pide al profeta que tome en sus manos una copa llena «de vino de furia» para que la haga «beber a todas las naciones a las que yo te envíe; beberán y trompicarán, y se enloquecerán ante la espada que voy a soltar entre ellas». Con esta imagen el Señor quiere indicar la embriaguez que se apodera del hombre individualmente y como sociedad cuando sigue únicamente su orgullo. En realidad, ante el Señor nadie puede sentirse tan fuerte como para ser imbatible, nadie puede creer que sus fuerzas le permiten ser autosuficiente y no necesitar en absoluto ayuda. El poder que proviene de las armas o las facilidades que da el dinero o el sentimiento de autosuficiencia personal, en realidad no salvan, son solo apariencia. La ambición desemboca en la humillación y la arrogancia, en el miedo y la perdición. El salmista advierte con la imagen del caballo, considerado signo de fuerza y de poder: «ni con todo su vigor puede salvar» (33,17). El pecado, tanto el personal como el de los pueblos, empezando por el pueblo de Judá, es precisamente la hybris, la embriaguez de uno mismo, el orgullo de la autosuficiencia que lleva a ponerse en el lugar de Dios. Por ese pecado Nabucodonosor terminó comiendo hierba, como un animal del bosque (cfr. Dn 4,30). El oráculo de Jeremías es una profecía para todo aquel que piensa solo en sí mismo, en su propio yo. Debemos estar atentos a no provocar, con nuestra embriaguez, la ira de Dios. Esta ira divina se abate sobre aquellos que creen estar en el lugar de Dios, aquellos que pretenden utilizar la violencia contra los demás, sobre todo si son pobres. Quienes actúan así creen haberse convertido en señores del bien y del mal y que nadie puede oponerse a sus intereses. La confianza en ellos mismos es su ruina, como dice el salmista: «Unos con los carros, otros con los caballos, pero nosotros invocamos al Señor, nuestro Dios» (20,8). Esta es la alternativa que Jeremías propone al pueblo: poner la confianza en el Señor, obedecer su mandamiento, acercarse a Él en el cariño y en la atención a su Palabra, invocar aquel Nombre que está por encima de cualquier otro nombre. Así la espada quedará derrotada y la violencia no impondrá su ley de muerte.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.