ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 10 de septiembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jeremías 30,12-24

Porque así dice Yahveh:
Irremediable es tu quebranto,
incurable tu herida. Estás desahuciado;
para una herida hay cura,
para ti no hay remedio. Todos tus amantes te olvidaron,
por tu salud no preguntaron.
Porque con herida de enemigo te herí,
castigo de hombre cruel,
(por tu gran culpa, porque son enormes tus pecados). ¿Por qué te quejas de tu quebranto?
Irremediable es tu sufrimiento;
por tu gran culpa, por ser enormes tus pecados
te he hecho esto. No obstante todos los que te devoran serán devorados,
y todos tus opresores, todos ellos, irán al
cautiverio;
serán tus despojadores despojados,
y a todos tus saqueadores los entregaré al saqueo. Sí; haré que tengas alivio,
de tus llagas te curaré - oráculo de Yahveh -. Porque
"La Repudiada" te llamaron.
"Sión de la que nadie se preocupa". Así dice Yahveh:
He aquí que yo hago volver a los cautivos de las tiendas
de Jacob
y de sus mansiones me apiadaré;
será reedificada la ciudad sobre su montículo de
ruinas
y el alcázar tal como era será restablecido. Y saldrá de entre ellos loor
y voz de gente alegre;
los multiplicaré y no serán pocos,
los honraré y no serán menguados, sino que serán sus hijos como antes,
su comunidad ante mí estará en pie,
y yo visitaré a todos sus opresores. Será su soberano uno de ellos,
su jefe de entre ellos saldrá,
y le haré acercarse y él llegará hasta mí,
porque ¿quién es el que se jugaría la vida
por llegarse hasta mí? - oráculo de Yahveh -. Y vosotros seréis mi pueblo,
y yo seré vuestro Dios. Mirad que una tormenta de Yahveh ha estallado,
un torbellino remolinea:
sobre la cabeza de los malos descarga. No ha de apaciguarse el ardor de la ira de Yahveh
hasta que la ejecute, y realice
los designios de su corazón.
En días futuros os percataréis de ello.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

En este oráculo se habla sucesivamente del pueblo herido y del pueblo curado. Primero parece que el mal que ha cometido Israel es tan grande que su herida es incurable, que no hay curación para el pueblo. Ya hace años que el mal lo aflige y los remedios son inútiles. La iniquidad de Israel es tan profunda y sus pecados son tan graves que superan toda medida. Sí, el pueblo ha decidido abandonar a su Dios buscando otros refugios que uno tras otro han resultado ser falaces: las divinidades de los demás pueblos se han convertido en ídolos en la medida en la que Israel los ha puesto en el lugar de Aquel que desde siempre era su salvador. Israel habría podido aceptar que cada pueblo rindiera homenaje a su dios ancestral, pero estos dioses no debían considerarse jamás al mismo nivel que el Señor del universo, Aquel que creó el cielo y la Tierra. Como leeemos en el mismo libro de Jeremías: «Los profetas… en pos de los Inútiles andaban» (2,8). La herida es grave porque el pecado de Israel transgredió el primer mandamiento: «El Señor, nuestro Dios, es el único Señor» (Dt 6,4). Así las cosas, solo el Señor podía cambiar la historia y dar la curación a su pueblo, haciéndole volver de la deportación y promoviendo la reconstrucción de las ciudades y de sus casas. Solo el Señor podía tener compasión del pueblo y curar aquella herida que por su profundidad parecía incurable. La compasión del Señor fue la gran medicina que curó la gran herida de la traición: el Señor «ha suscitado una fuerza salvadora en la casa de David, su siervo» (Lc 1,69). La profecía de Jeremías se cumple en Jesús, el Mesías-rey surgido del mismo pueblo, concretamente de la tribu de Judá y de la familia de David (v. 21). Los discípulos de Jesús son este pueblo que pertenece al Señor en virtud del pacto de amor: «Vosotros seréis mi pueblo, y yo seré vuestro Dios» (v. 22). La alianza con el Señor es la medicina que cura la herida de la soledad y la escucha continua de su Palabra es el bálsamo cotidiano que refuerza el camino.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.