ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias

Memoria de Jesús crucificado

Recuerdo de san Juan Crisóstomo («boca de oro»), obispo y doctor de la Iglesia (349-407). La liturgia más habitual de la Iglesia bizantina lleva su nombre. Los judíos celebran el Yom Kipur (día de la expiación). Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 13 de septiembre

Recuerdo de san Juan Crisóstomo («boca de oro»), obispo y doctor de la Iglesia (349-407). La liturgia más habitual de la Iglesia bizantina lleva su nombre. Los judíos celebran el Yom Kipur (día de la expiación).


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jeremías 31,23-40

Así dice Yahveh Sebaot, el Dios de Israel: Todavía dirán este refrán en tierra de Judá y en sus ciudades, cuando yo haga volver a sus cautivos:
"¡Bendígate Yahveh,
oh estancia justa,
oh monte santo!" Y morarán allí Judá y todas sus ciudades juntamente, los labradores y los que trashuman con el rebaño, porque yo empaparé el alma agotada y toda alma macilenta colmaré. En esto, me desperté y vi
que mi sueño era sabroso para mí. He aquí que días vienen - oráculo de Yahveh - en que sembraré la casa de Israel y la casa de Judá de simiente de hombres y ganados. Entonces, del mismo modo que anduve presto contra ellos para extirpar, destruir, arruinar, perder y dañar, así andaré respecto a ellos para reconstruir y replantar - oráculo de Yahveh -. En aquellos días no dirán más:
"Los padres comieron el agraz,
y los dientes de los hijos sufren de dentera"; sino que cada uno por su culpa morirá:
quienquiera que coma el agraz tendrá la dentera. He aquí que días vienen - oráculo de Yahveh - en que yo pactaré con la casa de Israel (y con la casa de Judá) una nueva alianza; no como la alianza que pacté con sus padres, cuando les tomé de la mano para sacarles de Egipto; que ellos rompieron mi alianza, y yo hice estrago en ellos - oráculo de Yahveh -. Sino que esta será la alianza que yo pacte con la casa de Israel, después de aquellos días - oráculo de Yahveh -: pondré mi Ley en su interior y sobre sus corazones la escribiré, y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Ya no tendrán que adoctrinar más el uno a su prójimo y el otro a su hermano, diciendo: "Conoced a Yahveh", pues todos ellos me conocerán del más chico al más grande - - oráculo de Yahveh - cuando perdone su culpa, y de su pecado no vuelva a acordarme. Así dice Yahveh, el que da el sol para alumbrar el día,
y gobierna la luna y las estrellas para alumbrar la
noche,
el que agita el mar y hace bramar sus olas,
cuyo nombre es Yahveh Sebaot. Si fallaren estas normas
en mi presencia - oráculo de Yahveh -
también la prole de Israel dejaría
de ser una nación en mi presencia a perpetuidad. Así dice Yahveh:
Si fueren medidos los cielos por arriba,
y sondeadas las bases de la tierra por abajo,
entonces también yo renegaría de todo el linaje de
Israel
por todo cuanto hicieron - oráculo de Yahveh -. He aquí que vienen días - oráculo de Yahveh - en que será reconstruida la ciudad de Yahveh desde la torre de Jananel hasta la Puerta del Angulo; y volverá a salir la cuerda de medir toda derecha hasta la cuesta de Gareb, y torcerá hasta Goá, y toda la hondonada de los Cuerpos Muertos y de la Ceniza, y toda la Campa del Muerto hasta el torrente Cedrón, hasta la esquina de la Puerta de los Caballos hacia oriente será sagrado de Yahveh: no volverá a ser destruido ni dado al anatema nunca jamás.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jeremías había empezado su actividad profética porque Dios lo había llamado a desempeñar aquella misión. El Señor lo convirtió en mensajero de la deportación del pueblo a Babilonia, de una calamidad que debía comprenderse a la luz del designio de Dios y no según la lógica humana. Era una misión difícil, como la de cualquier profeta. Y aun así, indispensable. Dios llama al profeta –en realidad, a todo creyente– a no pensar en su propio futuro o en su propia realización sino en «reconstruir y plantar» (1,10) un nuevo pueblo. Y ahora llega el tiempo de la reconstrucción (31,28). El libro del Eclesiastés, sabiamente, advierte que «todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo» (3,1). El profeta sabe que los agricultores volverán a labrar los campos y que los rebaños pacerán tranquilamente. Pero sobre todo, el oráculo profético se centra en un hecho fundamental para la vida de los pueblos: «una nueva alianza» (v. 31). El Señor retoma con renovado compromiso la alianza del desierto, que estableció con los padres, para que se afianzara y fuera un signo para todos los pueblos del vínculo entre Dios y la creación. La alianza precedente quedó rota por las infidelidades del pueblo. Esta vez el mandamiento del amor no será una norma exterior, esculpida sobre tablas de la ley, sino que será una palabra grabada en el corazón, escrita no sobre piedra sino sellada en la carne. Es el compromiso de una alianza interior, en la que participan todos los creyentes y todo el pueblo. Solo así, con una nueva interioridad, se puede derrotar la fácil tentación de quedarse encerrado en uno mismo perdiendo la utopía de un mundo nuevo que el Señor, a través de su pueblo, quiere hacer realidad en todos los países. La alianza nueva no es una serie nueva de reglas y de preceptos. Más bien es un lazo profundo de amor entre Dios y su pueblo para hacer realidad su sueño por el mundo. Y el sueño está contenido en el doble mandamiento del amor que Jesús vino a hacer realidad con la nueva y eterna alianza. Él dirá a los suyos: «De estos dos mandamientos (amor a Dios y amor al prójimo) penden toda la ley y los profetas» (Mt 22,40). El discípulo, desde el menor hasta el mayor, está llamado a construir la civilización del amor, aquella alianza nueva que no excluye a nadie, que abraza a toda la humanidad, empezando por los pobres.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.