ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 24 de septiembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jeremías 37,1-21

Vino a reinar, en vez de Konías, hijo de Yoyaquim, el rey Sedecías, hijo de Josías, al que Nabucodonosor, rey de Babilonia, puso por rey en tierra de Judá, pero tampoco él ni sus siervos, ni el pueblo de la tierra, hicieron caso de las palabras que Yahveh había hablado por medio del profeta Jeremías. El rey Sedecías envió a Yukal, hijo de Selemías, y al sacerdote Sofonías, hijo de Maaseías, a decir al profeta Jeremías: "¡Ea! Ruega por nosotros a nuestro Dios Yahveh." Y Jeremías iba y venía en público, pues no le habían encarcelado. Las fuerzas de Faraón salieron de Egipto, y al oír hablar de ellos los caldeos que sitiaban a Jerusalén, levantaron el sitio de Jerusalén. Entonces fue dirigida la palabra de Yahveh al profeta Jeremías: Así dice Yahveh, el Dios de Israel: Así diréis al rey de Judá que os envía a mí, a consultarme: He aquí que las fuerzas de Faraón que salían en vuestro socorro se han vuelto a su tierra de Egipto, y volverán los caldeos que atacan a esta ciudad, la tomarán y la incendiarán. Así dice Yahveh: No cobréis ánimos diciendo: "Seguro que los caldeos terminarán por dejarnos y marcharse"; porque no se marcharán, pues aunque hubieseis derrotado a todas las fuerzas de los caldeos que os atacan y les quedaren sólo hombres acribillados, se levantarían cada cual en su tienda e incendiarían esta ciudad. Cuando las tropas caldeas estaban levantando el sitio de Jerusalén, replegándose ante las tropas del Faraón, aconteció que Jeremías salía de Jerusalén para ir a tierra de Benjamín a asistir a un reparto en el pueblo. Y encontrándose él en la puerta de Benjamín, donde había un vigilante llamado Yiriyías, hijo de Selemías, hijo de Jananías, éste prendió al profeta Jeremías diciendo: "¡Tú te pasas a los caldeos!" Dice Jeremías: "¡Falso! Yo no me paso a los caldeos." Pero Yiriyías no le hizo caso, y poniendo preso a Jeremías, le llevó a los jefes, los cuales se irritaron contra Jeremías, le dieron de golpes y le encarcelaron en casa del escriba Jonatán, convertida en prisión. Así que Jeremías ingresó en el calabozo y en las bóvedas y permaneció allí mucho tiempo. El rey Sedecías mandó traerle, y le interrogó en su casa, en secreto: "¿Hay algo de parte de Yahveh?" Dijo Jeremías: "Lo hay." Y añadió: "En mano del rey de Babilonia serás entregado." Y dijo Jeremías al rey Sedecías: "¿En qué te he faltado a ti, a tus siervos y a este pueblo, para que me hayáis puesto en prisión? ¿Pues dónde están vuestros profetas que os profetizaban: "No vendrá el rey de Babilonia contra vosotros ni contra esta tierra? Ahora, pues, oiga el rey mi señor, caiga bien en tu presencia mi petición de gracia y no me vuelvas a casa del escriba Jonatán, no muera yo allí." Entonces el rey Sedecías mandó que custodiasen a Jeremías en el patio de la guardia y se le diese un rosco de pan por día de la calle de los panaderos, hasta que se acabase todo el pan de la ciudad. Y Jeremías permaneció en el patio de la guardia.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El profeta Jeremías es presa de sus enemigos. Es acusado falsamente, apaleado, encarcelado y tratado de manera inhumana. Hay como un pasión de Jeremías que prefigura la del Señor Jesús. El ataque contra él, que nace de la fuerza ciega del mal y de la injusticia, lo deja totalmente inerme en manos de sus adversarios, del mismo modo que en los evangelios Jesús será víctima de una fuerza de mal que lo llevará a la muerte. Jeremías está a merced de los enemigos del bien y de la verdad. Estos no podían soportar la voz libre del profeta que llamaba a todo el mundo a ser fiel a los mandamientos divinos. Su lucha contra el profeta en realidad era oposición a Dios mismo que quería dirigirse a su pueblo. Por su parte, el profeta acepta la persecución e intenta mantener vivo su mensaje confiando en la fuerza de la Palabra de Dios que, como dirá el apóstol Pablo, es «más cortante que espada alguna de dos filos» (Hb 4,12). Podríamos decir que el martirio de Jeremías tiene un recorrido lento: no ofrece su vida derramando sangre de una vez por todas. Más bien acepta continuar siendo un siervo de la Palabra anunciándola totalmente y aceptando las consecuencias hasta el final. Jeremías no tiene miedo de la muerte; tampoco teme a los que quieren hacerle desaparecer. En el libro del Apocalipsis, en referencia a los mártires del Cordero Jesucristo, acusados y sometidos al príncipe del mal, se dice: «Ellos lo vencieron (al acusador) gracias a la sangre del Cordero y a la palabra de testimonio que dieron, porque despreciaron su vida ante la muerte» (12,11). Jeremías es uno de estos, que anticipó los sufrimientos de Jesús y compartió con él la muerte y el triunfo. Se le pueden aplicar también a él las palabras de la Primera Epístola de Pedro: (los profetas del Antiguo Testamento) procuraban «descubrir a qué tiempo y a qué circunstancias se refería el Espíritu de Cristo, que estaba en ellos, cuando les predecía los sufrimientos destinados a Cristo y las glorias que les seguirán» (1,11).

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.