ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
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Memoria de los santos y de los profetas

Recuerdo de la deportación de los judíos de Roma durante la Segunda Guerra Mundial. Para los musulmanes es la fiesta del sacrificio (Aid al-Adha) Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 16 de octubre

Recuerdo de la deportación de los judíos de Roma durante la Segunda Guerra Mundial. Para los musulmanes es la fiesta del sacrificio (Aid al-Adha)


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Primero de los Macabeos 3,46-60

Por eso, una vez reunidos, se fueron a Masfá, frente a Jerusalén, porque tiempos atrás había habido en Masfá un lugar de oración para Israel. Ayunaron aquel día, se vistieron de sayal, esparcieron ceniza sobre la cabeza y rasgaron sus vestidos. Desenrollaron el libro de la Ley para buscar en él lo que los gentiles consultan a las imágenes de sus ídolos. Trajeron los ornamentos sacerdotales, las primicias y los diezmos, e hicieron comparecer a los nazireos que habían cumplido el tiempo de su voto. Levantaron sus clamores al Cielo diciendo: «¿Qué haremos con éstos? ¿A dónde los llevaremos? Tu Lugar Santo está conculcado y profanado, tus sacerdotes en duelo y humillación, y ahí están los gentiles coligados contra nosotros para exterminarnos. Tú conoces lo que traman contra nosotros. ¿Cómo podremos resistir frente a ellos si no acudes en nuestro auxilio?» Hicieron sonar las trompetas y prorrumpieron en grandes gritos. A continuación, Judas nombró jefes del pueblo: jefes de mil hombres, de cien, de cincuenta y de diez. A los que estaban construyendo casas, a los que acababan de casarse o de plantar viñas y a los cobardes, les mandó, conforme a la Ley, que se volvieran a sus casas. Luego, se puso en marcha el ejército y acamparon al sur de Emaús. Judas les dijo: «Preparaos, revestíos de valor y estad dispuestos mañana temprano para entrar en batalla con estos gentiles que se han coligado contra nosotros para destruirnos y destruir nuestro Lugar Santo. Porque es mejor morir combatiendo que estarnos mirando las desdichas de nuestra nación y del Lugar Santo. Lo que el Cielo tenga dispuesto, lo cumplirá.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

La asamblea del pueblo se celebró no en Jerusalén, ya ocupada por los paganos, sino en Masfá, una pequeña ciudad a 13 quilómetros de la capital que había sido fortificada por Asá, rey de Judá, para defenderse de los ataques del reino del Norte (2 R 15,22) y que se había convertido en sede del gobernador Godolías, tras la destrucción de Jerusalén por obra de Nabucodonosor (2 R 25,23-25). La mención de la presencia de un altar parece justificar la elección del lugar para una asamblea claramente de carácter religioso. De hecho, «ayunaron aquel día –escribe el autor sagrado–, se vistieron de sayal, esparcieron ceniza sobre la cabeza y rasgaron sus vestidos» (vv. 46-47). Era la disposición de todo el pueblo de ponerse ante Dios en su situación de pobreza y, por tanto, totalmente necesitado de ayuda de las Alturas. Y efectivamente se disponen a escuchar las Escrituras a través de las que habla el Señor: «desenrollaron el libro de la Ley para buscar en él lo que los paganos consultan a las imágenes de sus ídolos» (v. 48). El autor sugiere que los judíos recurren al libro santo para obtener el auspicio de una bendición celestial. Es la única ocasión en la Biblia en la que se habla de una consulta abriendo al azar una de las páginas de la Escritura, práctica que en el cristianismo se hará más frecuente. Los judíos, sabiendo que no podían vivir lejos del templo, intentaron imitar los ritos del templo llevando ornamentos sacerdotales, primicias y diezmos para ofrecer, y también invitando a algunos nazireos (es decir, fieles que se abstenían de ingerir bebidas alcohólicas y de cortarse el pelo) para que finalizaran sus votos, como habrían hecho en el templo. Sonaron entonces las trompetas y la oración común de todo el pueblo subió hacia el cielo. Eran conscientes de que Dios no podía no escuchar a su pueblo que se dirigía a Él con fe y con una sola voz. También Jesús subraya la fuerza irresistible de la oración común ante el Padre que está en el cielo: «Os aseguro también que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la Tierra para pedir algo, sea lo que fuere, lo conseguirán de mi Padre que está en los cielos.
Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18,19-20).
Una vez finalizada la oración común, Judas se ocupó de la batalla inminente. Y lo primero que hizo fue establecer un orden entre los suyos nombrando a los distintos jefes de de mil hombres, de cien de cincuenta y de diez, como se lee en el Éxodo (18,21-26). Luego eligió a los soldados según las disposiciones dictadas en el Deuteronomio (20,5-8). Con el ejército se desplazó hacia Emaús. Después de acampar exhorta a los soldados a sentirse «hijos fuertes», como si quisiera subrayar que solo si son conscientes de que son «hijos» del Señor serán «fuertes» ante la potencia del enemigo. Y luego les pidió que se dispusieran a dar su vida para salvar al pueblo: «Es mejor morir combatiendo que quedarnos mirando las desdichas de nuestra nación y del Lugar Santo. Lo que el Cielo tenga dispuesto, lo cumplirá». Son palabras que pueden transportarnos a aquella noche en Getsemaní, cuando Jesús aceptó hacer la voluntad del Padre, es decir, dar su vida por todos.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.