ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 6 de noviembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Primero de los Macabeos 9,1-22

Cuando supo Demetrio que Nicanor y su ejército habían caído en la guerra, envió a la tierra de Judá, en una nueva expedición, a Báquides y Alcimo con el ala derecha de su ejército. Tomaron el camino de Galilea y pusieron cerco a Mesalot en el territorio de Arbelas; se apoderaron de ella y mataron mucha gente. El primer mes del año 152 acamparon frente a Jerusalén, de donde partieron con 20.000 hombres y 2.000 jinetes en dirección a Beerzet. Judas tenía puesto su campamento en Eleasá y estaban con él 3.000 hombres escogidos. Pero al ver la gran muchedumbre de los enemigos, les entró mucho miedo y muchos escaparon del campamento; no quedaron más que ochocientos hombres. Judas vio que su ejército estaba desbandado y que la batalla le apremiaba, y se le quebrantó el corazón, pues no había tiempo de volverlos a juntar. Aunque desfallecido, dijo a los que le habían quedado: «Levantémonos y subamos contra nuestros adversarios por si podemos hacerles frente.» Trataban de disuadirle diciéndole: «No podemos; salvemos nuestras vidas de momento y volvamos luego con nuestros hermanos para combatir contra ellos, que ahora estamos pocos.» Judas replicó: «¡Eso nunca, obrar así y huir ante ellos! Si nuestra hora ha llegado, muramos con valor por nuestros hermanos y no dejemos tacha a nuestra gloria.» Salió la tropa del campamento y se ordenó para irles al encuentro: la caballería dividida en dos escuadrones, arqueros y honderos en avanzadilla, y los más aguerridos en primera línea; Báquides ocupaba el ala derecha. La falange se acercó por los dos lados y tocaron las trompetas. Los que estaban con Judas tocaron también las suyas, y la tierra se estremeció con el estruendo de los ejércitos. Se trabó el combate y se mantuvo desde el amanecer hasta la caída de la tarde. Vio Judas que Báquides y sus mejores tropas se encontraban en la parte derecha; se unieron a él los más esforzados, y derrotaron al ala derecha y la persiguieron hasta los montes de Azara. Pero el ala izquierda, al ver derrotada el ala derecha, se volvió sobre los pasos de Judas y los suyos, por detrás. La lucha se encarnizó y cayeron muchos de uno y otro bando. Judas cayó y los demás huyeron. Jonatán y Simón tomaron a su hermano Judas y le dieron sepultura en el sepulcro de sus padres en Modín. Todo Israel le lloró, hizo gran duelo por él y muchos días estuvieron repitiendo esta lamentación: «¡Cómo ha caído el héroe que salvaba a Israel!» Las demás empresas de Judas, sus guerras, proezas que realizó, ocasiones en que alcanzó gloria, fueron demasiado numerosas para ser escritas.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El capítulo nueve, tras el paréntesis sobre el acuerdo de Judas con los romanos, recupera la narración con la decisión de Demetrio I de lanzar un poderoso ataque contra Judas. Evidentemente la derrota política de Nicanor le había molestado poco y tal vez había tenido noticia también del acuerdo estipulado con los romanos. Preparó, pues, un gran ejército, que encabezaron Báquides, gobernador de la región, y Alcimo, uno de los líderes de los judíos que habían aceptado la helenización. Tras entrar en Galilea, el grueso de las tropas acampó en Arbelas, donde hicieron presos y asesinaron a muchos judíos. El ejército continuó hacia Jerusalén pero, al no encontrar a Judas, se dirigió hacia Beerzet, a pocos quilómetros hacia el norte. Al ver a un ejército tan numeroso y aguerrido los hombres de Judas mayoritariamente huyeron. Judas, afectado por un fuerte desánimo por la fuga de los suyos, no quería ceder de ningún modo y decidió atacar igualmente al ejército seléucida. En realidad, incluso los que se habían quedado con él, intentaron disuadirle. Judas, no obstante, insistió: «¡Eso nunca, obrar así y huir ante ellos! Si ha llegado nuestra hora, muramos con valor por nuestros hermanos y no dejemos mancillada nuestra gloria» (v. 10). Eran palabras sin duda altas y nobles. Judas luchaba por el triunfo de la causa yahvística. Pero es curioso que esta vez en el texto no se reclame la ayuda de Dios antes de la batalla contra un enemigo mucho más fuerte. El ejército enemigo rodeó al pequeño grupo de combatientes judíos. Judas decidió oponerse al ala más fuerte liderada por Báquides y la rechazó pero le atacaron por la espalda, fue asesinado y todos se dispersaron. La muerte de Judas significó una incalculable pérdida para los judíos. Todos se lamentaron profundamente: «¡Cómo ha caído el héroe que salvaba a Israel!» (v. 21). La figura de Judas es vista como un «salvador» del mismo modo que los demás jueces de Israel en el sentido que con sus victorias había logrado romper el yugo de la opresión religiosa y política a la que estaba sometido Israel. No obstante, no hay que olvidar que en la perspectiva bíblica, incluida la de los macabeos, el verdadero «salvador de Israel» es el Señor. Y es él quien comparte ese poder con aquellos que le son fieles. Y Judas Macabeo es uno de ellos.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.