ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 7 de noviembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Primero de los Macabeos 9,23-49

Con la muerte de Judas asomaron los sin ley por todo el territorio de Israel y levantaron cabeza todos los que obraban la iniquidad. Hubo entonces un hambre extrema y el país se pasó a ellos. Báquides escogió hombres impíos y los puso al frente del país. Se dieron éstos a buscar con toda su suerte de pesquisas a los amigos de Judas y los llevaban a Báquides, que les castigaba y escarnecía. Tribulación tan grande no sufrió Israel desde los tiempos en que dejaron de aparecer profetas. Entonces todos los amigos de Judas se reunieron y dijeron a Jonatán: «Desde la muerte de tu hermano Judas no tenemos un hombre semejante a él que salga y vaya contra los enemigos, contra Báquides y contra los que odian a nuestra nación. Por eso, te elegimos hoy a ti para que, ocupando el lugar de tu hermano, seas nuestro jefe y guía en la lucha que sostenemos.» En aquel momento Jonatán tomó el mando como sucesor de su hermano Judas. Al enterarse Báquides trataba de hacer morir a Jonatán. Pero Jonatán lo supo y su hermano Simón y todos sus partidarios y huyeron al desierto de Técoa, donde establecieron su campamento junto a las aguas de la cisterna de Asfar. (Báquides se enteró un día de sábado y pasó con todas las tropas al lado de allá del Jordán.) Jonatán envió a su hermano, jefe de la tropa, a pedir a sus amigos los nabateos autorización para dejar con ellos su impedimenta, que era mucha. Pero los hijos de Amrai, los de Medabá, hicieron una salida, se apoderaron de Juan y de cuanto llevaba y se alejaron con su presa. Después de esto, Jonatán y su hermano Simón, recibieron la noticia de que los hijos de Amrai celebraban una espléndida boda y traían de Nabatá, en medio de gran pompa, a la novia, hija de uno de los principales de Canaán. Recordaron entonces el sangriento fin de su hermano Juan y subieron a ocultarse al abrigo de la montaña. Al alzar los ojos, vieron que avanzaba en medio de confusa algazara una numerosa caravana, y que a su encuentro venía el novio, acompañado de sus amigos y hermanos, con tambores, música y gran aparato. Salieron entonces de su emboscada y cayeron sobre ellos para matarlos. Muchos cayeron muertos y los demás huyeron a la montaña. Se hicieron con todos sus despojos. = La boda acabó en duelo y la música en lamentación. = Una vez tomada venganza de la sangre de su hermano, se volvieron a las orillas pantanosas del Jordán. Al enterarse Báquides, vino el día de sábado con numerosa tropa a las riberas del Jordán. Jonatán dijo a su gente: «Levantémonos y luchemos por nuestras vidas, que hoy no es como ayer y anteayer. Delante de nosotros y detrás, la guerra; por un lado y por otro, las aguas del Jordán, las marismas, las malezas: no hay lugar a donde retirarse. Levantad, pues, ahora la voz al Cielo para salvaros de las manos de vuestros enemigos.» Entablado el combate, Jonatán tendió su mano para herir a Báquides y éste le esquivó echándose atrás, con lo que Jonatán y los suyos pudieron lanzarse al Jordán y ganar a nado la orilla opuesta. Sus enemigos no atravesaron el río en su persecución. Unos mil hombres del ejército de Báquides sucumbieron aquel día.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Con la muerte de Judas, el movimiento de revuelta, ya en parte minado por el cansancio de seis años de luchas incesantes, recibió un golpe durísimo, que tal vez habría podido significar su fin si los hombres enviados a Antioquía se hubieran mostrado más atentos y tolerantes hacia los judíos. El autor destaca la «tribulación tan grande» a la que fueron sometidos los judíos tras la muerte de Judas: «Báquides escogió hombres impíos y los puso al frente del país. Se dieron estos a buscar con toda suerte de pesquisas a los amigos de Judas y los llevaban a Báquides, que los castigaba y escarnecía. Tribulación […] grande […] sufrió Israel» (vv. 25-27). Hace pensar la nota del autor: aquella tribulación no se producía «desde los tiempos en que dejaron de aparecer profetas» (v. 27). Es una constante en la historia del pueblo del Señor, tanto en la Antigua Alianza como en la Nueva, es decir, el vínculo que se produce entre la ausencia de profecía, el debilitamiento moral y el crecimiento de la opresión y la violencia. De todos modos hubo una reacción por parte de los «amigos de Judas», es decir, los que no habían vivido en vano la amistad con el enviado del Señor. Estos se dirigieron a Jonatán, el más joven de los hijos de Matatías, al que consideraban similar a Judas, y le dijeron: «Te elegimos hoy a ti para que, ocupando el lugar de tu hermano, seas nuestro jefe y guía en la lucha que sostenemos» (v. 30). Era necesario que alguien se tomara la responsabilidad de luchar contra los enemigos de Dios. Báquides, al saberlo, se puso a seguir a Jonatán para matarlo, pero este se refugió en el desierto de Técoa. Y allí reorganizó las fuerzas de la resistencia. Envió a su hermano Juan a los nabateos para poner a buen recaudo sus equipos, pero fue interceptado por «los hijos de Amrai», fue raptado y asesinado. Como represalia Jonatán y Simón transformaron la fiesta de bodas de un noble cananeo en una masacre. Es una acción incomprensible en el contexto neotestamentario y que se puede inscribir únicamente dentro de una civilización todavía poco permeada por aquella fraternidad que, a pesar de todo, ya se revela en la tradición bíblica. La venganza desata siempre una espiral que difícilmente se puede parar. Báquides, al saber lo sucedido, reaccionó inmediatamente y tendió –«el día de sábado»– una emboscada a Jonatán. Esta vez Jonatán no olvidó invocar la ayuda de Dios. Y, tras haber exhortado a los suyos para que entraran en la batalla, les dijo: «Levantad, pues, ahora la voz al Cielo para salvaros de las manos de vuestros enemigos» (v. 46). Y a Jonatán se le concedió la victoria sobre el ejército enemigo.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.