ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 8 de noviembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Primero de los Macabeos 9,50-73

Vuelto a Jerusalén, hizo Báquides levantar ciudades fortificadas en Judea: la fortaleza de Jericó, Emaús, Bet Jorón, Betel, Tamnatá, Faratón y Tefón, con altas murallas, puertas y cerrojos y puso en ellas guarniciones que hostilizaran a Israel. Fortificó también la ciudad de Bet Sur, Gázara y la Ciudadela, y puso en ellas tropas y depósitos de víveres. Tomó como rehenes a los hijos de los principales de la región y los dejó bajo guardia en la Ciudadela de Jerusalén. El segundo mes del año 153, ordenó Alcimo demoler el muro del atrio interior del Lugar Santo. Destruía con ello la obra de los profetas. Había comenzado la demolición, cuando en aquel tiempo sufrió Alcimo un ataque y su obra quedó parada. Se le obstruyó la boca y se le quedó paralizada, de suerte que no le fue posible ya pronunciar palabra ni dar disposiciones en la tocante a su casa. Alcimo murió entonces en medio de grandes sufrimientos. Cuando Báquides vio que había muerto Alcimo, se volvió adonde el rey y hubo tranquilidad en el país de Judá por espacio de dos años. Todos los sin ley se confabularon diciendo: «Jonatán y los suyos viven tranquilos y confiados. Hagamos, pues, venir ahora a Báquides y los prenderá a todos ellos en una sola noche.» Fueron a comunicar el plan con él, y Báquides se puso en marcha con un fuerte ejército. Envió cartas secretas a sus alidados de Judea ordenándoles prender a Jonatán y a los suyos. Pero no pudieron, porque fueron conocidas sus intenciones, antes bien ellos prendieron a unos cincuenta hombres de la región, cabecillas de esta maldad, y les dieron muerte. A continuación, Jonatán, Simón y los suyos se retiraron a Bet Basí, en el desierto, repararon lo que en aquella plaza estaba derruido y la fortificaron. En sabiéndolo Báquides, juntó a toda su gente y convocó a sus partidarios de Judea. Llegó y puso cerco a Bet Basí, la atacó durante muchos días y construyó ingenios de guerra. Jonatán, dejando a su hermano Simón en la ciudad, salió por la región y fue con una pequeña tropa, con la que derrotó en su campamento a Odomerá y a sus hermanos, así como a los hijos de Fasirón. Estos empezaron a herir y a subir con las tropas. Simón y sus hombres, por su parte, salieron de la ciudad y dieron fuego a los ingenios. Trabaron combate con Báquides, le derrotaron y le dejaron sumido en profunda amargura, porque habían fracasado su plan y su ataque. Montó en cólera contra los hombres sin ley que le habían aconsejado venir a la región, mató a muchos de ellos y decidió volverse a su tierra. Al saberlo, le envió Jonatán legados para concertar con él la paz y conseguir que les devolviera los prisioneros. Báquides aceptó y accedió a las peticiones de Jonatán. Se comprometió con juramento a no hacerle mal en todos los días de su vida, y le devolvió los prisioneros que anteriormente había capturado en el país de Judá. Partió luego para su tierra y no volvió más a territorio judío. Así descansó la espada en Israel. Jonatán se estableció en Mikmas, comenzó a juzgar al pueblo e hizo desaparecer de Israel a los impíos.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Esta segunda parte del capítulo 9, tras haber narrado la intensificación del conflicto, se cierra con un restablecimiento de la paz entre los judíos y Báquides. El autor concluye el pasaje escribiendo: «Así descansó la espada en Israel. Jonatán se estableció en Micmás, comenzó a juzgar al pueblo e hizo desaparecer de Israel a los impíos» (v. 73). Para Báquides, en realidad, no fue una decisión espontánea. Tuvo que ceder a la paz a causa de las continuas derrotas que sufría ante los judíos. La decisión inicial era ir tras una victoria definitiva sobre Jonatán, hasta el punto que empezó una obra extraordinaria de fortificación de algunas ciudades que habían sido escenario de anteriores operaciones bélicas, como Emaús, Bet Jorón, Betel, Gázare y también el Akra de Jerusalén, donde mantuvo prisioneros a judíos que había hecho rehenes. También Alcimo, por su parte, empezó los trabajos de renovación del Templo demoliendo el muro que separaba «el atrio interior del Lugar Santo», al que tenían acceso los israelitas, desde el patio exterior donde podían entrar también los paganos. De ese modo, no obstante, destruía «la obra de los profetas» que habían construido el templo. Dicha afronta le valió el castigo de Dios con un ataque de parálisis. Báquides logro reprimir durante dos años la resistencia de los judíos. Luego quiso organizar una conjura para capturar a Jonatán, pero este huyo hacia Bet Basí, una vieja fortaleza situada al sur de Belén que fue adecuadamente fortificada. Báquides se dirigió hacia la ciudad para intentar conquistarla. Jonatán fue habilísimo, porque mediante incursiones logró debilitar el ejército sirio al tiempo que hacía aliados entre las tribus vecinas. Lanzó, pues, un ataque final contra Báquides y lo derrotó: «Trabaron combate con Báquides, lo derrotaron y lo dejaron sumido en profunda amargura» (v. 68). El autor subraya la humillación de Báquides por la dolorosa derrota. Fue tanto el desánimo que decidió no volver a su país. Pero no dejó de desahogar su ira contra aquellos judíos, traidores («hombres sin ley») que no le habían dado la información adecuada sobre las fuerzas reales de Jonatán. Pensó en hacer un pacto de paz con los judíos. Jonatán, al saberlo, sin esperar mucho, envió a unos mensajeros ante Báquides y negoció hábilmente la paz. Jonatán se estableció en Macmás, una localidad situada al norte de Jerusalén, en el camino que desde Betel bajaba hacia Jericó, y tuvo cinco años de paz durante los que persiguió su política de ejemplar castigo contra los impíos siempre que fuera posible. El autor lo compara a los jueces de los tiempos antiguos, es decir, a un guerrero que libra las batallas del Cielo.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.