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Memoria de Jesús crucificado
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Memoria de Jesús crucificado

Recuerdo de la dedicación de la basílica de Santa Maria in Trastevere. En esta iglesia reza cada tarde la Comunidad de Sant'Egidio. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 15 de noviembre

Recuerdo de la dedicación de la basílica de Santa Maria in Trastevere. En esta iglesia reza cada tarde la Comunidad de Sant’Egidio.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Primero de los Macabeos 11,38-53

El rey Demetrio, viendo que el país estaba en calma bajo su mando y que nada le ofrecía resistencia, licenció todas sus tropas mandando a cada uno a su lugar, excepto las tropas extranjeras que había reclutado en las islas de las naciones. Todas las tropas que había recibido de sus padres se enemistaron con él. Entonces Trifón, antiguo partidario de Alejandro, al ver que todas las tropas murmuraban contra Demetrio, se fue donde el árabe Yamlikú que criaba al niño Antíoco, hijo de Alejandro, y le instaba a que se lo entregase para ponerlo en el trono de su padre. Le puso al corriente de toda la actuación de Demetrio y del odio que le tenían sus tropas. Permaneció allí muchos días. Entre tanto envió Jonatán a pedir al rey Demetrio que retirara las guarniciones de la Ciudadela de Jerusalén y de las plazas fuertes porque hostilizaban a Israel. Demetrio envió a decir a Jonatán: «No sólo haré esto por ti y por tu nación, sino que os colmaré de honores a ti y a tu nación cuando tenga oportunidad. Pero ahora harás bien en enviarme hombres en mi auxilio, pues todas mis tropas me han abandonado.» Jonatán le envió a Antioquía 3.000 guerreros valientes, y cuando llegaron, el rey experimentó gran satisfacción con su venida. Se amotinaron en el centro de la ciudad los ciudadanos, al pie de 120.000, y querían matar al rey. El se refugió en el palacio, y los ciudadanos ocuparon las calles de la ciudad y comenzaron el ataque. El rey llamó entonces en su auxilio a los judíos, que se juntaron todos en torno a él y luego se diseminaron por la ciudad. Aquel día llegaron a matar hasta 100.000. Prendieron fuego a la ciudad, se hicieron ese mismo día con un botín considerable y salvaron al rey. Cuando los de la ciudad vieron que los judíos dominaban la ciudad a su talante, perdieron el ánimo y levantaron sus clamores al rey suplicándole: «Danos la mano y cesen los judíos en sus ataques contra nosotros y contra la ciudad.» Depusieron las armas e hicieron la paz. Los judíos alcanzaron gran gloria ante el rey y ante todos los de su reino y se volvieron a Jerusalén con un rico botín. El rey Demetrio se sentó en el trono de su reino y la tierra quedó sosegada en su presencia. Pero faltó a todas sus promesas y se indispuso con Jonatán. Lejos de corresponder a los servicios que le había prestado, le causaba graves molestias.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Demetrio, creyéndose seguro en su trono, quiso dar mayor estabilidad a su reino. Retiró el grueso de su ejército pensando que ya no lo necesitaba. Pidió a los soldados que dejaran las armas y no les pagó los salarios previstos para el tiempo de paz, como, en cambio, sí habían hecho los reyes anteriores para asegurarse su fidelidad en tiempos de emergencia. Mantuvo armados solo a los mercenarios que había enrolado en Creta y en las islas, como explica José Flavio, el antiguo historiador judío. El rey era cada vez más impopular, y Trifón, uno de los generales de Alejandro, se aprovechó de la situación. El consejero Trifón (que adoptó el sobrenombre de «intemperante» tras su victoria sobre Demetrio II) era nativo de Apamea y había prestado servicio en el ejército de Demetrio I. Se había pasado, pues, al bando de Alejandro y luego al de Tolomeo. Jonatán, informado de lo que estaba pasando en Siria, pensó en pedir al rey que le permitiera evacuar a las tropas sirias que ocupaban la Ciudadela del Akra y las demás guarniciones de Judea. Quería, en definitiva, aprovechar la situación para librarse por completo de la presencia de tropas extranjeras en toda la región. Demetrio accedió a la petición y mandó decir a Jonatán: «No solo haré esto por ti y por tu nación, sino que os colmaré de honores a ti y a tu nación cuando tenga oportunidad». A cambio le pidió que enviara soldados que lo ayudaran: «Pero ahora harás bien en enviarme hombres en mi auxilio, pues todas mis tropas me han abandonado». Jonatán envió a Antioquía a un ejército de tres mil hombres, que salvaron al rey de una revuelta que había estallado en Antioquía. José Flavio explica que en un primer momento aquellos soldados fueron doblegados y se vieron obligados a refugiarse en el palacio real. Pero desde los tejados y gracias a sus flechas lograron dispersar a la muchedumbre y salvar, de ese modo, al rey. Los soldados judíos obviamente «alcanzaron gran gloria ante el rey y ante todos los de su reino y se volvieron a Jerusalén con un rico botín». Esta victoria, sin embargo, no fue motivo de alegría entre los judíos, salvo por el botín obtenido, pues Demetrio no cumplió su palabra y, como premio, «se indispuso con Jonatán». Tal vez Jonatán había confiado más en la alianza con Demetrio que en la alianza con el Señor, el único que no traiciona a su pueblo.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.