ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 19 de noviembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Primero de los Macabeos 12,1-23

Viendo Jonatán que las circunstancias le eran favorables, escogió hombres y los envió a Roma con el fin de confirmar y renovar la amistad con ellos. Con el mismo objeto envió cartas a los espartanos y a otros lugares. Se fueron, pues, a Roma y entrando en el Senado dijeron: «Jonatán, sumo sacerdote, y la nación de los judíos nos han enviado para que se renueve con ellos la amistad y la alianza como antes.» Les dieron los romanos cartas para la gente de cada lugar recomendando que se les condujera en paz hasta el país de Judá. Esta es la copia de la carta que escribió Jonatán a los espartanos: «Jonatán, sumo sacerdote, el senado de la nación, los sacerdotes y el resto del pueblo judío saludan a sus hermanos los espartanos. Ya en tiempos pasados, Areios, que reinaba entre vosotros, envió una carta al sumo sacerdote Onías en que le decía que erais vosotros hermanos nuestros como lo atestigua la copia adjunta. Onías recibió con honores al embajador y tomó la carta que hablaba claramente de alianza y amistad. Nosotros, aunque no tenemos necesidad de esto por tener como consolación los libros santos que están en nuestras manos, hemos procurado enviaros embajadores para renovar la fraternidad y la amistad con vosotros y evitar que vengamos a seros extraños, pues ha pasado mucho tiempo ya desde que nos enviasteis vuestra embajada. Por nuestra parte, en las fiestas y demás días señalados, os recordamos sin cesar en toda ocasión en los sacrificios que ofrecemos y en nuestras oraciones, como es justo y conveniente acordarse de los hermanos. Nos alegramos de vuestra gloria. A nosotros, en cambio, nos han rodeado muchas tribulaciones y guerras, pues nos hemos visto atacados por los reyes vecinos. Pero en estas luchas no hemos querido molestaros a vosotros ni a los demás aliados y amigos nuestros, porque contamos con el auxilio del Cielo que, viniendo en nuestra ayuda, nos ha librado de nuestros enemigos y a ellos los ha humillado. Hemos, pues, elegido a Numenio, hijo de Antíoco, y a Antípatro, hijo de Jasón, y les hemos enviado a los romanos para renovar la amistad y la alianza que antes teníamos, y les hemos dado orden de pasar también donde vosotros para saludaros y entregaros nuestra carta sobre la renovación de nuestra fraternidad. Y ahora haréis bien en contestarnos a esto.» Esta es la copia de la carta enviada a Onías: «Areios, rey de los espartanos, saluda a Onías, sumo sacerdote. Se ha encontrado un documento relativo a espartanos y judíos de que son hermanos y que son de la raza de Abraham. Y ahora que estamos enterados de esto, haréis bien escribiéndonos sobre vuestro bienestar. Nosotros por nuestra parte os escribimos: Vuestro ganado y vuestros bienes son nuestros, y los nuestros vuestros son. Damos orden de que se os envíe un mensaje en tal sentido.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Los dos hermanos macabeos, Jonatán y Simón, nombrados generales de todas las regiones al sur de Antioquía, habían alcanzado el ápice de sus éxitos militares. Pero la nación judía, aun habiendo obtenido notables beneficios, todavía no tenía un rostro jurídico estable y definitivo. Le faltaba sobre todo el reconocimiento de su independencia política, única condición que le podía garantizar una estabilidad en el tiempo y que le podía proteger de los peligros de la cambiante situación interna del reino de Siria, de la que dependía desde el punto de vista político. Retomando, pues, el camino ya recorrido con cierto éxito por su hermano Judas hacia el final de su carrera, Jonatán intenta hacerse con apoyos externos recuperando las relaciones diplomáticas tanto con Roma como con Esparta. El texto, tras un breve apunte a las relaciones con Roma, se extiende en detalles en los vínculos establecidos con los espartanos y reproduce la carta que Jonatán les había enviado y una carta anterior del rey de Esparta dirigida al sumo sacerdote de Jerusalén (19-23). Sobre esta última carta, que da prueba de una antigua amistad entre los dos pueblos, Jonatán quiere basar las nuevas relaciones. No obstante, es importante destacar que la constatación de la amistad y la petición de ayuda no se produce fuera de la fe de Israel. Se podría decir que Jonatán desafía la diplomacia cuando recuerda a los espartanos que los judíos no piden nada porque ponen su confianza en el «cielo» y en los «libros santos»: «Nosotros, aunque no tenemos necesidad de esto por tener como consolación los libros santos que están en vuestras manos, hemos procurado enviaros embajadores para renovar la fraternidad y la amistad con vosotros y evitar que vengamos a seros extraños» (9-10). La búsqueda de la fraternidad entre pueblos diferentes es el camino para una paz estable. Por eso están llenas de sentido espiritual las palabras que siguen: «Por nuestra parte, en las fiestas y demás días señalados, os recordamos sin cesar en toda ocasión en los sacrificios que ofrecemos y en nuestras oraciones, como es justo y conveniente acordarse de los hermanos. Nos alegramos de vuestra gloria» (11-12). El pueblo creyente de Israel, a través de la oración, trabaja para consolidar la amistad con los demás pueblos. La oración a Dios por los demás es una de las manifestaciones más altas del amor de los creyentes, y del mismo modo la alegría por la gloria de los demás brota de un corazón que cree. Todo ello no solo no excluye la dimensión diplomática de los acuerdos, sino que los refuerza. Es bueno, por otra parte, que la carta recuerde que a Israel la ayuda le viene del Señor. Y se manifiesta de manera particular en los momentos de prueba: «A nosotros, en cambio, nos han rodeado muchas tribulaciones y guerras, pues nos hemos visto atacados por los reyes vecinos. Pero en estas luchas no hemos querido molestaros a vosotros ni a los demás aliados y amigos nuestros, porque contamos con el auxilio del Cielo, que, viniendo en nuestra ayuda, nos ha librado de nuestros enemigos y a ellos los ha humillado» (13-15). La fraternidad entre los pueblos lleva a un nuevo orden de paz entre realidades distintas, a una especie de posesión común de los bienes: «Vuestro ganado y vuestros bienes son nuestros, y los nuestros vuestros son» (23).

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.