ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres
Lunes 25 de noviembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Primero de los Macabeos 14,1-24

El año 172 juntó el rey Demetrio su ejército y partió para Media para procurarse ayuda con que combatir a Trifón. Pero al enterarse Arsaces, rey de Persia y Media, de que Demetrio había entrado en su término, mandó a uno de sus generales para capturarle vivo. Partió éste y derrotó al ejército de Demetrio, le hizo prisionero y le llevó ante Arsaces que le puso en prisión. El país de Judá gozó de paz durante todos los días de Simón. El procuró el bien a su nación,
les fue grato su gobierno
y su gloria en todo tiempo. Además de toda su gloria,
tomó a Joppe como puerto
y se abrió paso a las islas del mar. Ensanchó las fronteras de su nación,
se hizo dueño del país, y repatrió numerosos cautivos.
Tomó Gázara, Bet Sur y la Ciudadela,
la limpió de sus impurezas
y no hubo quien le resistiera. Cultivaban en paz sus tierras;
la tierra daba sus cosechas
y los árboles del llano sus frutos. Los ancianos se sentaban en las plazas,
todos conversaban sobre el bienestar
y los jóvenes vestían galas y armadura. Procuró bastimentos a las ciudades,
las protegió con fortificaciones
hasta llegar la fama de su gloria a los confines de la
tierra. Estableció la paz en el país
y gozó Israel de gran alegría. Se sentaba cada cual bajo su parra y su higuera
y no había nadie que les inquietara. No quedó en el país quien les combatiera
y fueron derrotados los reyes en aquellos días. Dio apoyo a los humildes de su pueblo
hizo desaparecer a todo impío y malvado.
Observó fielmente la Ley, dio gloria al Lugar Santo
y multiplicó su ajuar. Cuando llegó a Roma y hasta Esparta la noticia de la muerte de Jonatán, lo sintieron mucho; pero cuando supieron que su hermano Simón le había sucedido en el sumo sacerdocio y había tomado el mando del país y sus ciudades, le escribieron en planchas de bronce para renovar con él la amistad y la alianza que habían establecido con sus hermanos Judas y Jonatán. Se leyeron en Jerusalén ante la asamblea. Esta es la copia de la carta enviada por los espartanos: «Los magistrados y la ciudad de los espartanos saludan al sumo sacerdote Simón, a los ancianos, a los sacerdotes y al resto del pueblo de los judíos, nuestros hermanos. Los embajadores enviados a nuestro pueblo nos han informado de vuestra gloria y honor y nos hemos alegrado con su venida. Hemos registrado sus declaraciones entre las decisiones del pueblo en estos términos: Numenio, hijo de Antíoco, y Antípatros, hijo de Jasón, embajadores de los judíos, se nos han presentado para renovar la amistad con nosotros. Ha sido del agrado del pueblo recibir con honor a estos personajes y depositar la copia de sus discursos en los archivos públicos para que el pueblo espartano conserve su recuerdo. Se ha sacado una copia de esto para el sumo sacerdote Simón.» Después, envió Simón a Roma a Numenio con un gran escudo de oro de mil minas de peso para confirmar la alianza con ellos.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Tras haber enmarcado cronológicamente el tiempo de Simón –estamos en el año 140 a.C.–, el autor profiere el elogio de la extraordinaria obra que el joven soberano hace por «el bien a su nación» (4). La primera parte del texto, del versículo 4 al 15, manifiesta con rasgos de lenguaje poético la serena fuerza de la acción de gobierno de Simón, que, utilizando el lenguaje de hoy diríamos que trabajó por el bien común de todos. Efectivamente, se preocupó por el desarrollo económico con la apertura del puerto de Jope, por el reforzamiento de la nación con la ampliación de las fronteras hasta la costa del Mediterráneo y por garantizar la seguridad propiciando numerosas obras de fortificación. En definitiva, la vida del pueblo estaba marcada por la serenidad y la paz. Son hermosas las palabras que aluden a varias generaciones: «Los ancianos se sentaban en las plazas, todos conversaban sobre el bienestar y los jóvenes vestían galas y armadura» (9). También son serenas las que describen la vida de cada día: «Estableció la paz en el país y gozó Israel de gran alegría. Se sentaba cada cual bajo su parra y su higuera y no había nadie que los inquietara. No quedó en el país quien los combatiera y fueron derrotados los reyes en aquellos días» (11-13). Simón se mostraba como un hombre sabio y firme en su gobierno. La misma administración de la justicia estaba marcada por una gran sabiduría: «Dio apoyo a los humildes de su pueblo, hizo desaparecer a todo impío y malvado. Observó fielmente la Ley» (14). La vida religiosa recuperó su curso normal con el templo que recuperaba su centralidad y su belleza: «Dio gloria al Lugar Santo y multiplicó su ajuar» (15). Tras esta descripción de la nueva vida del pueblo judío, el autor plantea el tema de la relación con Roma y Esparta, que Simón reactivó. La noticia de la muerte de Jonatán había entristecido a los aliados que, a pesar de todo, al conocer la ascensión al trono de Simón, se alegraron. Los espartanos enviaron una carta de respuesta en dos planchas de bronce para reafirmar la amistad y la alianza ya establecida con Judas y Jonatán. La carta, leída ante la asamblea en Jerusalén, refiere la alegría de los espartanos por dicha amistad: «Ha sido del agrado del pueblo recibir con honor a estos personajes (los embajadores judíos Numenio y Antípatros) y depositar la copia de sus discursos en los archivos públicos para que el pueblo espartano conserve su recuerdo» (23). También este aspecto de política internacional atenta forma parte de aquella sabiduría de gobierno por parte de Simón para garantizar la seguridad del pueblo judío.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.