ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias

Memoria de los santos y de los profetas

Recuerdo de San Juan Damasceno, sacerdote y doctor de la Iglesia, que vivió en Damasco en el siglo VIII. Oración por los cristianos en Siria. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 4 de diciembre

Recuerdo de San Juan Damasceno, sacerdote y doctor de la Iglesia, que vivió en Damasco en el siglo VIII. Oración por los cristianos en Siria.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 15,29-37

Pasando de allí Jesús vino junto al mar de Galilea; subió al monte y se sentó allí. Y se le acercó mucha gente trayendo consigo cojos, lisiados, ciegos, mudos y otros muchos; los pusieron a sus pies, y él los curó. De suerte que la gente quedó maravillada al ver que los mudos hablaban, los lisiados quedaban curados, los cojos caminaban y los ciegos veían; y glorificaron al Dios de Israel. Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: «Siento compasión de la gente, porque hace ya tres días que permanecen conmigo y no tienen qué comer. Y no quiero despedirlos en ayunas, no sea que desfallezcan en el camino.» Le dicen los discípulos: «¿Cómo hacernos en un desierto con pan suficiente para saciar a una multitud tan grande?» Díceles Jesús: «¿Cuántos panes tenéis?» Ellos dijeron: «Siete, y unos pocos pececillos.» El mandó a la gente acomodarse en el suelo. Tomó luego los siete panes y los peces y, dando gracias, los partió e iba dándolos a los discípulos, y los discípulos a la gente. Comieron todos y se saciaron, y de los trozos sobrantes recogieron siete espuertas llenas.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El pasaje evangélico nos lleva junto a Jesús que, regresado a Galilea, sube nuevamente al monte: “Jesús vino junto al mar de Galilea; subió al monte y se sentó allí”. En la tradición bíblica el monte representa el lugar privilegiado donde encontrar al Señor. Y el evangelista Mateo quiere mostrar cuán unida está la misión de Jesús con la relación con el Padre que está en los cielos. En efecto, es del Padre de quien nace toda la acción de amor, de compasión, de curación y de salvación que Jesús realiza. Aquel lugar alto es Jesús mismo. Es de él de quien emana una fuerza divina. Por esto se convierte como en un santuario, es decir, el lugar donde Dios se hace presente, y a donde los enfermos, los pobres y los cojos quieren acudir para ser acogidos y curados. Y efectivamente -advierte el evangelista- Jesús los curaba. Todos quedaban admirados de su obra de curación. Durante tres días aquella multitud siguió escuchándole. ¡Qué diferencia con nuestra pereza y con nuestra distracción ante la Palabra de Dios! Al final de aquellos tres días, escribe Mateo, Jesús sintió compasión por aquella multitud. En efecto, después de haber alimentado sus corazones con el pan de la Palabra quería ahora alimentarlos también con el pan del cuerpo. Jesús lleva en el corazón toda nuestra vida, tanto la espiritual como la material. Desgraciadamente hoy hemos sucumbido ante una cultura materialista que se convierte en una dictadura sutil. Ponemos atención en las cosas materiales, en lo que tocamos y vemos, en lo que satisface nuestros deseos, y olvidamos la dimensión espiritual, ponemos en un segundo plano las cosas del espíritu y las de Dios. Pero todo eso lleva al endurecimiento del corazón y de la mente, es decir, a no comprender y a no conmovernos. Es lo que le sucedió a los discípulos, que no comprendieron que aquella multitud necesitaba comer. Cuando Jesús les dice que no quiere despedirles en ayunas, ellos no saben proponer otra cosa más que la triste resignación de siempre: no es posible hacer nada. Por lo demás, ¿cómo encontrar algo que comer en un lugar desierto? También nosotros habríamos respondido como ellos. Pero Jesús no se resigna. Sabe que nada es imposible para Dios. Hace que le traigan los siete panes y los pocos peces que consiguieron encontrar y, después de haber “dado gracias”, es decir, después de haber rezado, los multiplica para todos. Y se realiza el milagro: todos se saciaron. Esta página evangélica es una apremiante invitación a todos los creyentes para que sientan la misma compasión de Jesús hacia los débiles y los pobres, y para que vivan la misma certeza de que nada es imposible para Dios. La fe consigue multiplicar incluso aquellas pobres y pocas cosas que tenemos con tal de que las pongamos en las manos de Jesús.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.