ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 11 de diciembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 11,28-30

«Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jesús tiene ante sus ojos esas multitudes de pobres y de débiles, multitudes de “pequeños”. Son multitudes cansadas y abatidas como ovejas sin pastor. En varias ocasiones los Evangelios subrayan la compasión de Jesús hacia ellos. Y advierten que con frecuencia es Jesús mismo el que va a su encuentro, a mezclarse con ellos, a comer con ellos, a “perder tiempo” con ellos. Pero ahora -en un momento especialmente solemne- los llama hacia sí: “Venid a mí”. Ciertamente los ve gemir por la dureza de las pesadas condiciones en las que viven, pero también por el peso de prescripciones rituales impuestas por los fariseos que no conocen ni el amor ni la misericordia. Sobre las espaldas de estos “pequeños”, estas prescripciones pesaban como un yugo duro y calloso, similar al que los campesinos ponían sobre el cuello de los animales de tiro. La ley, dada para la salvación y la vida (Ez 20,13), se había transformado en una carga insoportable de centenares de minuciosas prescripciones que, de hecho, ninguno cumplía, ni siquiera los doctores de la ley. Jesús, conmovido por estas multitudes numerosas, ahora las llama consigo y les promete consuelo: “Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso”. Es el descanso y el consuelo de quien ha venido para servir, para ayudar, para amar, para salvar y no para ganar para sí. Y, respecto al “yugo” de los fariseos, Jesús propone su “yugo” que es “suave y ligero”. Es fácil llevarlo. No porque no sea exigente. Al contrario, Jesús propone un ideal alto, predica un Evangelio que requiere radicalidad en las decisiones y dedicación total de la vida. Sin embargo, este yugo es ligero, porque es verdaderamente cercano al hombre, como él mismo está cerca de los hombres, de los pequeños y de los débiles. Jesús se pone a sí mismo como ejemplo: “aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón”. El “yugo” de Jesús es él mismo y su Evangelio. No se trata por tanto de un peso externo que se coloca sobre nuestra espalda como si fuéramos animales de carga. Es yugo es Jesús que viene a nuestro lado, que camina con nosotros, que nos sostiene en todo momento de la vida. El yugo es el Evangelio del amor que Jesús deposita en nuestro corazón. Juan, el discípulo del amor, en su primera carta puede escribir: “sus mandamientos no son pesados” (5, 3). El amor de Jesús es lo que salva y sostiene.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.