ORACIÓN CADA DÍA

Oración del tiempo de Navidad
Palabra de dios todos los dias

Oración del tiempo de Navidad

Recuerdo de Laurindo y de Madora, jóvenes mozambiqueños que murieron a causa de la guerra; con ellos recordamos a todos los jóvenes que han muerto a causa de los conflictos y la violencia de los hombres. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Oración del tiempo de Navidad
Lunes 30 de diciembre

Recuerdo de Laurindo y de Madora, jóvenes mozambiqueños que murieron a causa de la guerra; con ellos recordamos a todos los jóvenes que han muerto a causa de los conflictos y la violencia de los hombres.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Gloria a Dios en las alturas, y paz en la tierra
a los hombres de buena voluntad.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 2,36-40

Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad avanzada; después de casarse había vivido siete años con su marido, y permaneció viuda hasta los ochenta y cuatro años; no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones. Como se presentase en aquella misma hora, alababa a Dios y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén. Así que cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre él.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Aleluya, aleluya, aleluya.
Aleluya, aleluya, aleluya.
Aleluya, aleluya, aleluya.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Después de hacernos contemplar el extraordinario encuentro entre Simeón y el niño Jesús, el Evangelio de Lucas nos presenta otro encuentro, con la anciana profetisa Ana. Es una mujer de 84 años. Gasta lo que le resta de vida dentro del templo. Se podría decir que para ella no hay nada más que hacer que continuar sus días de la misma forma hasta que le llegue la muerte. En realidad, el encuentro con aquel Niño le cambia la existencia. Si Simeón cantó el Nunc dimittis, Ana, por el contrario, recibe como una nueva energía, una nueva vocación, una nueva misión. Sus años dejaron de ser un peso, su vejez ya no era un naufragio: se convierte en la primera predicadora del Evangelio. Verdaderamente no hay nada imposible para Dios. Ana es un ejemplo para todos: la vida cambia si encontramos de verdad a Jesús. No cuentan los años, no cuenta lo que se ha hecho hasta ese momento, sólo cuenta dejarse tocar el corazón por el Señor. Lo ocurrido a Ana nos debe hacer pensar. Nuestras comunidades que, con frecuencia, homologándose a la mentalidad corriente, apartan a los ancianos, son interpeladas por esta página evangélica para que ayuden a estos hermanos y hermanas de edad avanzada a descubrir la tarea que el Señor les confía, aunque sólo sea con la oración y la palabra. Esta mujer “alababa a Dios”, es decir, rezaba, y “hablaba del niño”, esto es, comunicaba el Evangelio. El evangelista concluye con una frase que describe el regreso de María, José y Jesús a Nazaret. Y en tres líneas que valen treinta años, sintetiza la larga “vida oculta” de Jesús. Nosotros, enfermos de protagonismo, nos preguntaríamos por qué Jesús no empezó inmediatamente su acción pastoral con signos y prodigios. Es lo que antiguamente trataron de decir los evangelios “apócrifos”, es decir, esas descripciones de la infancia de Jesús que llenan de milagros sus primeros años. La Iglesia nunca los ha considerado verdaderos. La verdad es otra. Jesús asumió la “semejanza humana”, canta el himno de Pablo a los Filipenses, para que se viera que la salvación no es ajena a la vida de todos los días. En Nazaret no hay milagros, no hay visiones ni multitudes que se agolpan. Esta breve frase del Evangelio es como la síntesis de treinta años de vida ordinaria, de Jesús y nuestra. Sí, también nosotros, en la cotidianeidad de nuestros días, debemos “crecer y fortalecernos, llenándonos de sabiduría”, bajo la gracia de Dios, como le sucedió a Jesús. Y creceremos en la medida en que cada día deshojemos página a página el Evangelio, tratando de ponerlo en práctica.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.