ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias

Memoria de los pobres

Recuerdo de santa Escolástica (ca. 480 – ca. 547), hermana de san Benito. Con ella recordamos a las ermitañas, las monjas y las mujeres que siguen al Señor. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres
Lunes 10 de febrero

Recuerdo de santa Escolástica (ca. 480 – ca. 547), hermana de san Benito. Con ella recordamos a las ermitañas, las monjas y las mujeres que siguen al Señor.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Marcos 6,53-56

Terminada la travesía, llegaron a tierra en Genesaret y atracaron. Apenas desembarcaron, le reconocieron en seguida, recorrieron toda aquella región y comenzaron a traer a los enfermos en camillas adonde oían que él estaba. Y dondequiera que entraba, en pueblos, ciudades o aldeas, colocaban a los enfermos en las plazas y le pedían que tocaran siquiera la orla de su manto; y cuantos la tocaron quedaban salvados.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jesús ha cruzado a la otra orilla alcanzando a los discípulos, arrastrados por las olas del lago de Galilea. Su presencia, como otras veces, calma el mar y el viento, como calma el corazón de cada uno de nosotros cuando está angustiado y prisionero de sí mismo. Apenas desembarcan, dice el Evangelio que “le reconocieron en seguida”. La gente reconoce en él la misericordia, la bondad, la fuerza de curación y de perdón. Por ello acuden a él de todas partes llevando ante él a los enfermos. Es una escena habitual en los Evangelios: Jesús está siempre rodeado de la multitud, no se sustrae a sus demandas, no rechaza a nadie sino que vive en medio de los demás. Hace pensar en nuestra vida cristiana, nuestras comunidades: surge espontánea la pregunta sobre cómo vivimos la fuerza de curación y de salvación que el Señor ha venido a traernos. Quizá estamos preocupados por conservar lo que tenemos, en lugar de salir a encontrar a la gente, comprender sus demandas, sus necesidades. También es cierto que en este tiempo de crisis muchos nos buscan, nos piden, a veces incluso se agolpan en nuestros centros de acogida. ¿Estamos dispuestos a acoger sus palabras, o a veces la prisa nos impide tener la paciencia de escuchar, e inhibe la fuerza de la gracia que el Señor nos ha confiado para que la podamos comunicar? Observemos cómo para aquella gente era importante al menos tocar a Jesús. Así había ocurrido con la hemorroísa. No es un gesto mágico, sino un gesto que muestra la fuerza de la humanidad que proviene de él, de su amor. Jesús no se echa atrás, sabe lo importante que es el contacto con los demás, sobre todo en la necesidad; sabe lo necesarios que son los gestos y las palabras de ternura. A menudo el papa Francisco invita a “tocar las llagas de Jesús tocando las de los pobres”. Hoy somos todos un poco más miedosos, dominados por un falso respeto que nos hace a todos más duros, fríos, expeditivos, de forma que nos faltan gestos de ternura, de amistad, de los que hay tanta necesidad. Dejemos que los demás invadan nuestro territorio, que traspasen nuestras fronteras, para que a través nuestro puedan encontrar la fuerza del amor de Jesús, que cura y salva.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.