ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 12 de febrero


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Marcos 7,14-23

Llamó otra vez a la gente y les dijo: «Oídme todos y entended. Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda contaminarle; sino lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre. Quien tenga oídos para oír, que oiga.» Y cuando, apartándose de la gente, entró en casa, sus discípulos le preguntaban sobre la parábola. El les dijo: «¿Conque también vosotros estáis sin inteligencia? ¿No comprendéis que todo lo que de fuera entra en el hombre no puede contaminarle, pues no entra en su corazón, sino en el vientre y va a parar al excusado?» - así declaraba puros todos los alimentos -. Y decía: «Lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas: fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, avaricias, maldades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez. Todas estas perversidades salen de dentro y contaminan al hombre.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El pasaje evangélico continúa la discusión sobre lo que es puro y lo que es impuro comenzada en el Evangelio de ayer. Es un tema decisivo para la enseñanza de Jesús, y llama por tanto a la multitud en torno a sí para mostrarles la verdadera dimensión religiosa de la vida. Ahora responde directamente a la pregunta que los fariseos le habían hecho sobre por qué los discípulos comían con “manos impuras”, es decir, sin lavárselas. Mis discípulos –responde Jesús- obran así porque “nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda contaminarle; sino lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre”. El punto clave es el corazón. En la Biblia el corazón no es sólo la sede de los sentimientos sino también de las decisiones, de las elecciones personales. Del corazón nacen los pensamientos malvados, las intenciones impuras, las malas decisiones, y es el corazón, por tanto, lo que hay que cuidar, del que se deben erradicar las hierbas amargas del odio, la venganza, la codicia, los abusos. Jesús lo dice claramente: “Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas: fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, avaricias, maldades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez. Todas estas perversidades salen de dentro y contaminan al hombre”. Son estos los malos sentimientos y acciones los que desencadenan violencias y conflictos. La batalla central de nuestra vida se combate en el corazón, para liberarlo de los malos instintos y sembrar en él el germen del amor. No hay que fiarse del corazón porque, como dice el profeta Jeremías: “El corazón es lo más retorcido; no tiene arreglo: ¿quién lo conoce? Yo, el Señor, exploro el corazón, pruebo los riñones” (17, 9-10). Por esto debemos cultivar en nuestro corazón la palabra de Dios y hacerla fructificar. María, la primera de los creyentes, nos lo enseña desde el principio. Ella –escribe el Evangelio- “guardaba todas estas cosas en su corazón”, todo lo que veía acontecerle a Jesús. Por ello sus pensamientos y sus obras eran buenos, porque provenían de un corazón purificado por la escucha continua de la palabra de Dios y de la contemplación ininterrumpida de lo que Jesús hacía. Es el camino que también nosotros debemos seguir si queremos vivir en la pureza del corazón.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.