ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 26 de febrero


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Marcos 9,38-40

Juan le dijo: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre y no viene con nosotros y tratamos de impedírselo porque no venía con nosotros.» Pero Jesús dijo: «No se lo impidáis, pues no hay nadie que obre un milagro invocando mi nombre y que luego sea capaz de hablar mal de mí. Pues el que no está contra nosotros, está por nosotros.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Al referir el episodio del sanador “ajeno” al grupo, Marcos se vincula a una tradición única en su género: Jesús aparece claramente como un maestro absolutamente abierto y dispuesto a acoger el bien cualquiera que sea su origen. No sólo no se encierra en el interior de su grupo sino que exige a los suyos que no sigan un espíritu sectario. Quienquiera que haga el bien es aceptado por Dios, porque Dios está en el origen de toda cosa buena y justa. Las palabras que dice a los discípulos: “El que no está contra nosotros, está por nosotros”, son un tesoro de sabiduría y una gran ayuda para que cada discípulo abra su corazón a los demás como lo abría el Señor. Esta página evangélica suena especialmente actual en nuestro mundo contemporáneo, mientras se asiste al resurgir de muros y barreras étnicas que oponen un grupo a otro. El Evangelio ayuda a comprender y a reconocer lo hermoso y lo bueno que hay en el mundo y en el corazón de los hombres, y los discípulos deben apreciarlo. Quien obra con caridad es acogido por el Señor, como se afirma también en el pasaje evangélico de Mateo 25 a propósito del juicio universal. Jesús vincula la salvación incluso al ofrecimiento de tan sólo un vaso de agua al que tiene sed. Esto quiere decir que la caridad es el camino de la salvación para todos, incluso para el que no cree. El apóstol Pablo se coloca en la misma línea cuando escribe: “Al fin y al cabo... Cristo es anunciado, y esto me alegra” (Flp 1, 18). Esta apertura y esta disponibilidad no significan en absoluto malvender el cristianismo y confirmar una actitud de indiferencia, ni mucho menos renunciar a la propia identidad. La Palabra de Dios es exigente con todos y pide a todos la conversión, pero también comprende profundamente el bien que puede brotar de cada hombre. En un mundo como el nuestro, en el que se compite por distinguirse de los demás, considerándose a veces mejor y despreciando al prójimo, la advertencia de Jesús resulta especialmente significativa y a contracorriente. Precisamente a partir de la fuerza de nuestra fe e identidad cristiana el Evangelio nos hace capaces de discernir y apreciar el bien que realizan los hombres, para que se mantenga y contribuya a construir un mundo mejor. Éste es el sentido del compromiso de diálogo que vive la comunidad de Sant’Egidio, a través del cual se realiza un esfuerzo por recoger las energías de paz presentes en el corazón de cada hombre, sea cual sea la cultura o religión a la que pertenezcan. De hecho todos hemos sido creados “a imagen y semejanza” de Dios.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.