ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 21 de marzo


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Mateo 21,33-45

«Escuchad otra parábola. Era un propietario que plantó una viña, la rodeó de una cerca, cavó en ella un lagar y edificó una torre; la arrendó a unos labradores y se ausentó. Cuando llegó el tiempo de los frutos, envió sus siervos a los labradores para recibir sus frutos. Pero los labradores agarraron a los siervos, y a uno le golpearon, a otro le mataron, a otro le apedrearon. De nuevo envió otros siervos en mayor número que los primeros; pero los trataron de la misma manera. Finalmente les envió a su hijo, diciendo: "A mi hijo le respetarán." Pero los labradores, al ver al hijo, se dijeron entre sí: "Este es el heredero. Vamos, matémosle y quedémonos con su herencia." Y agarrándole, le echaron fuera de la viña y le mataron. Cuando venga, pues, el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?» Dícenle: «A esos miserables les dará una muerte miserable arrendará la viña a otros labradores, que le paguen los frutos a su tiempo.» Y Jesús les dice: «¿No habéis leído nunca en las Escrituras: La piedra que los constructores desecharon,
en piedra angular se ha convertido;
fue el Señor quien hizo esto
y es maravilloso a nuestros ojos?
Por eso os digo: Se os quitará el Reino de Dios para dárselo a un pueblo que rinda sus frutos.» Los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír sus parábolas, comprendieron que estaba refiriéndose a ellos.

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Para quienes escuchan a Jesús está claro que la viña es el pueblo de Israel y Dios el que la cuida con increíble amor. Pues bien, dice Jesús, cuando llega “el tiempo de los frutos”, el dueño manda a los siervos a recogerlos. La reacción de los viñadores es violenta: los golpean y los matan. El dueño envía otros, y también éstos sufren las mismas vejaciones. Es una síntesis trágica de la historia recurrente de la oposición violenta (incluso fuera de la tradición judeo-cristiana) a los siervos de Dios, a los hombres de la palabra (los profetas), a los justos y honestos de todo tiempo y lugar, por parte de los que quieren servirse sólo a sí mismos o acumular riquezas. Pero el Señor –y éste es el verdadero rayo de esperanza que salva la historia- no pierde nunca la paciencia. “Finalmente” el dueño envía al hijo. Piensa: “A mi hijo le respetarán”. Pero la ira de los viñadores explota: lo agarran, lo sacan “fuera de la viña” y lo matan. Estas palabras quizá estaban claras sólo para Jesús cuando fueron pronunciadas; hoy las comprendemos bien también nosotros. Describen a la perfección el rechazo a acoger a Jesús no sólo por parte de cada persona sino de la entera ciudad. Nació fuera de la ciudad de Belén, y muere fuera de Jerusalén. Jesús, lúcida y valientemente denuncia esta infidelidad, que culmina con el rechazo y la muerte del último y definitivo enviado de Dios. A Dios, que espera los “frutos” de la “viña”, se le paga con el asesinato del hijo. Pero Él no se resigna: de ese hijo nacen nuevos viñadores, que cuidarán la viña y darán nuevos frutos. Los nuevos viñadores se convierten en un pueblo nuevo. Su vínculo no viene dado por la pertenencia a la sangre o por lazos exteriores, aunque sean religiosos, sino sólo de la adhesión al amor del Padre. El evangelista continúa diciéndonos que nadie puede reivindicar derechos de propiedad: todo es don del amor gratuito de Dios. El nuevo pueblo se ve cualificado por los “frutos” del Evangelio, es decir, de la fe que está en la raíz de las obras de la justicia y la misericordia. En otras palabras, los frutos coinciden con la fidelidad al amor de Dios y su Evangelio. Como está escrito: “Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta” (Jn 15, 2); y “Por sus frutos los conoceréis” (Mt 7, 16).

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.