ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias

Memoria de Jesús crucificado

Recuerdo de San Estanislao, obispo de Cracovia y mártir (+1071). Defendió a los pobres, la dignidad del hombre y la libertad de la Iglesia y del Evangelio. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 11 de abril

Recuerdo de San Estanislao, obispo de Cracovia y mártir (+1071). Defendió a los pobres, la dignidad del hombre y la libertad de la Iglesia y del Evangelio.


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Juan 10,31-42

Los judíos trajeron otra vez piedras para apedrearle. Jesús les dijo: «Muchas obras buenas que vienen del Padre os he mostrado. ¿Por cuál de esas obras queréis apedrearme?» Le respondieron los judíos: «No queremos apedrearte por ninguna obra buena, sino por una blasfemia y porque tú, siendo hombre, te haces a ti mismo Dios.» Jesús les respondió: «¿No está escrito en vuestra Ley:
Yo he dicho: dioses sois? Si llama dioses
a aquellos a quienes se dirigió la Palabra de Dios
- y no puede fallar la Escritura - a aquel a quien el Padre ha santificado y enviado al mundo,
¿cómo le decís que blasfema por haber dicho:
"Yo soy Hijo de Dios"? Si no hago las obras de mi Padre,
no me creáis; pero si las hago,
aunque a mí no me creáis,
creed por las obras,
y así sabréis y conoceréis
que el Padre está en mí y yo en el Padre.» Querían de nuevo prenderle, pero se les escapó de las manos. Se marchó de nuevo al otro lado del Jordán, al lugar donde Juan había estado antes bautizando, y se quedó allí. Muchos fueron donde él y decían: «Juan no realizó ninguna señal, pero todo lo que dijo Juan de éste, era verdad.» Y muchos allí creyeron en él.

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Ante la afirmación de Jesús: "Yo y el Padre somos uno" (Jn 10:30), explota la ira de los judíos que tratan de apedrear a Jesús. Es la segunda vez que los judíos intentan lapidarle, según el evangelista Juan (Jn 8,59). Ellos habían entendido muy bien el alcance de las palabras que Jesús había pronunciado. Era una blasfemia, y por lo tanto se castigaba con la lapidación. Esta vez Jesús, en lugar de desaparecer de sus miradas, responde con la tranquilidad del que sabe que está cumpliendo la voluntad del Padre y les dice: "Muchas obras buenas de parte del Padre os he mostrado. ¿Por cuál de esas obras queréis apedrearme?". Los judíos argumentan que su reacción no proviene de ninguna acción incorrecta de Jesús, sino por su pretensión , insoportable porque es una verdadera blasfemia, de presentarse como Dios: "No queremos apedrearte por ninguna obra buena, sino por una blasfemia y porque tú, siendo hombre, te haces a ti mismo Dios". Muy diferente era la reacción de los pobres y los débiles a quien Jesús ayudaba, eran felices y continuaban escuchándole y siguiéndole. En efecto, ellos comprendían que un amor tan grande y tan fuerte podía venir sólo de Dios. Por supuesto, no veremos la realidad como es si adoptamos una actitud de orgullo y frialdad ante los signos extraordinarios obrados por Jesús y sus palabras. Permanecemos con los ojos del corazón y la mente cerrados. Se podría decir que los fariseos permanecían cegados por el amor y se defendían con la objeción más obvia: "No es posible que la salvación pueda venir de un hombre que conocemos". Este es el sentido de la acusación contra Jesús: "Tú, siendo hombre, te haces a ti mismo Dios". La fe nos muestra que Jesús es ciertamente hombre verdadero, pero es también Dios verdadero. Es el misterio que el Evangelio nos revela precisamente, Jesús es Dios verdadero y hombre verdadero. Este misterio, custodiado y transmitido de generación en generación por los discípulos de todo tiempo, se aplica a la Iglesia misma, que es a la vez obra del hombre y obra de Dios. Ella misma es un misterio de amor. El apóstol Pablo la define como "Cuerpo de Cristo". A través de la Iglesia, sus sacramentos y la predicación del evangelio todos nosotros entramos en relación con Dios. En este sentido, podríamos decir que la Iglesia es la obra de Cristo, o mejor, es su mismo "cuerpo" que se perpetúa en el tiempo. La comunidad cristiana es el sacramento, o sea, el signo de la presencia de Jesús a lo largo de la historia. Estas afirmaciones no sólo no detienen a los judíos, al contrario, les convencen para capturar a Jesús, pero él huye de ellos. El evangelista Juan quiere hacer hincapié en que no son los enemigos quienes capturan a Jesús, sino que es Jesús mismo quien se entrega a ellos al llegar la hora. Lo hace por amor. Ahora se aleja y se retira al lugar donde Juan bautizaba y aquí muchos seguían acudiendo a él para escuchar su palabra de salvación, y se dejaban tocar el corazón.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.