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Memoria de los apóstoles
Palabra de dios todos los dias

Memoria de los apóstoles

Recuerdo de san Matías, apóstol. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de los apóstoles
Miércoles 14 de mayo

Recuerdo de san Matías, apóstol.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si morimos con él, viviremos con él,
si perseveramos con él, con él reinaremos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hechos de los Apóstoles 1,21-26

«Conviene, pues, que de entre los hombres que anduvieron con nosotros todo el tiempo que el Señor Jesús convivió con nosotros, a partir del bautismo de Juan hasta el día en que nos fue llevado, uno de ellos sea constituido testigo con nosotros de su resurrección.» Presentaron a dos: a José, llamado Barsabás, por sobrenombre Justo, y a Matías. Entonces oraron así: «Tú, Señor, que conoces los corazones de todos, muéstranos a cuál de estos dos has elegido, para ocupar en el ministerio del apostolado el puesto del que Judas desertó para irse adonde le correspondía.» Echaron suertes y la suerte cayó sobre Matías, que fue agregado al número de los doce apóstoles.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si morimos con él, viviremos con él,
si perseveramos con él, con él reinaremos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hoy recordamos al apóstol Matías. Fue elegido para recomponer el número de doce, correspondiente a las doce tribus de Israel, es decir, todo el pueblo elegido. En ese número había un anhelo de totalidad, de universalidad de la salvación. Esta vocación de universalidad no podía ni atenuarse ni mucho menos suprimirse. La traición de Judas no podía bloquear la tensión a la universalidad inherente al Evangelio. Tal tensión del comienzo no puede nunca ser edulcorada ni mucho menos eliminada. Para Jesús, todos los hombres y todas las mujeres de todos los pueblos y todos los países, tienen derecho a recibir el anuncio de la salvación, y por tanto la Iglesia tiene la obligación de comunicarlo, hasta los confines de la tierra. Por esto era necesario que el apóstol "duodécimo" fuera elegido: ningún pueblo, ninguna nación, ninguna persona es ajena al amor de la Iglesia, a su preocupación. El Evangelio debe ser comunicado a todos. El espíritu universal de Jesús es parte integrante de la fe cristiana. Por supuesto, no se trataba de elegir a cualquier persona. De hecho, se establece inmediatamente el criterio: el elegido tenía que haber vivido con Jesús, haberle escuchado, visto, tocado, seguido; en definitiva, debía ser un verdadero testigo. En efecto, la tradición presenta a Matías como uno de los setenta y dos discípulos de Jesús. En el prefacio de la liturgia ambrosiana se canta: “Para completar el número de los Apóstoles, dirigiste una particular mirada de amor a Matías, iniciado en el grupo y en los misterios de tu Cristo. Su voz se unió a la de los otros once testigos del Señor y llevó al mundo el anuncio de que Jesús de Nazaret había resucitado verdaderamente y de que se había abierto para los hombres el reino de los cielos". En Matías podemos descubrir el nombre de los discípulos de todos los tiempos. A todos aquellos a quienes se confía el cuidado de la comunidad, se les pide que ellos mismos sean los primeros en vivir el Evangelio y que ellos mismos sientan la dimensión de la universalidad de la salvación. De hecho, sólo quien escucha y pone en práctica la Palabra de Dios puede comunicarla a los demás. La elección del duodécimo sugiere que cada uno de nosotros acoja el Evangelio en el corazón para que sea así un testigo fiel de Jesús entre los hombres, sabiendo que forma parte de un gran pueblo, el de los "Doce" extendido por todos los rincones de la tierra. La pertenencia a una comunidad y una nación no debe hacer olvidar que Dios salva no individualmente, ni siquiera a un grupo por sí solo, sino reuniendo a todos sus hijos en el único pueblo compuesto de los creyentes de todas las generaciones y todos los países.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.