ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias

Memoria de la Madre del Señor

Festividad de san Carlos Lwanga, que junto a doce compañeros sufrió el martirio en Uganda (1986). Recuerdo del beato Juan XXIII. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 3 de junio

Festividad de san Carlos Lwanga, que junto a doce compañeros sufrió el martirio en Uganda (1986). Recuerdo del beato Juan XXIII.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 17,1-11

Así habló Jesús, y alzando los ojos al cielo, dijo:
«Padre, ha llegado la hora;
glorifica a tu Hijo,
para que tu Hijo te glorifique a ti. Y que según el poder que le has dado sobre toda carne,
dé también vida eterna
a todos los que tú le has dado. Esta es la vida eterna:
que te conozcan a ti,
el único Dios verdadero,
y al que tú has enviado, Jesucristo. Yo te he glorificado en la tierra,
llevando a cabo la obra que me encomendaste realizar. Ahora, Padre, glorifícame tú, junto a ti,
con la gloria que tenía a tu lado
antes que el mundo fuese. He manifestado tu Nombre a los hombres
que tú me has dado tomándolos del mundo.
Tuyos eran y tú me los has dado;
y han guardado tu Palabra. Ahora ya saben
que todo lo que me has dado viene de ti; porque las palabras que tú me diste se las he dado a ellos,
y ellos las han aceptado
y han reconocido verdaderamente que vengo de ti,
y han creído que tú me has enviado. Por ellos ruego;
no ruego por el mundo,
sino por los que tú me has dado,
porque son tuyos; y todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío;
y yo he sido glorificado en ellos. Yo ya no estoy en el mundo,
pero ellos sí están en el mundo,
y yo voy a ti.
Padre santo,
cuida en tu nombre a los que me has dado,
para que sean uno como nosotros.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Evangelio nos trae la primera parte de la oración que Jesús dirige al padre al finalizar el largo discurso a los discípulos. Hasta ahora sus ojos miraban a aquel pequeño grupo de discípulos a los que quería transmitir su "testamento espiritual". Ahora –dentro de poco saldrá para ir al monte de los Olivos– levanta sus ojos hacia las alturas para que su mirada se cruce con la del Padre. Y empieza la larga oración con aquel apelativo único para él: "Padre". Había utilizado en otras dos ocasiones el mismo término: antes de resucitar a Lázaro y cuando Felipe le presenta a los dos griegos. Jesús sabe que ha llegado su "hora", el momento culminante de su misión, que era el motivo por el que había venido a la tierra. Y le pide al "Padre" que le "glorifique", es decir, que lleve a cabo la obra que Él mismo le había encomendado: hacer partícipes a los discípulos de la vida eterna. Y explica en qué consiste: "Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo". Esa es, efectivamente, la obra de Jesús. Ahora quiere presentarlos al Padre. El inicio de la oración subraya la primacía de la acción del Padre. Le dice al Padre: "Tuyos eran y tú me los has dado", como si quisiera resaltar que la elección de los discípulos no fue casual, no obedeció a preferencias, ni siquiera las suyas. Jesús eligió a los discípulos después de haber rezado. Aquel pequeño grupo es fruto de la oración. Es un regalo del Padre. Además, muchas veces Jesús repite que él vino a cumplir la voluntad del Padre y no la suya. Y eso es lo que enseñó también a aquellos discípulos. Realmente hizo que se dirigieran al Padre que está en el cielo. Y lo dice: "Ahora ya saben que todo lo que me has dado viene de ti". Podríamos decir que recibieron el corazón del mensaje evangélico: "ellos... han reconocido verdaderamente que vengo de ti, y han creído que tú me has enviado". Ahora son ellos los herederos de esa revelación que, a su vez, deben comunicar a los demás. Jesús va a confiarles su misma obra. Les conoce bien, uno a uno, conoce sus virtudes pero también sus debilidades, sus defectos, sus avaricias. La oración al Padre es por ellos: "Por ellos ruego". El alma de Jesús está llena de pensamientos y de preocupaciones. Su principal preocupación, ahora, son aquellos discípulos, no él mismo y lo que le espera. En Getsemaní, dentro de poco, le confiará al Padre la preocupación por el cáliz que deberá beber, aunque inmediatamente se abandona a Él. En ese momento la oración es para aquel pequeño grupo de discípulos. Y los confía al Padre para que los proteja. Jesús sabe que el príncipe del mal intentará de todos modos separarlos del Evangelio. Ahora que está dejando este mundo, quiere que el Padre los custodie y los proteja. Es esa una oración que Jesús continúa haciendo todavía hoy en el cielo para que el Padre custodie también hoy a todos sus discípulos y los libre del mal. Es realmente la oración "sacerdotal" por todo el pueblo.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.